• Prólogo.

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     Todo su cuerpo temblaba. Las palmas de sus manos hechas puño sudaban al igual que su cuello y espalda. Su largo y seco cabello lleno de rizos se encontraba enmarañado en una coleta para tratar de refrescarse un poco mientras que su cuerpo estaba arrinconado con la cara entre sus rodillas dentro de un armario en donde no cabía más de una persona. Sin ventanas, sin traga luz ni nada que dejara entrar aire. Se estaba asfixiando, pero como no era la primera vez que estaba ahí mantuvo la calma, tratando de cantar una canción lo más fuerte posible en su mente para ahogar los gemidos y jadeos que se escuchaban a unos cuantos metros fuera de allí justo en la habitación en donde se encontraba el armario en donde ella estaba, y hubiese cantado en voz alta para aumentar cualquier ruido apaciguador de aquellas asquerosidades que estaba escuchando, pero el desgraciado que la había encerrado ahí la habría castigado. No podía ni siquiera respirar tan fuerte porque habrían podido escucharla, por lo que eso no ayudaba en nada a la hiperventilación que sufría por ratos. Su corazón estaba acelerado por la fobia que sentía cada vez que estaba en ese lugar. Sentía como si las paredes la fueran a aplastar, pero lo único que podía hacer era cerrar los ojos y tratar de tranquilizarse si no quería morir de un ataque de pánico.

1, 2 y 3, contó en su mente queriendo arrancarse los oídos, queriendo llorar y gritar debido a la rabia e impotencia en su interior, pero lo único que pudo hacer fue quedarse ahí, maldiciendo tantas veces le fueron posibles su vida y todo lo que ella implicaba, ya que cualquier cosa que advirtiera a la mujer con la que estaba teniendo sexo aquel tipo lo pagaría caro. La prostituta no podía enterarse que tenían a una niña de doce años encerrada en un armario justo en la habitación en donde ella estaba. Puede que eso no le habría interesado, pero sí el hecho de que estaba ocurriendo mientras ella montaba al hijo de puta que la mataba de hambre. No podía ni siquiera sospechar que una niña estaba escuchando sus gritos guturales.

1, 2, y 3, siguió contando y cantando mientras se tapaba los oídos, hasta que el choque de la cama contra la pared se detuvo, lo que hizo que prestara atención por primera vez a lo que ocurría fuera, deseando que ya hubiese parado, más no escuchaba más que inteligibles palabras, hasta que pasaron minutos y se escuchó cómo una puerta se cerraba tras un par de insultos, pero de igual manera no se quedó tranquila, sino a la expectativa de qué ocurriría ahora aferrándose a la cadena con dige en forma de rosa que le había regalado su abuelo la cual estaba en su cuello. Estaba aterrada y eso causó que le dieran ganas de orinar, hasta que de un momento a otro se escucharon zancadas que iban hacia ella para segundos después abrir la puerta bruscamente al mismo tiempo que visualizaba la maldita sonrisa amarillenta de aquel hombre con el que la habían dejado a cargo.

–Tu turno.

Pecado Adictivo. / #TyrAwards2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora