Capítulo 1

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Comenzaba un nuevo día en mi vida, si a esto puedo llamar vida. No, no soy una deprimida ni nada por el estilo. Dejadme explicarlo, y lo entenderéis.

Nada más despertarme esa mañana miré hacia el resto de las camas; mis compañeras aún seguían dormidas. Aun era temprano. Con cuidado de no hacer ruido me dirigí a mi pequeño armario, saqué mi mochila ―que había preparado el día anterior―, y volví hacia el cuarto donde dormíamos todas. Miré el reloj de mi muñeca, las agujas apuntaban las ocho de la mañana, justo la hora que necesitaba para conseguir de una vez mi propósito.

Salí finalmente del cuarto, y de cuclillas, comencé a caminar por los pasillos del edificio. Un par de minutos más tarde me encontraba en la puerta principal de aquel edificio de piedra. Sin embargo, la puerta estaba cerrada con llave. Debía empezar el plan B: salir por la puerta de emergencias como alma que lleva el diablo. Bajé unas escaleras de caracol a medio oscuras para finalmente llegar al patio exterior trasero a través de la puerta de emergencia, que por alguna razón estaba medio abierta. Observé con cuidado a mi alrededor una vez fuera. No había nadie. Era ahora o nunca. Me dirigí corriendo hacia la valla de cerca de cinco metros de altura, y una vez enganchada a ella noté un tirón en mi pantalón de pijama.

―¿De nuevo intentando escapar, Sandra?

Aquel tirón me hizo resbalar y caer al suelo. Me hice un poco de daño en una pierna pero no fue para tanto. Me levanté, agarré mi mochila que también se había caído al suelo, y mirando con desprecio a la cuidadora exclamé:

―¡Déjame en paz! ¿Cuándo vais a entender que estoy harta de estar aquí? ¡Este no es mi hogar, nunca lo ha sido!

La cuidadora que tenía frente a mí era joven, se llamaba Cynthia. Tenía expresión dulce pero aún así yo la veía con una enemiga. Casi ninguna de las cuidadoras me parecía amigable a pesar de que lo intentaran ser. Imagino que ya vais imaginando el lugar del que estoy hablando. Sí, vivo en un orfanato. El edificio se encontraba al norte del centro de la ciudad de Miami, a media hora de allí. Muy cerca del bonito barrio de Fort Lauderdale, conocido por sus bonitos canales y playas. Imaginaos el contraste. Vivir en un barrio así de maravilloso y no poder disfrutarlo al estar encerrada en este maldito edificio. El orfanato es compartido con chicos, a los que solo vemos durante el día, ya que las habitaciones de los chicos y chicas se mantienen separadas y vigiladas para no darnos el revolcón, ya sabéis. 

Os preguntaréis cómo demonios he terminado aquí metida. Pues según lo que las cuidadoras me han contado, mi padre murió por una sobredosis y mi madre decidió abandonarme al poco tiempo porque su adicción a las drogas iba cada vez a más. No he vuelto a saber nunca nada más de ella. Y aquí llevo encerrada desde los cinco años. No es un edificio deprimente. Quiero decir, es amplio, tiene un patio enorme con un parque para los más pequeños, una pista de baloncesto, y un enorme comedor donde nos juntamos todos para las comidas. Cada día de la semana sirven algo diferente así que no me puedo quejar en ese aspecto. Sin embargo, lo que más echo en falta es la libertad. La libertad de poder salir y ver mundo. Solo nos sacan para ir al zoo o alguna excursión durante el día, pero no es suficiente para mí. Yo necesito algo más. He cumplido hace poco los diecisiete años, y a los dieciocho ya esperan que nos marchemos a buscarnos la vida si nadie nos ha adoptado. Mi vida tenía pinta de ir por ese camino.

La cuidadora seguía echándome la bronca, hasta que finalmente exploté:

―¡No quiero escucharte más! ―Y salí corriendo entre lágrimas de nuevo hacia el edificio.

―¡Que sepas que estás castigada sin ir a la pŕoxima excursión! ―escuché su voz tras mi espalda.

Me daba igual. No era la primera vez que me castigaban, y no iba a ser la última. Despreciaba ese lugar. Lo odiaba con toda mi alma. En todos estos años no he hecho ni una mísera amistad. Nunca me ha interesado hacerme amiga de nadie. Solía escuchar rumores sobre mí, de que era una antisocial y cosas por el estilo. Me daba igual. Lo que me importaba era que cada vez estaba más cerca de irme de allí.

Un cambio en mi vida✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora