Capítulo 4

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No entendía bien por qué mis labios decidían estrecharse en una sonrisa. ¿Qué me estaba pasando? No era propio en mí esto de sonreír a medio desconocidos. Sin embargo, Aaron tenía algo extraño que me atraía de una forma curiosa.

―Tu habitación está a través de esa puerta de allí, el pasillo de los chicos. ―señalé una puerta de madera al rato de haber caminado.

―La verdad es que antes de irme a dormir me apetece salir fuera a que me dé el aire. ¿Te apetece acompañarme?

Miré la hora. Eran las once y cuarto. A las doce pasaban las cuidadoras para confirmar que estábamos todos en las camas. Aún tenía un rato así que acepté. Salimos hacia los jardines que rodeaban el enorme edificio de piedra. Tenían el césped muy bien cuidado a pesar de que el invierno estaba a punto de terminar. Los jardines estaban vallados, es decir que no podíamos irnos más lejos a no ser que pasaras ya la puerta principal que estaba vigilada siempre por un guardia. Vamos, imaginaos los jardines de una cárcel. Pues igual solo que en vez de adultos éramos todos menores de diecinueve años. Comenzamos a pasear dando la vuelta alrededor del edificio. Mientras tanto, Aaron había comenzado a contarme un poco sobre su vida. Él y su familia eran también de Florida. Vivían en una casa en Miami Beach, a cinco minutos de la playa. También me contó que sus padres estaban divorciados, y que hacía menos de dos días que acababa de empezar una gira por Estados Unidos. Me contó que desde muy pequeño fue a clases de canto y actuación, y bueno, su preparación como cantante.

―Vale ya de hablar de mí ―dijo de pronto―, te toca. Dime algo de ti.

―Yo no tengo nada que contar ―me encogí de hombros―. Mi vida es de lo más aburrida. Llevo desde los cinco años aquí metida deseando salir de una vez. Pero bueno, me queda poco para los dieciocho.

―¿Por eso te escapaste antes?

―Sí, no es la primera vez que lo intento, aunque esta vez ha sido la que más lejos he llegado. Siempre me suelen pillar. Estoy harta de este lugar ―suspiré.

―¿Sabes algo de tus padres?

―Las cuidadoras me contaron que mi padre murió y mi madre me abandonó al poco tiempo. Problema con las drogas ―añadí.

―¿Y hermanos? Perdona si pregunto mucho ―Se rascó la cabellera.

―No te preocupes. No sé si tengo hermanos la verdad.

―¿Nunca has leído tu ficha de registro?

―No, no nos lo permiten. ¿Por? ―el rostro de Aaron me estaba dando curiosidad, ya que comenzaba a sonreír extrañamente―. ¿Qué estás tramando? ―reí.

―Quieres saber si tienes hermanos ¿no? Pues entremos al despacho de la directora, ahí debe tener las fichas de todos.

Me sorprendió su idea, ya que no me imaginaba para nada que Aaron fuera así. Parecía tener ideas descabelladas como yo y eso me gustaba.

―¿Qué dices? ¿Te atreves a entrar conmigo? ―Extendió su mano hacia mí.

―Por supuesto, además sé la manera de entrar sin que nos vean. ―Agarré su mano y corrimos juntos hacia una puerta en la parte trasera del edificio. Nadie solía usar esta entrada y/o salida, ya que era una antigua puerta que comunicaba con las tuberías y demás. Sin embargo, era la entrada perfecta para llegar hasta el despacho de la directora sin entrar por su puerta principal, ya que esta puerta comunicaba directamente con el despacho. Una vez conseguí abrirla llegamos hasta el oscuro despacho. Aaron sacó un mechero de su bolsillo y lo encendió alumbrando así un poco la sala.

―Alumbra aquí ―susurré señalando unos cajones―. Son estos de aquí.

Tras rebuscar un poco encontré mi nombre entre las fichas. La saqué y la coloqué sobre la mesa. De pronto, me puse nerviosa. ¿Por qué nunca se me había ocurrido mirar mi ficha? Por alguna razón ahora tenía ganas de saber el contenido.

―Suerte ―colocó Aaron su mano sobre mi hombro quitándola enseguida.

Lo primero que leí fue mi apellido. No sabía ni cuál era mi apellido pero nunca me importó.

Sandra Olsen. No sonaba mal. Seguí leyendo. Encontré mi fecha de nacimiento la cual ya sabía. Entonces reaccioné a algo que me dejó sin palabras.

―¿Qué pasa? ―notó Aaron mi inquietud.

―Que tengo una hermana y me acabo de enterar. No puede ser ella...

―¿Quién?

―La chica que peor me cae de este orfanato ―cerré los puños sin creer lo que estaba leyendo―. Natalia es mi hermana melliza. ¿Cómo nos han podido ocultar esto? ―Arrugé el papel sin querer hasta que Aaron llamó mi atención.

―Sandra, he escuchado algo en el pasillo. Tenemos que irnos.

Dejé corriendo la ficha de nuevo en el cajón, agarré la mano de Aaron y salimos por la misma puerta trasera por la que entramos. Llegamos a la puerta principal y ahí me dejé caer sentándome en los escalones de piedra. Me sentía feliz y triste al mismo tiempo.

―¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? ―preguntó el joven de pelo rubio sentándose a mi lado.

―No, gracias. Ya has hecho bastante. Te lo agradezco.

Entonces mil lágrimas decidieron salir en ese momento sintiéndome totalmente al descubierto. Nunca antes había llorado delante de alguien. No de esta manera. Aaron pasó su brazo por mis hombros y me dejé llevar sintiéndome arropada por él. Fue el mejor abrazo que me habían dado hasta ahora. Tras un rato abrazados la voz de una cuidadora nos dio el susto del siglo haciéndonos separar.

―¿Qué diablos hacéis aquí a estas horas? Ya ha pasado el toque de queda.

Miré mi reloj de muñeca. Cierto. Eran pasadas las medianoche. Me sequé las lágrimas rápidamente y levantándome dije:

―Lo siento, es que hoy perdí un pendiente y Aaron quiso ayudarme a buscarlo por los jardines, pero se nos hizo tarde.

―Bueno, pues ya para dentro. Cada uno a su dormitorio ―dijo la mujer con enfado en el rostro.

Los dos seguimos a la cuidadora quien cerró con llave al entrar. Tras repetirnos lo de ir derechos a nuestros dormitorios se marchó a seguir su rumbo por el edificio en busca de más jóvenes saltándose la norma. Aaron decidió acompañarme hasta la puerta de mi dormitorio. Una vez allí, nos despedimos.

―Gracias por todo, Aaron. La verdad me has sorprendido hoy, no pensaba que eras así ―dije con timidez por primera vez en mi vida porque yo de timidez tengo poca.

―Bueno, no eres la única que ha pensado mal de mí. La gente te juzga sin conocer ―dijo encogiéndose de hombros.

―Lo importante es que están equivocados ―sonreí―, al igual que yo lo estaba.

―Tú también eres una chica estupenda, me alegra haberte conocido.

Bajé la mirada al suelo. ¿Me estaba sonrojando?

―Buenas noches ―coloqué la mano sobre el pomo de la puerta del dormitorio.

―Buenas noches, que descanses.

Entonces noté su sus húmedos labios en mi mejilla. Me quedé estupefacta por unos segundos mientras veía cómo se alejaba por el pasillo hacia su dormitorio. Fue un beso amigable pero a la vez dulce. Jamás olvidaría aquel beso inocente. Cuando volví a la realidad entré al dormitorio. De cuclillas llegué hasta mi cama, con cuidado de no despertar a mis compañeras. Esa noche soñé con Aaron. Recordé su abrazo en las escaleras de la puerta principal y el beso en la mejilla. Una noche inolvidable. 

*Continuará...

★★★

Hola! Gracias por seguir leyendo esta historia :) 

Muy pronto creo que podré subir dos capis por semana, pero de momento solamente actualizo los domingos. Esta historia estaba escrita en papel y la estoy pasando al ordenador al tiempo que la edito y corrijo, asi que lleva un poquito de tiempo. Gracias por entenderlo :P

No olvides votar en la estrellita si estás leyendo.

Gracias!!!


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