Capítulo 4

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Los primeros días del mes parecían casi tan interminables como enero, ya que en esos días Keiji no hacía más que inventario, arreglos de las nuevas entregas y folletos publicitarios de las obras más aclamadas de la librería. Más, el día cinco del mes se hacía una feria del libro y durante el día entero había compra y venta de los mismos, lectura de ciertas obras en voz alta y para los niños obras con muñecos.

En lo último su jefe lo ayudaba, y de vez en cuando, al ser el momento de abrir las puertas y que el primero en pasar sea Kotaro, como hacía ya un mes y tanto lo acostumbraba, también otras personas se adentraran a visitarlos. Al final, al tiempo de comenzar el teatro de marionetas Akaashi solía ponerse nervioso y pensar que tal vez su viejo lo vendría a ver nuevamente. Algo imposible, claro.

Por eso esa noche invitó a su madre, quien al principio se rehusó por el horario apretado, pero accedió al ver la necesidad en los ojitos claros de Keiji.

Allí estaba ella, observándolo a un costado de su nuevo amigo a eso de las cinco y media de la tarde, siendo alguno de los adultos presentes en el local, quienes eran acompañados por sus hijos. Y ahora la madre acompañaba al hijo, y en quien este se había convertido.

Así comenzó la obra, y en cuestión de media hora, finalizó. El viejo Akuma le chocó los cinco aún dentro de la gran caja que formaba el escenario. Y al salir, todo volvía a ser como antes, y veía nuevamente todo lo que le gustaba. Y a Bokuto llorando junto a los infantes.

—Es interesante ver como todos se emocionaron con la obra —comentó su madre una vez la mayoría salió del salón. Keiji le sonrió.

Había sido un buen día, incluso cuando Akuma pidió la ayuda de Bokuto antes de cerrar el local, y dio unos momentos al azabache para charlar en las afueras con Shiori.

—Terminas este año el contrato, ¿verdad, Keiji?

—Sí. Se ha pasado rápido; vender libros y leer hace que la vida se me pase volando.

Detectó la mirada fija de su madre, y aunque quiso enfrentarla no quería ver su preocupación. Prefería seguir en la librería un rato más, pero Keiji tampoco sabía confesarlo.

—¿No te gustaría trabajar en una editorial, con el título que tienes?

—Te he dicho que no me interesa. Estoy bien así, Ma.

Seco y frío, así estaba el clima los últimos días. Y cansado, el mismísimo sol parecía no dormir bien en medio  del barullo nocturno de Tokyo.

—Te queda un año, amor. Por favor, considéralo.

Le dio tomo del rostro, obligándolo a mirarla como él no quería, con un cariño demostrado que hasta ahora no se acostumbraba, y le besó la punta de la nariz. Y por más que él no quisiera, porque le enojaba verla tan bien luego de la muerte de su viejo mientras él aún estaba atascado adentro de la librería, quería reír por el cosquilleo del beso en la piel. Y casi lo hace, saliéndole una sonrisa.

—Llámame a más de estas muestras, siempre me haré un lugar para ti en mi itinerario.

Le sonrió y susurró un "Buenas noches" antes de retirarse.

—Tu madre es hermosa.

Bokuto salió junto al jefe, quien aprovechaba con sus alejadas manos a cerrar el local, finalizando su estadía allí y saludando por lo bajo antes de dejarlos libres a los muchachos.

—Me pareció muy amable también. ¡Se parecen mucho!

—Me alegra que pienses eso, Bo.

—¡Y la obra fue perfecta! Ella también me vio llorar.

—Hasta yo te vi llorar —rió Keiji—. Gracias por venir.

Caminaron por un rato en un cómodo silencio, porque la calle hacia suficiente ruido y la noche era preciosa, no necesitaban hablar.

—¿Quieres cenar juntos? —Dijo Bo, parando el paso y haciéndose el despreocupado, con esa bonita sonrisa plantada.

"Debo tomar el último tren, dormir mis ocho horas, y darle de comer el gato del barrio", pensó Keiji.

—Claro.

A los ojos de la muerte [Bokuaka] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora