Capítulo 5

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Bokuto hizo un surtido de comida. Y así, sin querer, Keiji terminó en su sala, esperando los diez platillos de comidas diferentes que Kotaro hizo en cuestión de una hora.

—Me di cuenta que apenas comes bolas de arroz y café. Así cagarás seco, 'Kaashi.

¿Eso... era su razón por cenar juntos? Keiji casi escupe la cerveza ante el comentario.

—Se agradece la preocupación por el estado de mi culo, entonces.

Qué carajo decía, ya ni podía culpar al alcohol de sus palabras, era la primer lata y en verdad sólo estaba actuando como naturalmente lo hacía, solo que sin barreras morales.

Así que se quitó los zapatos y se posicionó de piernas abiertas en el sillón, y cuando la comida estuvo servida, tapando cada parte de la mesa ratona enfrentándolos, luchó por no abrazar a su amigo en forma de agradecimiento.

—¡Te vi cansado estos días, así que quería dejarte una buena cena para  mañana empezar mejor!

Qué privilegio era tener a Bokuto en su vida, tanto como para querer plantearle un gentil beso en la mejilla.

El cansancio lo ponía meloso al azabache, así que solo sonrió y agradeció la cena, variada en carnes y verduras acompañadas de arroz y aderezos gustosos.

Tan concentrado estaba en la cena que no notó la falta de cuadros en la pared, pero sí los clavos vistos en la misma.

–¿Te acabas de mudar?

—Nop. Vivo acá hace unos años ya, cuando empecé la universidad.

—¿Eh, siempre viviste solo? Que suertudo. Yo pasé todos los años en el campus, compartiendo habitación con cualquiera y recién el último año me tocó con un amigo.

—Vivir con amigos suena genial —Dijo el muchacho, totalmente risueño—, mis padres siempre tuvieron los medios como para mantenerme aquí, y aunque quisiera compartir apartamento mis amigos no tenían los medios y en el campus no quería molestar.

—¿Y ahora por qué no vivirías con tus amigos?

Bo volvió a embutirse con comida antes de responder, y con una mirada un poco más seria, aceptó:

—Me he alejado de mis amigos —y con ello, un silencio le invitó a seguir, porque Akaashi no esperaba ni de pedo esa respuesta. De todos, Bokuto era la persona más agradable, ¿por qué...? —, al final de todo nos terminamos distanciado. Ellos con su vida y yo con la mía. Nada nuevo, a veces esas cosas pasan.

Y el albino le regaló una sonrisa, bajándose media cerveza.

–¿No los extrañas?

Kotaro se echó de pleno, lleno sobre el sillón. Ahora miraba al azabache de costado.

—Sí, pero si volviéramos siento que las cosas no volverían a ser igual que antes. Y no sé si estoy preparado para eso. Realmente... —parecía que se iba a dormir. Era como un bebé al tener la panza a gusto y el cuerpo calentito; caía a la cuna hasta el próximo amanecer—... solo espero que sean felices.

—¿Y tú eres feliz, Kou?

Un pecho calentito y panza llena, sintió Bokuto al instante de escuchar su nombre dicho de esa forma.

Quería decir que sólo en ese momento estaba feliz. Sin embargo, al pensar en que estaría mintiendo (en parte) le hacía querer llorar. Si la felicidad era un sentimiento de plenitud, Bokuto sabía bien que mientras su todo le falte, jamás habría un momento de plenitud en lo que restara de su vida. Y sin su todo, no había tanto. ¿Por qué seguía... pensando?

Quería responder que sí, pero se hizo el dormido antes de hacerlo. Y eventualmente se durmió a un lado de Akaashi.

Un rato luego, Keiji lo despertó, pidiendo que cierre la puerta detrás suyo. Bokuto invitó a que se quede, pero realmente ese era el gran terror: La cercanía confusa con Bokuto  que a veces ni él podía manejar y por eso terminó aquella vez tocándole el cuello y rozando sus manos.

Aún con los ojos a medio abrir, Bo tomó la llave y esperó a que Akaashi desaparezca por el pasillo. Sin embargo, notó que esto no pasaba luego de un momento.

Keiji se dio vuelta y con las manos en los bolsillo, luciendo despreocupado como lo había intentado hacer Bokuto unas horas antes, dijo:

—Gracias por la cena, la próxima invito yo.

Ahora sí podía volver a casa sin olvidarse de nada.

—¡Akaaash'!

En mitad del pasillo, cuando por fin se enfrentaron un momento, se abrazaron.

Eran las tres de la mañana (ninguno lo sabía), el pasillo iba a dejar de alumbrarse cuando las luces no detectaran más movimiento, sin saber que dentro suyo el ronroneo del pulso aumentaba hasta descontrolar la térmica de la piel y las emociones, reventando en una estampida de sentimientos confusos.

Pero era un abrazo firme y cálido, que pasaba en mitad de la noche invernal.

¿En serio Akaashi no podía quedarse? Aún quedaba arroz en la heladera, y los platos limpios podían volver a ensuciarse para esta vez ambos lavarlos, si podían levantarse del sillón y no quedar dormidos hasta que uno tire del colchón al otro.

Pero el último tren pasaba en media hora y ninguno se entendía muy bien para hoy repetir la cita.

La cena.

La comida de amigos.

—Avísame cuando llegues a casa —fue lo último que le dijo Kotaro como despedida, cuando ya estaba entrando al  apartamento.

A los ojos de la muerte [Bokuaka] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora