Capítulo 6

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Si creía en las almas gemelas, Bokuto sabía perfectamente que está situación únicamente se daba entre las mismas. Por más que escape de él, el fantasma del azabache quien quería dejar atrás le había seguido a otro distrito de Tokyo y ahora, sin permiso o aviso alguno, le hablaba frente suyo en mitad de un café. Lo había encontrado y Kotaro sólo sentía el llanto de culpa crecer en su garganta al punto de ahogar lo antes de salir a borbotones en palabras.

—Te vi hace unos días entrando a una librería, fui ahí buscando libros para la uni, y terminé encontrándote a ti, siendo que te vengo buscando un mes.

"Pedí que no me sigan", pensó Bo. Pero, ¿a quién mentía? Extrañaba a su mejor amigo. Y quería abrazarlo como si no fuera responsable emocionalmente. Kuroo, frente suyo, estaba en la misma situación, pero su tiempo de duelo no podía ser tirado por la borda al encontrarse con Kotaro.

—¿Qué se siente poder ser tú con las personas que no te conocen? —preguntó Tetsuro. Y Bokuto sintió el aogo quemado por una chispa de enojo.

—Siempre fui yo. Quienes cambiaron su forma de tratarme fueron ustedes.

El azabache en mitad del café respiró hondo. Iban a pelear ahí.

—Cómo no tratarte diferente, si... Parecías otra persona. Nos dolió verte así, por lo que nuestra forma de tratarte cambió.

—Entonces, ¿por qué cuando mejoré ustedes siguieron igual de sofocantes? ¡Por eso me fui, necesitaba respirar!

Kuroo iba a llorar. Bokuto también. Q¿ué mierda hacían peleando? . La gente los miró de reojo, y Bokuto iba a entrar en pánico. ¿Acaso las almas gemelas también se desencuentran?

—Kotaro —eso decía Kuroo al hablar seriamente. Bokuto extrañaba el nombre dicho por su mejor amigo, y ese tono le generaba escalofríos—, sabes bien que puedes morir en cualquier momento.

—Eso es mentira. He mejorado tanto que solo podría morir, realmente, en una situación puntual. No soy un príncipe frágil, no quiero todo en bandeja, ¡no puedo vivir siendo tratado como un pedacito de cristal, porque no lo soy!

Se levantó de la silla.

—No creo que sea momento de hablar —sentenció en una despedida. Dios, se sentía tan incorrecto, tal error de una magnitud monstruosa estaba cometiendo.

—Cambiaste de número, no contastas a la puerta, no sé cómo encontrarte. ¡Es como si estuvieras muerto, y una vez te encuentro te escapas!

Kuroo le había gritado ya a las afueras del café, por la calle medio desierta de la periferia de Tokyo.

—Si no piensas en mirarme como antes, entonces mejor déjame muerto.

—No puedo hacer eso, Kou —quebró la voz a sus espaldas. Pero como buen muchacho criado por dos mujeres solteras, su voz seguía firme.

Y Bokuto, criado por la abuela y dos padres amorosos a más no poder, no pudo contener un abrazo. No podía privarle un abrazo, por más que estuvieran peleando, por más mal que estuvieran.

Mierda, necesitaba el abrazo al igual que Kuroo.

—Tetsu —susurró—, necesito tiempo para volver en mí, y necesito que me ayuden sentirme yo para ello.

Ambos sabían que esa era la mentira más cruel de sus vidas.

—Haré mi mejor esfuerzo por ello —engañó Kuroo. Algún día volvería a aceptar la verdad, pero ahora era adaptarse o perder a su mejor amigo. Al menos un momento, aunque ni ellos se creían.

—Entonces... Te busco en unos días. ¿Dale? —sonrió Kotaro.

Sin ver a Tetsuo hacía una semana, a Akaashi hacía una y media y a su familia hacía casi dos meses, Kotaro se escondió en su apartamento hasta que una bellísima mañana con clima otoñal y cálidos rayos solares chocaron contra su ventana. Así decidió salir a correr un rato.

Capucha alta, música en los auriculares, el trote firme y la llamada a la ambulancia a punto de marcar. No previó el hecho de que se encontraría a Keiji fumando a costas del pasaje de agua alado a su camino.

Todo hasta ese momento se veía sacado de un universo alterno, aquél donde respiraba bien sin importar qué, el mismo donde con sus amigos salían a tomar y joder, el cual le permitía jugar de forma profesional, el mismo donde tal vez besaba a Akaashi y en su mayor deseo, su familia le veía, aunque sea, practicar Volley.

Pero la garganta le comenzó a picar, recordándole que en este universo ninguna de dichas ideas podía ser real.

Cayó convulsionado al suelo. Y no podía marcar el celular porque frente suyo, a lo lejos y corriendo hacia él, podía notar a Keiji preocupado.

"Hasta nunca, mi paraíso", pensó al entender que ya no podía mentir más, cuando por fin aprendía a disfrutar del engaño.

A los ojos de la muerte [Bokuaka] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora