La piazza più importante della città, centro della vita pubblica, anteriormente contornata da edifici monumentali civili e religiosi, ma attualmente si circonda da grattacieli, ristoranti e commerci.–Salud –corearon suavemente, violando así los protocolos de etiqueta, pues se suponía que no se debían golpear las copas, ni fuerte ni suavemente, porque bastaba con levantarlas para brindar con la elegancia que el champán sugería.
Inmediatamente, ambas bebieron un delicado y sonriente sorbo mientras mantenían sus miradas fijas en la otra por respetar el momento, por respetar la maldición de que quien brindaba y no bebía, y tampoco veía a los ojos, tenía siete días, meses, años o décadas de mal sexo; ahora, y a partir de este momento, la Arquitecta se preocuparía de hacerlo con la religiosidad que el culto al alcohol se merecía, porque las libaciones a Baco eran lo que la habían llevado de no tener ningún tipo de sexo a tener el mejor de toda su vida. También lo hicieron como muestra de respeto por el sabor del vintage.
–¡Por la infidelidad de Zeus! –saboreó Sophia, con una pequeña risa, la manera en la que disfrutaba de cómo se le reventaban las pequeñas burbujas en los labios, sobre la lengua y contra el paladar.
–Es especial –rio nasalmente y, con un asentimiento que le indicaba que estaba de acuerdo con la interjección, colocó la copa sobre la mesa.
–¿Qué tiene de especial? –preguntó, viendo cómo sus dedos acariciaban el tallo de la copa; la manera en la que lo hacía tenía algo de sensual–. Digo, aparte de ser caro, supongo.
–Es un Pérignon del ochenta y tres, año en el que tengo entendido que naciste –sonrió de nuevo y se llevó la copa a los labios.
–Detallista –sonrió–. Nunca me lo habría imaginado, ¿sabes?
–Sutor, ne ultra crepidam –murmuró, arqueando fugazmente la ceja derecha, y bebió otro sorbo.
–No te juzgué, simplemente no me lo imaginé –refutó exitosamente–. Esto, y lo de hoy por la mañana fue muy...
–¿Muy...?
–Lindo –sonrió–. Creo que es la causa principal de mi sonrisa.
–Ah, sí, la sonrisa de poderes mágicos –resopló, notando un ligero rubor en sus mejillas–. Hace que se me olviden todos mis problemas –añadió, encogiéndose entre hombros.
–Creí que Emma Pavlovic no tenía problemas –bromeó.
–Mmm... deben ser los hoyuelos –murmuró pensativamente, obviando el comentario anterior.
–Basta –susurró–. Vas a hacer que me sonroje.
–Tiendo a tener ese efecto en la gente –murmuró su Ego, apoyando el mentón sobre su puño para acercarse un poco con su torso por sobre de la mesa.
–A lo que vinimos –rio nerviosamente–. ¿Te parece?
–Sí, porque estoy famélica –murmuró Emma con una sonrisa mientras abría la carta y desviaba sus ojos de los de Sophia.
–¿Puedo preguntar algo? –murmuró, haciendo que la Arquitecta bajara un poco la carpeta de cuero rojo para aparecer tras él con una sonrisa condescendiente–. ¿Puedo escoger y pagar?