In termini architettonici artistici, parte laterale della scena teatrale. In una composizione figurativa, elemento laterale dello sfondo che ha la funzione di inquadrare l'insieme.
El timbre insistía como la campana que decretaba el fin de la brevísima libertad de los recesos en el Moraitis. Sonaba y resonaba, exigiéndole a una huella dactilar que dejara el descanso para la noche, porque ya era de día y era hora de ponerse de pie con ánimos, con ansias, con el Zeus en la boca. Reclamaba ser apagado, pues, de lo contrario, ilusionaría con el olvido para repicar de nuevo algunos minutos después.
Fue Emma quien se retorció primero entre el dolor del desvelo y la remota resaca en la que coexistía con la melena rubia que buscaba reacomodarse contra su pecho. A ciegas, tanteó la mesa de noche hasta encontrar el origen de la vibración y el agudo tañido. Entre la somnolencia y el ligero susto que le había arrancado el incómodo tono de la alarma, presionó un botón cualquiera. No supo cuál. Como si hubiera habido muchos de dónde escoger.
–¡No! –sollozó Sophia contra su piel, buscando, a ciegas, el brazo que la había abandonado para encargarse del despertador–. No quiero.
–¿Qué es lo que no quieres? –rio Emma con cierta desgana, atrapando su mano en la suya para llevársela a los labios.
No sabía si lo era, pero, al menos para ella, para Sophia, era evidente que lo único que no podía querer a esa hora y en esas condiciones era no levantarse, porque salir de la cama implicaba, primero, dejar de dormir; y segundo, apartarse de la calidez que despedía el cuerpo de la italiana, dejar la comodidad de su cama, las sábanas y las cobijas y las almohadas para enfrentarse a las bajas temperaturas otoñales y a los insufribles minutos que se tardaba el calentador en hacer lo suyo.
–Empezar el día –se escondió en su costado.
–Ya somos dos –musitó contra sus nudillos–, pero tengo que regresar a mi apartamento por ropa.
–Estoy segura de que debo tener algo que puedas usar.
–Tus pantalones no me entran ni con manteca y no me gustaría tentar a las Moiras ajenas con un potencial botonazo, en caso de que logre que me cierre alguna de tus camisas –resopló–. Si te sirve de consuelo, a mí tampoco me interesa lidiar con este martes.
–Honestamente, no. No me sirve ni de apoyo ni de consuelo, ni de nada –se aclaró la garganta.
–¿Qué sí te sirve? –susurró Emma.
–Nueve minutos más aquí, así –se encogió ligeramente entre hombros.
–¿Nueve minutos? –Sophia asintió–. ¿Por qué nueve y no cinco o diez?
–Porque cinco es muy poco y diez ya podrían pesarme en la conciencia –rio, irguiendo la cabeza para intentar desafiar la oscuridad de lo que todavía consideraba ser la madrugada y mirarla a los ojos–. El capitalismo me exige devengar mi salario por adelantado –se explicó con una risa mordaz de por medio.
–Ese maldito capitalismo –resopló Emma mientras estiraba la sábana hasta cubrir sus cabezas con ella–. La culpa la tiene el cochino dinero.
–Eres una cínica –disintió, apenas logrando disimular el regocijo–, y una descarada.
–Cretina –la corrigió con una perceptible sonrisa arrogante.
Escuchó una risa nasal en la rubia y, considerando que sus alientos matutinos no habían resultado en algo criminal u ofensivo, buscó sus labios con los suyos. Se preguntó si los mortales se sentirían así con la primera taza de café del día: en paz, despreocupados, altamente funcionales y quizá hasta felices; se preguntó si así eran los efectos de una línea de cocaína o un jeringazo con heroína, un goteo de morfina.
