I: El chico de cabello de sol

151 16 2
                                    

Bariloche, Argentina,1 de Agosto de 2015, 15:30 p.m

Era invierno en Bariloche. Las montañas se veían a lo lejos cubiertas por un espeso manto de nieve blanquecina, las nubes de tormenta se arremolinaban en el cielo dejándoles claro a los turistas y habitantes de la ciudad que la lluvia no iba a parar allí.

Nela caminaba por las calles envuelta en su gruesa campera color gris. Los copos de nieve teñían su oscuro cabello de blanco y hacían que escalofríos recorrieran su columna vertebral. Era su primer sábado de vacaciones de invierno, y cómo no, su madre no le había permitido dormir hasta las doce como tenía planeado, sino que la había enviado al negocio de la esquina a comprar las cosas que faltaban para el almuerzo.

Ah, su madre. Con sus ya treinta y ocho años era la mujer más activa que había visto en su vida. Todo el tiempo corriendo de acá para allá, cocinando, limpiando, decorando y riéndose de todo. Obviamente,como loca hiperactiva que era, no podía ver a nadie tranquilo o sin hacer nada productivo, y eso le quedó más que claro esa mañana cuando la fue a despertar.

-No sé como podes ser tan friolenta, Neli-le dijo mientras le sacaba el colchón de frazadas que tenía enroscado en el cuerpo.- Para mí, seguro que es porque nunca hacés nada. ¡Todo el día tirada, amor! Si no te movés, nunca vas a entrar en calor. -agregó, mientras le corría las cortinas- Por eso mamá te va a ayudar a que no tengas frío. Andá a comprarme unos fideos de Armandito, dale. -y se fue, con ese paso apurado que tanto la caracterizaba.

Entonces no le había quedado más que levantarse, abrigarse mucho, e irse, porque cuando su mamá la mandaba a hacer algo, y no iba, ahí si que se le armaba una grande. Igual, no sabía por qué la mandaba a ella y no a Elías, su hermano, que tranquilamente podía ir en auto, y con la calefacción bien alta, si vale aclarar.

Un montón de diferentes sonidos llegaban hasta sus oídos. Era temporada alta en Bariloche y los turistas se quedaban el la ciudad para disfrutar todos los placeres naturales que esta tenía. La nieve, las montañas, los bosques y el agua, todo era como un hermoso paisaje pintado en acuarelas, y Nela sentía una inmensa desconexión con todo eso que la rodeaba. Los idiomas se entremezclaban, formando una extraña melodía que no podía comprender, pero si sentir.

A pesar de vivir toda su vida en Bariloche, Nela aún se sentía ajena a todo lo que la rodeaba. Odiaba el frío con todo su ser y lo sufría como si su vida dependiera de eso, amaba el calor y el sol, el aroma de las flores frescas, de la tierra húmeda y el de la lluvia. Amaba la naturaleza y todo lo cálido que esta otorgaba, sin embargo, el invierno le provocaba una sensación de disgusto, de frialdad emocional y oscuridad.

Divisó el almacen al otro lado de la calle, justo en frente de ella. El local le pertenecía a Armandito, un viejo sin hijos ni esposa, que había dedicado su vida a vender mercadería, era chismoso como él solo, igual, ella lo adoraba. Armandito tenía un corazón enorme.

Quiso cruzar rápido, pensando en lo mucho que se iba a reír el viejo cuando la viera así abrigada.

-Vos no sos de acá, nena. -le iba a decir riéndose- Seguro que naciste en el medio del caribe y viniste a parar acá.-Y después de reírse juntos, Nela iba a sentir ese vacío interior que aparecía por no saber de dónde venía realmente.

Una bocina la sacó de sus pensamientos. A su izquierda, un inmenso camión se acercaba. El miedo la paralizó, así sin más, y ella solo pudo cerrar los ojos y quedarse a esperar el impacto. Una ráfaga de viento cálido la rodeó. Las manos se le calentaron, la nariz, las orejas, las mejillas, todo le subió de temperatura. Era como si un rayo de sol la estuviera acariciando entera.

Abrió los ojos despacio, temerosa, y se tocó el cuerpo casi con desesperación. Estaba en la vereda de enfrente, la del almacén, sin sangre, ni huesos rotos, ni ropa rasgada. Estaba viva y absolutamente entera. Miró en todas direcciones con la boca abierta, tratando de buscar esa explicación que ella misma no lograba darse.

Frente a ella, en la otra vereda, había un muchacho. Tenía la piel apenas bronceada, como si hace un tiempo hubiese estado en verano, y su cabello, más claro, daba la impresión de que el sol se había encaprichado con él. Que se había enamorado, y había decidido regalarle sus rayos dorados y su calidez. Sus ojos eran pálidos, claros, contrastantes con el esplendor que despedía su cuerpo.

En su cuello, el collar que la había acompañado desde sus primeros días, comenzó a calentarse. No era una temperatura similar a la de su cuerpo, lo sentía, era algo más, como si el collar hubiese sido acercado al fuego unos pocos minutos, el suficiente tiempo para calentar,pero no para quemar.

Un auto pasó frente a ella, obstruyendo la vista del muchacho, y cuando el camino quedó libre para ver, ya había desaparecido.

Nela se quedó en la vereda, aún sobre sus rodillas, temiendo que sus piernas temblaran al levantarse, y con un millón y medio de preguntas dándole vueltas por la cabeza. El calor, que había atribuido a la simple adrenalina de casi ser atropellada, todavía no desaparecía, y se preguntó entonces si realmente seria el miedo o si era algo más. Si quizás, el chico de cabello de sol tendría algo que ver.

-Nena, ¿estás bien? -Armandito había salido de la tienda con la escoba en mano y la había visto ahí, tirada con la mirada perdida y mucho más pálida de lo normal. Nela salió del estupor y agitó la cabeza con fuerza, tratando de sacarse el atontamiento de encima.

-Si, si, me bajó un poquito la presión, nada más.

Armando no se convenció, por lo que al entrar le dio un vaso de coca cola.

-Ni te creas que me preocupás mocosa, eh. Tenía esa botella vencida por ahí atrás, y por eso te la di. -le dijo, camuflando que realmente se preocupaba por la chica y lo había asustado mucho verla así.








Como Ráfagas de SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora