Viejas Heridas

275 26 3
                                        


La máscara de seriedad y distancia que Riza siempre llevaba se había ido quebrando con cada trago que bebió esa noche. Roy había notado los cambios sutiles, aquellos que eran imperceptibles para sus otros subordinados, pero no para él, nunca para él, que conocía todas las formas que las facciones de Riza Hawkeye podían adoptar. Al final de la noche, la joven capitana ya reía con soltura y sus compañeros estaban sorprendidos pero encantados con esa faceta de la siempre estricta soldado.

Roy, en parte envalentonado por el alcohol, comenzó a acercarse cada vez más a su fiel subordinada. Por años tuvo deseos de poner en limpio sus sentimientos, esos que nunca pudo superar.

Porque Roy Mustang tuvo que asumir que nunca dejó de amar a Riza Hawkeye. Hubo un tiempo donde creyó que sí, pero en realidad solo estaba distraído, agobiado por la guerra. Cuando la vio de nuevo, de pie en ese desierto manchado con sangre, supo que se había engañado a sí mismo.

Riza parecía cómoda con su cercanía. En realidad, él sabía que ella nunca se sentía incómoda con él, pero estando sobria, no le habría permitido poner su mano en su rodilla, ni mucho menos hablarle de tan cerca que su aliento chocaba con sus labios.

Sus labios.

¿Cuánto pasó desde la única vez que pudo sentir sus labios en los suyos?

A veces los años parecían fundirse entre sí, pero estaba seguro de que era más de una década. Cuando él dejó la casa de su maestro para unirse al ejército.

Un poco avergonzado de recordar un beso de la adolescencia con tanta claridad, se lo comentó. Y la magia del momento se perdió.

Ante la mención del beso que ella le había dado como despedida, los ojos chocolate de su capitana se abrieron como platos, para luego entrecerrarse cuando frunció el ceño, como si de pronto hubiese recordado algo que la molestaba. Riza irguió la espalda y se alejó abruptamente de él.

Antes de que pudiera preguntar qué sucedía, Riza se levantó y sin mirarlo se despidió.

-Recordé que no alimenté a Hayate, con permiso. -

Pero él no iba a dejar que se fuera así. Su mente estaba intoxicada, no por el alcohol, sino por esa proximidad en la que se habían sumergido. Sentía su aroma y su calor corporal, podía ver el subir y bajar de su pecho mientras estaba en silencio. Y no estaba listo para renunciar a eso.

Porque sabía que, si se rompía la burbuja en este momento, nunca volvería a construirla.

Así que fue tras ella, la llamó, pero no obtuvo respuesta. Tampoco quería obligarla a voltearse hacia él, no en el medio de la calle donde cualquier podía verlos, así que optó por seguirla hasta donde pudieran hablar sin miedo a oídos externos. Sabía que Riza sentía su presencia, pero no hizo nada para echarlo.

Llegaron a la puerta de su edificio y por fin ella volteó a verlo.

-General...-

-Riza, necesitamos hablar. - usó deliberadamente su nombre de pila a pesar de que ella decidió poner una barrera utilizando su rango.

-De hecho, tiene razón, yo también necesito hablar con usted. - Su tono cortaba como un cuchillo, pero Roy no iba a echarse para atrás después de haber llegado a este punto.

Antes de que Roy pudiera preguntar qué había sucedido para que se fuera así, Riza le habló en tono de advertencia, firme, pero con el leve color de alguien que ha estado bebiendo de más.

-No voy a entrar en sus juegos, general. Hay demasiado en riesgo como para eso. -

¿Juegos? ¿De qué juegos habla?

Royai Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora