Lucy se encontraba en un pequeño y atestado despacho. Una mesa, tan grande como el catre de Lucy tenía en la buhardilla de la servidumbre, cubierta de libros, documentos y bocadillos a medio comer, ocupaba la mayor parte del espacio entre dos hileras de repisas dispares, cuyos estantes se hundían bajo polvorientos volúmenes encuadernados en cuero. Ante el ventanuco se halla un hombre con una enmohesida toga negra y un birrete. Estaba de espaldas a Lucy y hablaba con una voz tan profunda y fría que parecía surgir de los sótanos del castillo.
—Mi sobrino está cubierto de calzones, Sauersop-dijo—Qué curioso.
Lucy se tomó un momento para limpiarse la nariz con la manga de la camiseta y luego carraspeó educadamente.
—Disculpad señor—dijo—No soy Sauersop.
El hombre se dio vuelta. Su rostro alargado y amarillento parecía hecho de cera blanda en la que alguien había hundido-demasiado profundamente—las piedras negras de sus ojos y una boca semejante a la piel de una pasa. Sus cejas—o, mejor dicho, la zona prominente donde otra persona habría tenido cejas—se alzaron en un leve gesto de reproche
—No eres Sauersop— repitió
—No, señor— aseguró Lucy—. No lo soy
—Pues me alegro. No le profeso un gran afecto al Maestro Heraldo, pero hoy me veo obligado a consultar con el una cuestión sobre sinónimos heráldicos.
—Echando un vistazo por encima del hombro de Lucy, el hombre consultó el reloj de cuco que hacía tic-tac en la pared—. No lo espero hasta mediodía. ¿Habías concertado una cita?
—Me temo que no
El hombre se acercó a la mesa y se sentó. De un inestable montón de papeles extrajo un cuadernillo en cuya cubierta destacaba el rótulo CITAS, escrito con elegante caligrafía. Después de humedecerse el dedo en la esponja situada sobre la mesa, pasó una serie de páginas en blanco hasta llegar a una en la que aparecía inscrito: << Adolphus, 17 de mayo, XIX.>>
—Bueno, creo que podré hacerte un hueco— dijo al tiempo que tomaba su pluma.
—Gracias, señor— respondió Lucy
El hombre mojó la pluma en el tintero y, tras mirar de nuevo hacia el reloj de cuco, escribió: 11.43: Niña
—Soy el profesor Gutz— se presentó, mientras devolvía la pluma a su soporte—. Por mi placa habrás deducido que soy doctor, pero sólo un doctor de palabras. Veo que respiras agitadamente. ¿Buscas un médico?
—No, señor—contestó Lucy—. Se lo agradezco mucho. Sólo me he quedado sin aliento.
Costive Gutz se reclinó en la silla y observó a Lucy detenidamente, apoyando la barbilla en las puntas de los dedos, como si reflexionara sobre una palabra desconocida que hubiese encontrado en un libro.
—Antes de hablar del motivo de tu visita—dijo—, me gustaría formularte una pregunta.
Lucy padeció. ¿Había relacionado el profesor su agitada respiración con el tumulto del patio y los apresurados pasos de los guardias en el pasillo?
—¿Sí, profesor?— susurró la joven en tono agudo.
Gutz se inclinó hacia adelante y señaló con las astas gemelas de sus índices el pecho de Lucy.
—¿Qué diablos es un << gizmobot>>?
Lucy se ruborizó. El profesor había reparado en su camiseta. No era una chica presumida, sino que se avergonzaba cuando la gente se fijaba en su atuendo. Siempre vestía con ropa desechada del estilo del mundo exterior que Lucy recogía de la caja de caridad de la Misión Americana, en Tenesmus. Llevaba unos tejanos que apenas le llegaban hasta los tobillos, unas zapatillas deportivas muy usadas y una camiseta que promocionaba figuritas mecánicas en poses beligerantes: ¡Los Gizmobots!
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El Secreto del Castillo de Cant
Phiêu lưu(K.P.Bath) Bienvenido a las remotas tierras del Barón de Cant, un lugar fuera del tiempo y tan pequeño que ni aparece en los mapas.