En general las criadas sólo permanecían en el servicio unos cuantos años durante los cuales ahorraban para el ajuar y después dejaban el castillo para casarse. Ni siquiera un barón podía permitirse vestir a un personal tan numeroso y que cambiaba continuamente, así que los uniformes pasaban de unas chicas a otras y sólo se reemplazaban cuando habían sido remendados muchas veces.
Lucy había supuesto un problema, al ser mucho más joven y menuda que las demás chicas. El problema era que los uniformes le quedaban grandes.
Al final, sin dejar de protestar por el dispendio, el señor Vole se había visto obligado a ordenar que se confeccionara uno especialmente para ella. Al principio, Lucy lo lució con orgullo. Pero Lucy fue creciendo, mientras que el uniforme se quedaba igual, y conforme pasaba el tiempo empezó a darle vergüenza llevarlo, Suplicó al señor Vole que le hicieran uno nuevo, pero el mayordomo insistía en que le quedaba <<mucho uso>> al raído vestido, que por entonces apenas si cubría las rodillas de Lucy. Sólo cuando se le rompió una costura en público, para gran regocijo de las chicas que se habían reunido para cenar, permitió Vole que Lucy se quitara el pobre atuendo,
De eso hacía casi un año. Desde entonces Lucy había llevado ropas de la Misión, como una huérfana de las calles, mientras el señor Vole le daba largas con la promesa de que le facilitaría un uniforme <<quizás el próximo trimestre fiscal>>.
Entre tanto, las chicas mayores cuchicheaban y se burlaban de ella, y los tipos como Constive Gutz la miraban de una forma rara. Los ciudadanos de Tenesmus estaban acostumbrados a ver huérfanos con ropas estrafalarias, pero para los habitantes del castillo Lucy era objeto de asombro y diversión. Por ejemplo, la primera vez que se presentó en la cárcel militar para entregar los cuartos de penique de Lemonjello a Arden Gutz, el carcelero de guardia había resoplado abiertamente
-Hoy no se permiten visitas, muchacha- le dijo cuando se le pasó el ataque de risa. Se esforzó por poner cara seria- Je, je. No: todos los presos que pueden trabajar están en la cochera, quitando chicle de los asientos de los carruajes. Uno pensaría que un gran y poderoso señor abriría la puerta y escupiría el chicle fuera- añadió-.Pues no. Dejan la caca atrás, como los conejos. Tendrás que volver mañana-
Y Lucy se había ido, decepcionada. Por alguna razón, estaba impaciente por conocer al señor Arden Gutz, que tan orgulloso y desafiante se había mostrado mientras permanecía arrodillado junto a la Piedra de Justicia; parecía distinto de cualquier otra persona que Lucy hubiera conocido en sus años en el castillo, que estaba lleno de lisonjeros con largas túnicas. Acarició la idea de que Arden Gutz y ella pudieran tener algo en común; ambos sabían lo que era meterse en dificultades, al menos.
Lucy regresó al pabellón, con los cuartos de penique aún tintineando en su bolsillo. El cumpleaños del Barón se celebraría con un gran festejo, y por todo el patio se oía el ruido y el ajetreo de los preparativos. Los martillos sonaban estruendosamente mientras los obreros levantaban el estrado donde se pronunciarían los discursos. Una marquesina se alzaba sobre una cocina exterior, y alegres banderines ondeaban sobre el césped para jugar a la petanca, las pistas para paseos en tortuga y otros pasatiempos. La esperada celebración comenzaría al día siguiente.
Lucy se paseó por el patio, inspeccionando las instalaciones, hasta que el reloj dio las tres. Había dejado a su señora dando su clase de esgrima en un rincón del pabellón, pero Pauline ya debía estar lista, pues iba a ofrecer un té a sus primas. Eso significaba que habría que bañarla y después sacarla de la bañera (pues una vez dentro, a Pauline le gustaba remojarse hasta que los dedos se le arrugaban como pasas), arreglarle el cabello y vestirla. Lucy había guardado su muñeca hacía siglos, pero a veces sentía como si no hubiese hecho nada salvo jugar a las muñecas desde que llegó al castillo de Cant.
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El Secreto del Castillo de Cant
Pertualangan(K.P.Bath) Bienvenido a las remotas tierras del Barón de Cant, un lugar fuera del tiempo y tan pequeño que ni aparece en los mapas.