—¡Desde luego, Wickwright, mira que eres idiota!— exclamó Pauline
Acababa de volver del banquete que su padre había ofrecido a su hermana y su cuñado, que habían llegado ese día de su villa en el lago Poltroon. Faltaba poco para las celebraciones del vigésimo aniversario de su padre como barón y el castillo estaba abarrotado de nobles visitantes. Pauline llevaba puesto un espléndido vestido de satén esmeralda y un sombrero alto, rematado en pico, llamado >. Desde la punta del sombrero un vaporoso velo le caía hasta la cintura. Pauline dejó un paquete en una de las mesas de la colada y después se sentó al lado del paquete, mostrando sus escarpines cubiertos de perlas.
—No creo que decir << una egregia idiota>> sea exagerado—añadió.
—Supongo que no, señora.
Lucy retiró la plancha de la estufa y empezóa planchar un pañuelo. Durante todo el día, desde el amanecer, había trabajado sin descanso en la lavandería de la baronia; era su castigo por los delitos de alboroto, travesura e insubordinacion. Ahora el cielo presentaba un color púrpura en las altas ventanas enrejadas, y Lucy trabajaba a la oscilante luz de una antorcha.
—Puede que Costive Gutz sea más feo que una pasa—prosiguió Pauline—, pero también es más listo que un zorro. Yo jamás me habría refugiado en su despacho. En el banquete alardeó delante de todos de cómo te había engañado.
—Sin duda metí la pata—reconoció Lucy. Pese a ello pensó que su señora nunca habría tenido motivos para esconderse en la oficina de Gutz, porque como hija del Barón no podía ser castigada. Además, era tan bocazas que seguramente se habría delatado mucho antes que Lucy—. Confío en que hayáis disfrutado del banquete, señora— añadió con la esperanza de cambiar de tema.
—Pues no.— Pauline esbozó una mueca—. Ha sido un aburrimiento, salvo por la exhibición de juegos malabares. Papá estaba de mal humor porque otra vez ha vuelto a dejar el chicle, y los discursos se hicieron eternos, aunque en realidad no decían nada. Has tenido suerte de estar trabajando. Yo habría preferido la compañía de ropa mojada antes que la de esos pesados.
Lucy dobló el pañuelo y planchó el pliegue. Ella prefería pasar los sábados en la taberna de su tío, en Tenesmus, como en realidad habría hecho si a Pauline no se le hubiera antojado lanzar ropa el día anterior. Si su señora consideraba que trabajar era una bendición, se dijo Lucy, debería haberse ofrecido voluntaria para hacer la colada. Pero no dijo nada. Pauline, como si sintiera curiosidad por ver cómo se hacía realmente el trabajo, observaba cómo planchaba Lucy.
—¿Por qué le resultará tan difícil a papá dejar de masticar chicle, Wickwright?— preguntó— se pone de un humor de perros y apenas prueba bocado. ¿Por qué será?
—No lo se, señora. No cabe duda de que es muy adictivo.
Lucy nunca había entendido el atractivo del chicle, que de todos modos era un lujo que no estaba al alcance de una persona de su condición. En cambio los nobles pasaban el día masticando. De hecho, abandonar el hábito parecía ser lo más difícil. Todas las mañanas, las criadas quitaban montones de chicle de debajo de las mesas y las sillas.
—Es un vicio— declaró Pauline.
—Estoy de acuerdo, señora.
—Pero siempre que papá intenta dejar de mascarlo, termina bebiendo barriles enteros de vino— continuó Pauline—. Y por culpa del vino al final se comporta de manera terriblemente estúpida.
—Lamentó oírlo, señora— respondió Lucy con sinceridad.
Últimamente el Barón andaba mal de salud, y su estado preocupaba mucho a Pauline, su única hija y heredera. Lucy dobló el pañuelo dos veces más, planchó los pliegues y, por último, se lo guardó en el bolsillo trasero de los tejanos.
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El Secreto del Castillo de Cant
Aventura(K.P.Bath) Bienvenido a las remotas tierras del Barón de Cant, un lugar fuera del tiempo y tan pequeño que ni aparece en los mapas.