La semanas pasaban de forma rápida y silenciosa, el frío del invierno se intensificaba y la nieve cubría las calles como una mullida almohada blanca.
Habían pasado ya unas 3 semanas aproximadamente desde el desenlace que tuve con Pierre y del que me he arrepentido cada uno de mis días. En esa época era tan débil, me había llevado guiar por simples advertencias malintencionadas.
En aquellos momentos el joven no me dirigía la palabra, cada vez que nos topábamos o coincidíamos en algún lugar especifico ponía un semblante que provocaba profunda melancolía, dolor y amargura...sabia que le había hecho daño y no era capaz de perdonarme.
Esas últimas tres semanas habían sido un tanto extrañas. Lo primero fue que a mi padre la conferencia no le había resultado muy ventajosa, el mundo económico y comercial se había marchitado de forma instantánea...las potencias judías habían sido aplacadas.
Mientras tanto, dejando a un lado la vida adulta, la rutina escolar iba en declive. Nos trasladaron al gimnasio con la promesa de su temporalidad.
La verdad es que los consensos escolares no tardan en determinarse en más de una semana, así que ya comenzaba a contemplar la idea de que pasaríamos mucho tiempo por este espacio deportivo.
Últimamente había carencia de profesores. En los últimos días camionetas llenas de militares habían requerido la presencia de prácticamente todo el profesorado.
Les esperaban a todos una serie de hechos traumáticos y seguramente mortales, aunque por esos tiempos mis compañeros y yo pensábamos que se trataba de un asunto gubernamental que necesitaba de la ayuda de nuestros instructores.
En cuanto a mis compañeros, muchos habían desaparecido de sus hogares del día a la mañana. Decidí pensar que había sido debido a que acababan de inaugurar una nueva zona residencial y nuevas vías de trenes a las afueras de la ciudad.
Esa misma tarde era bastante común. Recorría el mismo trayecto para abandonar mi lugar de trabajo (la escuela)todos los días con Annalise. Pero hubo una pequeña cosa que trastocó mi día para bien.
Mi amiga sabía que no lo estaba pasando bien del todo en casa. Los comentarios ofensivos hacia mi por parte de mi madre no habían parado de llover. Mi padre estaba desquiciado ,ya que desde la caída comercial, su esposa no lo había dejado de culpar por ello. Para colmo, Ivette había desarrollado un caso severo de anemia y adelgazaba tremendamente por segundos.
-Ellie,¿cuánto falta para que te retiren al fin las muletas?-dijo Annalise acariciando suavemente mi hombre al verme sumergida en mis pensamientos.
-La verdad, no me había acordado. ¿Cuántas semanas dices que llevo con ellas?-respondí.
-No lo he dicho, pero me parece que llevas tropezando con ellas unas cuatro semanas ya-añadió con tono burlón.
-Jaja, muy graciosa. Iré esta a devolverlas a la farmacia.
De repente, nos encontrábamos en las los extremos del recinto de nuestro liceo...y divisé el camino de flores.
-¿Podemos ir por ahí, Annalise?-pregunté con el estómago revuelto al recordar lo triste que fui a partir de ese día.
-Claro Ellie, lo que quieras-respondió mi amiga limpiándome con su chaqueta verde menta la pobre lágrima que había derramado.
-¿Quieres que hablemos de lo que pasó, pasa o pasará en este camino?, Ellie, sabes que me tienes para todo...¿verdad?
Annalise era mi único apoyo emocional...en realidad lo había sido toda mi vida. Ninguna lo habíamos pasado bien en cuanto asuntos familiares en esta vida y sin duda ella se llevaba la corona.
Cuando tenía la edad aproximada de cinco años, tenia una hermanita, con la esperanza de haber sido llamada Manon al bautizarla. Al poco tiempo el bebé enfermó por tuberculosis tras una visita al zoo que Annalise había propuesto. Tras no encontrar donante de sangre para realizar una transfusión, la niña murió con ayuda de fármacos.
Su madre optó por autolesionarse y la bebida. Annalise siempre estaba por en medio así que al culparla de la muerte de su hermana siempre estaba justificado pegarle una hostia y cruzarle la cara.
Por el contrario, su padre escogió el camino fácil...pagar la frustración con sexo. Annalise podría entrar a su casa un día cualquiera y ver escenas totalmente obscenas por parte de sus padres. Se acostaban por todos los lugares de la casa para traumatizar a la niña, ¡la odiaban!
Un vecino al cabo de un tiempo lo denunció y una familia de tres decidió acogerla como suya. Nadine y Adrien Domecq junto a su hija Ava, escogieron a Annalise para formar la primera familia que le dio amor en su vida.
Por aquella época, no estaba muy normalizado que una familia negra judía adoptara a una niña, el racismo estaba en auge... pero al ver que gente como mi padre y Adrien comenzaron a tratarse como mismísimos hermanos, la gente comenzó a centrase más en los cotilleos de pueblo.
Adrien era sicólogo, por lo que le había enseñado a Annalise unos valores exquisitos. Mi amiga, por lo tanto, era una persona verdaderamente protectora y cariñosa con las personas que le importaban y que daba los mejores consejos del mundo.
-¡Claro que sé que te tengo a mi lado tontorrona!-le dije dándole un besito en su moflete y abrazándola.
-¡Por cierto!, mis padres me han comprado un lienzo increíble y junto a tus pinturas voy a pintarte un cuadro increíble , así que ve haciendo sitio en tu cuarto-dijo de forma cariñosa.
Recorrimos el camino de flores formando nuevos recuerdos plagados de risas y amor entre dos amigas que cuidarían de la una y de la otra incondicionalmente. Cuando creía que la tarde de ese día había hecho esfumarse a los malos recuerdos se me ocurrió preguntarle a Annalise:
- ¿Podrías acompañarme a la farmacia?
- Lo siento muchísimo Ellie, le prometí a mi madre que estaría pronto en casa para ayudarla a preparar la cena que tenemos esta noche.
-¿Cenáis esta noche con alguien?-pregunté intrigada.
-Cenan con nosotros dos Elisabeth-respondió justo la persona que no deseaba ver en ese momento.
Me giré , y allí estaba, al final del camino de flores se encontraba Pierre Le Brun devorando un polo de hielo. Me cuestioné el motivo por el que estaría ahí, pero al cabo de una milésima de segundo me di cuenta que en realidad él había sido quién me había enseñado el camino de flores y ese era ''su territorio''.
-Toma, había comprado dos-me dijo tendiendo su mano hacia la mía y depositando en ella otro dulce helado.
-Descuida Annalise, yo la llevo a la farmacia de mi tío.
-Gracias Pierre, eres un cielo. Nos vemos en la cena-dijo mientras se despedía dando saltitos, se notaba que le hacia ilusión la velada gastronómica.
Me miró con sus ojos pardos de forma cariñosa, pero con cierto rencor. Sin yo decir ni una palabra me sujetó de la cintura y me ayudó a caminar . Para él significaría una muestra de ayuda hacia una tullida, para mi , me hizo abrir los ojos diciéndome a mi misma:
-Joder, sigues enamorada de él.
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Sr & Sra Birkenau
RomanceEn la vida no hay que tener miedo, el miedo es solo un sentimiento que va de la mano contigo para advertirte o causarte escalofríos en ciertas cosas. Yo nunca había sentido en mis venas que era el miedo exactamente. A mis 17 años de edad nunca había...