Rincones

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Me pongo delante de un espejo, me peino mi pelo pelirrojo recogiéndolo por detrás con un lazo verde que me regaló Miranda.

Siempre que puedo lo llevo, aunque sea en el bolsillo; solo para que me dé suerte y para estar cerca de mi amiga. Me lo regaló hará una par de años y, a su vez, yo le regalé una pulsera de nudos azul.

Me miro el rostro, no tengo demasiadas ojeras debajo de mis ojos azules y mis pequitas parecen más marcadas de lo normal.

Me pongo mi único vestido decente para celebrar mi cumpleaños: el azul oscuro.

Durante todo el día pasa gente a felicitarme y yo educadamente los invito a pasar en casa y tomar algo. Las mujeres mayores me miran con cariño y me dicen que ya soy una mujer por haber cumplido mis dieciséis años.

Algunos de mis amigos del pueblo se pasan por casa y me abrazan y me cantan canciones de felicitación. Aunque soy muy feliz hay dos personas a las que me gustaría ver más que a nadie: a Miranda y a mi madre.

Mi madre murió cuando yo era muy pequeña y mi padre me educó sola en un pueblo donde ninguno de los dos tenía familia. No me acuerdo mucho de ella, pero estoy segura de que le habría encantado verme en mi decimosexto cumpleaños.

Por otra parte, Miranda no creo que venga y se atreva a escabullirse del castillo ella sola. Pero al pensar en ella sonrío, porque recuerdo que ahora debe de estar buscando algún lugar secreto por su castillo en busca de los objetos de Ópalo; como me dijo a la oreja cuando nos íbamos.

-Ha sido el día más agotador de mi vida - exclama mi padre sentándose en la silla de la cocina.

-Sí, pero ya ha terminado...

-Querías que vinieran Miranda, ¿Cierto? - Y aquí es donde mi padre usa su técnica secreta de leer mentes.

-Oh, sí, bueno... me habría gustado... pero sé que la voy a ver dentro de poco así que no pasa nada.

Los días pasan extraordinariamente rápido; mi padre no para de trabajar en el montón de manteles nuevos y yo me paso el día recogiendo sus pedidos de tela y encargándome de la tienda que él no puede atender.

Un día antes del cumpleaños nos volvemos a plantar delante del castillo, cargando a los hombros inmensos manteles bordados finamente con distintos hilos de colores.

Al entrar ayudo a mi padre a desplegarlos y mostrarlos al señor del castillo.

Después me voy con Miranda; está tan emocionada que antes de llegar a su cuarto me exclama:

-Creo que he encontrado donde puede estar el objeto de Ópalo - me dice con gran emoción.

No puedo creer que lo haya estado buscando tanto; y en mi cabeza surge la idea se decirle que lo más probable es que sea una estupidez, pero... me dejo llevar por la niña que llevo dentro y digo:

-¿Pues a qué esperas? ¡Llévame allí!

Corremos por todo el palacio, primero bajamos unas amplias escaleras, luego vamos por un pasadizo en el que hay una puertecita que Miranda abre con una llave, esto conduce a unas escaleras de caracol estrechas que llevan a un pasadizo con cuatro puertas.

-Es un antiguo pasadizo de habitaciones del personal, pero hace siglos que está vacío.

Abrimos una de las puertas. En el interior hay una vieja cama raída y un armario de madera empotrado en la pared. Miranda abre el armario y me muestra una trampilla en la pared, por la que podríamos pasar a gatas.

-Creo que está en ese rincón de allí, pero no he encontrado la llave.

-Vaya, estábamos muy cerca. ¿Dónde podríamos encontrar la llave? - suspiro.

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