33-Familia; Sammuel.

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Era ya de noche, y sin contratiempos mayores más que paradas para orinar y desvíos por culpa de calles repletas de autos, lograron entrar a Utah.

No llevaban ni veinte minutos conduciendo cuando se toparon con una masacre militar en una tienda 24-Hrs; había todo tipo de animales rondando por aquí y por allá y, sobre todo, había decenas de cadáveres tanto humanos como silvestres frente a dicha tienda.

—Creo que nos hemos topado con lo que la caravana mencionó —dijo el sargento—. Dios mío...

Había animales comiendo cadáveres putrefactos y una cantidad de zombis militares abrumadora, todos observaban el camión e intentaban ir tras él con pasos torpes.

—Al parecer ya no es una caravana... —Mencionó Jack mientras señalaba con la cabeza los vehículos militares destruidos, volcados e inservibles.

Pasaban exactamente frente a la puerta de la tienda, cuando Sammuel, de manera despistada, volteó a uno de los camiones.

—¡Médico! —escuchó vagamente al sargento gritar.

La cara de Jack la tenía justo encima suya, quería gritarle que se detuvieran y pararan el camión, pero ni siquiera tenía aire para pronunciar una palabra o un pequeño ruido.

Comenzó a perder el conocimiento y todo a su alrededor se empezó a oscurecer y opacar, dejándolo en un intenso e infinito negro que se extendía por todos lados.

Estaba consciente en su letargo, intentaba gritar que detuvieran el autobús, pero las palabras sólo resonaban y rebotaban por su cabeza.

Comenzó a sentir que le presionaban el pecho muchas veces y repetidamente, de pronto sintió cómo sus pulmones respiraban aire fresco y la oscuridad donde estaba hundido se transformó en un blanco infinito. Por mucho que intentaba despertar, en ningún momento lo logró. Y así sintió que pasaron horas.

Despertó.

La oscuridad dentro del camión era casi absoluta, tenían las luces interiores apagadas y no lograba distinguir bien las caras. En el exterior las lámparas estaban apagadas, y había una obscuridad total rondando las calles y los edificios.

—Las lámparas ya no se encendieron hoy —dijo el sargento cuando notó que se movió—. Tu amigo se durmió hace unas horas al ver que no despertabas —mencionó mientras apuntaba con la mirada a Jack, quien estaba recostado a su lado.

Sammuel observó a su alrededor; sólo había dos soldados despiertos y el conductor.

—El mundo está entrando en las tinieblas. Si hoy ya no funcionaron las lámparas, después será el agua, y después ya no habrá comida. —Sammuel estaba callado, aún se sentía aturdido—. Si no logramos contener toda esta mierda en este mes, probablemente ya nunca lo podremos hacer... y aunque hay esperanza, esas cosas que vemos por las ventanillas nos la quitan de inmediato. Ojalá hubiera manera de decirle a Seattle que no hagan ningún movimiento hasta hacerle pruebas a la sangre que llevas en ese frasco.

—¿Qué hora es?... —formuló Sam, sentía que el mundo le daba vueltas. Intentaba entender todo lo que le decía Jameson.

—Casi las seis de la mañana, el sol no tarda en salir y faltan cinco kilómetros para llegar a Colorado.

—Mierda... —se quejó mientras se incorporaba en su asiento.

—¿Qué viste que te desmayaste? —le preguntó.

Sintió de nuevo que el aire se le fue, pero esta vez logró controlarse lo suficiente como para tartamudear al hablar.

—L-la esposa de... mi hermano —dijo casi susurrando.

—¿Qué dijiste? —preguntó confundido.

—Vi a la esposa de mi hermano dentro de un auto... sin la garganta y... creo que moviéndose. —Recordó casi llorando.

Esta vez lo dijo con un tono más alto, haciendo que Jack y algunos otros del camión despertaran.

—No alcancé a ver a mi hermano, tal vez siga vivo... Debemos volver, sargento —le rogó tomándolo de la chaqueta militar.

—Entienda que eso es algo estúpido, Sammuel.

—Debo revisar que mi hermano no esté entre los cadáveres de la caravana...

El color le volvió al cuerpo y sintió que absorbió más aire que en toda su vida.

—Mi hermano está en la caravana —le dijo a Jack mientras lo tomaba de los hombros, haciendo que pusiera una cara de desconcierto—. ¡Pise el acelerador, debemos llegar cuanto antes!

—La familia es la familia —dijo el sargento mientras daba autorización al conductor de aumentar la velocidad—. Ahora sí tiene sentido lo que pides.

—Ya verás que Joshua estará de maravilla, nos estará esperando para irnos de aquí en un helicóptero —le dijo Jack mientras lo tocaba del hombro y le sonreía.

—Señor, hay movimiento —les informó el conductor. Todos se asomaron por las ventanas y efectivamente, decenas de zombis se movían de un lado a otro en dirección a la carretera principal, parecía que avanzaban a donde ellos iban—. Neblina a cien metros.

—¿Neblina? ¿Pero qué me estás contando? —respondió mientras se paraba e iba hacia la parte frontal del autobús.

Sammuel también se puso de pie y se encaminó hacia el frente.

—Eso no parece...

Al momento de hacer contacto con la espesura gris todos comenzaron a toser.

—Es... humo... —dijo como pudo un soldado.

—¿Qué carajos se está quemando? —preguntó el sargento mientras se movía de izquierda a derecha—. Todas las calles están repletas de humo.

El cielo a la lejanía se miraba rojo y morado, una combinación que hacía especular un gran incendio. Sammuel trató de mantener la calma y pensar lo más positivamente que pudo. El humo era muy espeso, pero de igual manera se podía ver bien a través de él.

—¿Cuánto tiempo para llegar a la base? —preguntó el sargento.

—Cinco minutos a esta velocidad —respondió el conductor.

—¿Qué tan bien ve a través del humo?

—Perfectamente, señor.

—Entonces que sean dos, aumente la velocidad tanto como pueda. No quiero ser pesimista, pero ese resplandor rojo viene del lugar donde se supone que está la base militar...

El camión comenzó a acelerar y todos se agarraron bien de sus asientos. Afuera los zombis estaban muy inquietos, de un lado a otro y gritando, pero parecía que gracias al humo no los podían detectar, aunque algunos se encaminaban hacia ellos y otros parecían ir directamente al resplandor rojo.

Todos los soldados habían cambiado su expresión; ahora parecían preocupados, decepcionados, frustrados y hasta enfadados, y no era para menos, habían recorrido un gran camino para poder llegar a su objetivo y ahora que por fin podrían ser rescatados parecía que todo iba a salir mal de nuevo.

—A dos minutos —exclamó el conductor.

La cara del sargento cambió drásticamente a una de desilusión. Miró a Sammuel con unos ojos de compasión y después regresó la mirada hacia el frente. El humo se intensificaba mientras más se acercaban; se hacía más negro y espeso, y, sobre todo, impedía cada vez más respirar de manera eficaz.

—Llegamos —anunció el chófer mientras detenía el vehículo frente a las grandes puertas de la gran base militar de Colorado.

Había varios camiones militares mal estacionados frente a dos helicópteros negros con franjas naranjas.

—Oh por dios... —resopló el sargento una vez bajó del autobús.

A Sammuel se le bajó la sangre hasta los pies y casi escuchó a todos los soldados llorar.

Frente a ellos se encontraba la gigantesca estructura militar cubierta hasta el tope por fuego...

Día Z; Apocalíptico IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora