Prólogo

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—¿Qué crees que nos pase a todos nosotros? —preguntó el soldado John Johnson.

—¿Crees que yo sé algo? —contestó Erick Praga.

—Supongamos que es cierto lo que dice el viejo de ahí adentro —dijo mientras hacía una seña en dirección a la cabina de cristal.

—¿Que la bacteria viene ya creada para que ninguno de nosotros ni nuestras familias sean infectados? —bufó—. Yo creo que no es verdad.

—¿Por qué no?

—¿Te das cuenta de cuántos soldados somos? Contando a los administradores y a todas las familias de cada uno de nosotros, ¿crees que todos seamos inmunes?

—¡Diablos! —exclamó—. ¡Es cierto! ¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Suponía que tú ya debías...

Fue interrumpido por el sonido de una sirena y una ligera luz roja que comenzaron a sonar. Sintieron cómo la sangre les bajaba a los pies y el corazón les empezaba a latir tan fuerte que parecía que se les iba a salir del pecho.

Voltearon a la cabina de cristal y el viejo de adentro tenía su mano oprimiendo un botón rojo, su cara estaba sin expresión alguna, pero se podía notar su remordimiento y su pesar al igual que su cansancio y el odio que sentía por ellos y por sí mismo. El botón rojo sólo podía ser presionado una vez; cuando la bacteria estuviera terminada.

Por fin. Después de casi un año de intentar, al fin la terminó. De la puerta de metal que sellaba la sala donde se encontraba el pequeño laboratorio llegó corriendo Nick Anderssan.

—¿Está terminada? —preguntó, ansioso.

—Al parecer sí, señor —contestó John.

—¿Está terminada, Roger? —le preguntó mediante un micrófono al viejo que estaba dentro.

El tipo hizo una señal afirmativa.

—¡Espléndido! —exclamó con inmensa alegría en su demacrado rostro—. ¡Denle todo lo que quiera! Debo ir a avisarle al jefe.

Anderssan salió corriendo de la habitación, sus zapatos hacían un chirrido tras cada paso que daba.

Ambos soldados intercambiaron miradas y le hicieron una señal a Roger para que se pusiera en la puerta de limpieza de la cabina para limpiarlo y desinfectarlo y así pudiera salir hacia la sala.

—Puede sentarse, señor Williams —le dijo Erick Praga mientras señalaba el sofá.

—Gracias —dijo sin hacer ningún gesto, parecía que en cualquier momento iba a comenzar a llorar.

—¿Pasa algo? —preguntó Erick.

—¿Pasa algo? —repitió el señor Williams, la furia en sus ojos y la ferocidad de sus palabras hicieron retroceder a los soldados un par de pasos—. ¿Te das cuenta del monstruo que acabo de crear? ¿Sabes cuántos millones de personas morirán gracias a esa cosa que hice?

—Entiendo que se sienta...

—¡No puedes entenderlo! —le interrumpió mientras rompía en llanto—. Merezco morir...

—Nos hizo inmunes a todos nosotros, ¿cierto? —John intentaba cambiar el rumbo de la conversación.

—Lo hice; con una pequeña muestra de ADN de las casi mil personas que trabajan aquí. Tan solo con eso, serán inmunes todos aquellos que tengan parentesco de sangre con ustedes, o sea sus familias —terminó de hablar agachando la cabeza.

—Gracias, Roger —dijeron al unísono. La incomodidad surcó el lugar.

—¿Saben si su jefe, el señor Collen, me dejará ir?

Día Z; Apocalíptico IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora