15-Caballería; Sammuel.

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La mañana comenzó extrañamente tranquila.

Cuando Sammuel cerró los ojos para dormir, los disparos, gritos y explosiones seguían sonando, pero no recuerda cuándo dejaron de hacerlo. Tuvo un sueño pesado, se sentía agotado, sin fuerzas, como cuando el sistema defensivo de tu cuerpo está intentando frenar alguna enfermedad. Observó a Jack, quien estaba boca abajo sobre un charco de saliva y con los ojos entreabiertos, así dormía él.

—Anda, bella durmiente, despierta —le dijo mientras lo movía y a la vez se incorporaba. Al instante despertó.

—Carajo... —dijo en un quejido—. Siento como si me hubiera pasado un camión encima.

Sammuel echó un vistazo a la pequeña ventana que tenía el garaje donde se quedaron a pasar la noche y se percató del humo, del fuego, de la gente muerta tirada por doquier y... de la gente muerta caminando. Había al menos una o dos docenas de zombis repartidos por toda la calle, deambulando sin rumbo.

Volteó a ver a Jack y le hizo un gesto con el dedo para que se callara. Éste asintió inmediatamente, pues sabía que cualquier tipo de sonido alarmaría a las criaturas.

—Tenemos entre doce y veinte problemas allá afuera.

—Tengo dos cartuchos de doce balas —le dijo sacando el arma y tirando del martillo hacia atrás.

—Yo un cartucho con once. Fallo más veces que tú —respondió mientras echaba un vistazo al lugar donde se encontraban.

Era un cuadrado perfecto, sin puertas a excepción de la que hacía la función de pórtico. La tarde anterior entraron sin ninguna complicación, la cortina estaba levantada y no había nadie en el interior, así que llegaron como si se tratara de su casa y al estar dentro oprimieron el botón para cerrar el portón. Les costó dormir, pero una vez lo hicieron, nada pudo despertarlos de nuevo.

Había estado ansioso por ver a su hermano, sin embargo, las circunstancias conspiraron para hacerlo tener que esperar, y, a final de cuentas, él sabía que andar de noche por las calles en la situación que se encontraba el mundo era la peor idea posible.

Estaba a punto de abrir la puerta cuando Jack lo detuvo.

—¿Estás loco? Vamos a hacer un chingo de ruido.

—¿Qué opción tenemos entonces? Debemos salir sí o sí.

—Hay que usar su debilidad a nuestro favor, mira, le quité una bomba de humo a un soldado caído, hay que levantar la cortina con las manos un poco y lanzarla despacio al exterior. Quizá con el montón de humo podamos tener una manera de salir de aquí sin que nos vean.

Sammuel lo pensó un momento. Tenía razón; era muy estúpido actuar violentamente. Quizá había cien zombis en la próxima calle e iban a escuchar los disparos en cuanto se tuvieran que defender.

Mientras metía los dedos por debajo del pórtico y comenzaba con dificultad a levantarla, su compañero fue quitándole el seguro a la bomba. Jack se puso pecho tierra y se asomó a la calle para visualizar por dónde lanzaría el artefacto. Los zombis no habían escuchado nada y se encontraban mirando en direcciones alternas cuando, de un movimiento rápido, lanzó el cilindro metálico tan lejos como pudo. Al caer en el concreto, el pequeño objeto de metal hizo un sonido sordo, como cuando se le escapa el aire a un balón y, tras esto, comenzó a salir humo.

Los rugidos y gritos comenzaron a sonar, pues tal parecía que los monstruos eran capaces de escuchar hasta el sonido más discreto. Los zombis empezaron a movilizarse y a acercarse a la lata que producía el ruido, pero poco podían hacer más que patearla cuando se chocaban con ella. Pronto la calle se llenó de humo blanco, que en conjunto con la ligera niebla que había logró hacer que no se pudiera ver nada, como si una nube hubiera bajado del cielo y se posicionara frente a ellos.

Día Z; Apocalíptico IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora