Interludio-II

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La llegada a Seattle había sido muy agitadora, había decenas de helicópteros volando por todos lados, los soldados estaban construyendo grandes muros de tres metros de alto alrededor de toda la ciudad, era un trabajo de ingeniería increíble y asombroso. Ver a toda la fuerza armada estar trabajando muy duro la hizo sentirse muy orgullosa de su esposo.

—¡Por favor, señoras, no suelten a sus hijos y sigan la línea amarilla que los llevará a un edificio donde podrán resguardarse! —dijo un soldado que tenía un casco blanco mientras apuntaba a la línea pintada en el suelo.

Había una ligera llovizna, la noche había caído y sólo eran iluminados por grandes reflectores y lámparas distribuidas en el interior del fresco muro. Pasaba gente corriendo por aquí y por allá, llorando, asustados, pidiendo ayuda y algunos heridos. De vez en cuando se escuchaba un disparo o dos.

—¡Ayúdenme! —Llegó corriendo una mujer que tenía sangre por algunas partes de su cuerpo y estaba empapada en agua.

—¡Cuidado! —Llegaron dos soldados armados detrás de ella—. ¡Está infectada! —Fue lo último que dijeron antes de dispararle varias veces.

Llegaron dos personas vestidas con trajes especiales para levantar el cadáver y llevárselo.

—¡Madre tengo miedo! —le gritó uno de sus hijos.

—Lo sé, hijo, pero estaremos bien, ya estamos a salvo, sólo cierren los ojos y tómense de mi mano, ya casi llegamos al refugio —dijo Karen mientras tomaba a sus dos hijos y los empujaba hacia adelante—. Señora, ¿usted está bien?

—Estoy bien, sí, sí estoy bien —dijo la madre de Sammuel temblando de miedo, se le notaba extrañada, como si no supiera qué estaba pasando.

De pronto, mientras los dos sujetos con el traje especial llevaban el cadáver de la mujer en una camilla, ésta se levantó de un salto repentino y mientras gritaba y gruñía comenzó a correr en dirección a ellas. Estando a unos pasos de llegar, dos disparos surcaron el aire, impactando directamente en la cabeza de la zombi, salpicando a Karen y sus hijos de sangre.

Ésta reaccionó agachándose y cubriéndose con las manos la cara, pero una vez se incorporó sólo pudo ver como sus dos hijos y la madre de Sam corrían despavoridos de miedo, todos a lados diferentes.

—¡No! —gritó—. ¡Vuelvan! —Sintió que desgarró su garganta.

No sabía por quién ir primero, se sintió frustrada, veía cómo los tres se alejaban rápidamente.

—¡Imbéciles, deben dispararle a la cabeza! —les gritó a los soldados uno de los sujetos que llevaban traje especial.

—¡Ayuda, por favor! —les dijo Karen—. ¡Mis hijos han escapado!

—¡Señora, estamos ocupados! Por favor, encárguese usted misma de sus asuntos —le dijeron mientras se alejaban con el cadáver.

La tormenta estaba empeorando y le dificultaba cada vez más la vista.

«Iré por mi hijo más pequeño primero», se dijo a sí misma mientras comenzaba a correr a la dirección en la que lo vio irse. Estaba totalmente empapada ya. Los soldados pasaban marchando de un lado a otro. Afuera del muro se escuchaban disparos. Corría tanto como podía cuando, gracias a la lluvia y su dificultad de ver a través de ella, chocó con un soldado y cayó al suelo.

—¡Apártese, señora! —le gritó. Karen prestó atención y vio que se trataba de toda una caravana de camiones y soldados—. Control, aquí el sargento Jameson, mi caravana está lista para partir. Envíenme la ubicación a la que arribaremos —dijo por su radio el soldado con el que había chocado.

Día Z; Apocalíptico IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora