1. El último vals

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En la residencia de los Nakamori, el inspector terminaba de repasar el plan para evitar el robo de Kaito Kid previsto para al día siguiente. La casa estaba en silencio, lo cual inquietaba a la joven Aoko. Normalmente, su padre estaría despotricando incesablemente sobre el famoso ladrón; sin embargo, allí estaba. Inmóvil, mirando fijamente a la pared donde un calendario colgaba. No había ninguna fecha señalada sobre el papel, pero en la mente de los Nakamori había un día marcado en sangre. Otro año había pasado desde que la madre de Aoko murió en aquel accidente. Lugar equivocado en el momento equivocado.

Desde aquel momento, Ginzo Nakamori no volvió a ser el mismo. Se refugió en el alcohol, que  conseguía adormilar sus pensamientos. Del mismo modo, se enfrascó en el trabajo, que le despistaba de su cruel realidad. La joven no era ninguna idiota, sabía que el día que perdió a su madre, también había perdido a su padre. Peor aún, sospechaba que a su padre cada vez le costaba más mirarla debido al enorme parecido que guardaba con su madre.

Miró de soslayo la nota que yacía en la mesa. «Bailemos un último vals, Nakamori-keibu. El próximo jueves, a las nueve de la noche, en el Museo Nacional. Me adueñaré de El Talismán. Con amor, Kaito Kid». Se rumoreaba que aquel sería el último robo del famoso ladrón de blanco. Pero... ¿por qué? ¿Qué había cambiado? ¿Por qué retirarse ahora y no antes? ¿No después? Más aún, ¿por qué siempre devolvía lo robado? ¿Qué se escondía bajo el sombrero? ¿Detrás del monóculo? Kaito Kid era un enigma. Uno que le estaba dando dolor de cabeza a Aoko, por lo que decidió irse a dormir.

Al día siguiente, la joven estuvo ausente. No podía prestar atención, ni a sus profesores, ni a sus amigos, ni a sus alrededores en general; lo cual resultó en constantes tropiezos y en un amigo de la infancia un tanto preocupado. Durante el día, la muchacha había ignorado todos sus comentarios, trucos y bromas.

–Ey, ¿todo bien?

Aoko se limitó a asentir.

–Nee, Kaito. Si tú fueras Kaito Kid, ¿por dónde huirías?

–Ehh... ¿tu padre está a falto de ideas para detenerle?–bromeó, intentando ocultar su susto inicial.

–No, ya lo tiene todo planeado. Sólo era curiosidad.

La seriedad de su amiga le resultaba inquetante.

–Por el jardín.

Recorrieron lo que quedaba de distancia en silencio.

El tratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora