2. Favores

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El Museo Nacional estaba cerrado al público. En el edificio se concentraban decenas de agentes junto con el dueño de El Talismán. Mientras el inspector Nakamori ultimaba unos detalles, su hija había conseguido colarse en el jardín del museo sin que nadie se diese cuenta. Era una noche cálida y agradable, una de esas que anima a cualquiera; no obstante, la joven se sentía desolada. Se sentó en un banco a esperar a la función.

La paz era únicamente perturbada por el cricrí de los grillos. El lugar parecía estar aguantando la respiración. Nueve campanadas; hora de la función. Música empezó a resonar por todo el lugar, música de vals. Poco después, gritos y pasos se unieron a la melodía. Una multitud de gatos tratando de cazar un solo ratón, aunque la presa no tenía pinta de perder.

Hacía unas semanas que Kaito había conseguido destruir Pandora y desmantelar la maldita organización que había matado a su padre, y todo sin tener que desvelar su identidad. Ahora que había logrado su cometido, podía recuperar su vida. Sabía que echaría de menos ser Kaito Kid, pero el precio que había pagado por ser él era alto. Por eso, Kaito quería disfrutar de aquel último robo.

Se había tomado su tiempo en instalar una buena cantidad de trampas que desviasen la atención de los agentes. Aquel museo era enorme e iba a usar eso a su favor. No obstante tenía que admitir que Nakamori-keibu había conseguido sorprenderle en varias ocasiones, incluso le había hecho perder su pistola de cartas. Eso le dificultaba algunos de los trucos planeados, aunque, por otro lado, también le añadía un toque de riesgo e improvisación que el joven ladrón estaba saboreando. Al cabo de media hora, decidió que ya era hora de poner fin a aquella función. Los llevó a todos a la azotea donde vieron cómo un muñeco –muy realista, por cierto– de Kaito Kid se escapaba en el planeador. Una vez se aseguró de que los agentes creían que había huido, se dirigió a los amplios jardines.

–¿Buscas algo? ¿Esta pistola, tal vez?–a sus espaldas, Aoko le apuntaba con su pistola de cartas.

–Buenas noches, Aoko-chan–contestó el mago con voz cantarina–Una agradable noche, ¿no cree?

–No me llames así–gruñó entre dientes, lo cual hizo sonreír al ladrón.

–Vaya, ¿ningún insulto? ¿Seguro que se encuentra bien, señorita?

–Cállate –tras un breve silencio, la joven explotó– ¿Por qué? ¿Por qué te retiras? ¿¡Por qué hoy!?–gritó, sorprendiedendo al muchacho.

–Pensaba que mi retirada la llenaría de alegraría, Aoko-chan. No crea que no he notado sus carteles.

Aoko aumentó la fuerza en su agarre, de forma que la figura del arma se le estaba quedando marcada en la piel.

–Te desprecio, no lo voy a negar pero... quiero... necesito que... ¡tienes que seguir robando!

El viento los azotó de repente, llevándose consigo el sobrero blanco. Kaito se preguntó si conseguiría llegar a casa con todo su traje, aunque le inquietaba más el estado de su amiga, su voz sonaba bastante más aguda de lo normal.

–Creo que no la entiendo, Aoko-chan. Y con "creo" quiero decir "definitivamente"–la chica se tomó la libertad de no contestar–No va a disparar, ¿me equivoco?

Comenzó a moverse pausadamente para recoger su sombrero. Una vez colocado estratégicamente para que su rostro quedase cubierto, la observó. Cuerpo tenso, manos enblanquecidas, dientes apretados, cabeza algo gacha. El muchacho se acercó hasta que su pecho tocó el cañón y agarró el arma. Aoko la soltó.

–¿Y bien? ¿Qué está pasando?

–Mi padre... él no está bien, desde que mi madre...–sus ojos quemaban y en la garganta se le estaba formando un nudo terrible–Él no está bien. Él... evade la realidad con el alcohol y el trabajo y tú... tú eres su mayor escape. Y yo... yo intento ayudarle pero no se deja, necesito más tiempo y estoy sola y... –si seguía mordiéndose así el labio, acabaría sangrando–hoy es el aniversario de... mi madre... del accidente y... sé que no tengo derecho a pedirte nada pero...–una lágrima recorrió la mejilla de Aoko–por favor... ¿puedes seguir robando? Un poco más, hasta que consiga hacerle ver que tiene un problema... por favor... No tengo a nadie que me ayude, no sé qué más hacer... Por favor... solo un poco más...–hacía rato que había perdido la voz, hablando en un suave susurro.

Le costaba respirar, y se sentía patética e impotente. Pensar en que el retiro de Kaito Kid podía conllevar la destrucción total de su padre le angustiaba a más no poder.

–¿Y si no puedo?

Esas palabras habían marcado el K.O. Con una mano en su boca sofocando sus sollozos y la otra abrazándose a sí misma, Aoko cayó al suelo.

El tratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora