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Tres días habían pasado desde que habían salido de Londres, ahora se encontraba sentada en el sofá de su nueva habitación, la habitación de la condesa de Berry. Un cambio drástico, pero debía acoplarse o no sería una buena esposa.

-Milady ¿Ya sabe que prenda va a utilizar para está noche? - Christine asintió y señalo las prendas de color celeste, esa la había comprado junto con Isabelle cuando viajaron, se suponía que iban a ser para la noche de bodas con el hombre que ella escogiera.

-Es un hermoso traje Milady, su esposo va estar encantado con usted - La doncella tomo la prenda con un brillo en sus ojos, y como no, si seguramente nunca había visto un diseño tan hermoso y más con una tela tan suave

-Esa es la idea Carmín

La doncella no mayor que su ama, baño y cubrió el cuerpo de Christine con fragancia de lavanda, su favorita, colocó sus prendas, peino su suave cabello cobrizo, lo trenzo y dejo a su ama en la espera de su marido.

Pasada de un par de horas, sintió que crujía una puerta, no había notado la puerta de enseguida hasta que oyó que la abrían. ¡Que tonta! Ella esperando que él entrara por la puerta principal. Christine se cubrió con la manta y guió su mirada hasta donde estaba su esposo alumbrando con una vela, desde su cama podía ver el cabello desordenado y unos mechones que caían sobre su rostro, no llevaba la ropa de calle, ya tenía puesta sus prendas de dormir, Christine se cubrió el rostro de vergüenza ante está imagen.

-¿Estás bien? - como estarlo si le ganaba más el miedo

-Si... Daniel - mintió

-Levántate - aún temblando de miedo, Christine quitó las mantas que protegían su cuerpo y se bajó de la cama, el frío de la alfombra recibió sus cálidos pies. -Desnúdate - pidió Daniel mientras colocaba la solitaria vela sobre una mesa cerca a la cama.

Christine obedeció y con sus temblorosas manos se quitó la bata, desde su puesto Daniel contemplaba a su esposa, su piel blanca brillaba de manera tentadora con el reflejo de la vela, así que tomo el candelabro dejándolo más lejos de la cama.

Christine no entendía porque alejaba la luz, había dedicado su vida entera al cuidado de su apariencia para agradarle al que sería su esposo y este ahora mostraba rechazo queriendo tener intimidad en una habitación oscura. Aunque por un lado esto la tranquilizaba.

La mirada de Daniel se volvió oscura y vacía, miro a su esposa nuevamente desde otra distancia y solo podía ver a una mujer sumisa que solo buscaba complacer a su marido por el simple hecho de que así lo dictaban las normas.

-Acuéstate en la cama - la jóven asintió y obedeció como le habían enseñado.

Daniel volvió a repasar el cuerpo de la mujer con un pensamiento claro.

No es ella

Christine estaba acostumbrada a recibir órdenes y para eso fue criada, pero esto ya era el colmo, ella era una dama educada, pero también tenía sus límites y que él la estuviera mirando de pies a cabeza sin hacer nada la estaba incómodando más de la cuenta.

-¿Hice algo mal? - por esta vez sería condecendiente y una damita muy sumisa.

Daniel negó saliendo del letargo, se desvistió y subió a la cama repitiéndose la misma frase una y otra vez, pero al incorporarse sobre ella, solo pudo ver el rostro de su anterior esposa, sus ojos brillaron por lo que veían, con ansias desesperadas rozó sus labios esperando que como las otras veces no se esfumará, y está vez sus plegarias habían sido oídas, sus labios eran cálidos como siempre, cerro los ojos y se dejó llevar tocando más allá que solo su rostro. Christine sintió por primera vez que un beso podía transmitirle sensaciones en lugares inexplorados, pero toda dicha fue apagada cuando el dueño de aquellas caricias la quedó mirando nuevamente como si no valiese nada. Seguido de ésto, él solo le abrió sus piernas y se adentro en ella, Christine no sabía nada de este tema, pero sabía que en esos momentos ni él, ni ella, se sentírian cómodos.

Un Destino Soñado (Serie Nobles Desamores III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora