Durante el resto de la estadía de Sócrates Samer, en la cabaña, nos dedicamos a modificar y corregir el libro. Me encontraba, en general, con un ánimo excelente; pues había alcanzado una complejidad y una profundidad literaria que no sólo era nueva para mí, era un texto sin precedentes y una obra maravillosa de gran valor, y no lo digo porque fuera yo el autor, pues es bien conocida la sencillez y la humildad que me amparan, y no es poco el esfuerzo que hago para mantenerlos. Agradecí mi buena estrella para ser yo el autor elegido por la providencia para escribir tan fascinante historia, de haberla escrito otro no habría sentido más que pura envidia y no me apena reconocerlo.
Abrí profusas y agudas charlas con mi huésped, me sentía honrado y complacido de poder sostener largos y sustanciosos debates —al menos para mí— sobre diversos temas, principalmente de carácter literarios, filosóficos y a veces antropológicos; abordando cada tema sin ningún tipo de atadura moral o ética, completamente desinhibidos de cualquier sombra de maniqueísmo, soltando cualquier tipo de mordaza cultural, sin dejar dar un mínimo paso el más ínfimo dejo de remordimiento. Muchas de las conclusiones a las que me abracé las dejé caer en muchos de mis textos posteriores, muchas otras aún las conservo en mi alma y mi conciencia.
También me desahogué en diversas ocasiones, la Argentina estaba pasando por momentos lamentables, explicando que no soporto la política y que poco o nada me gusta relacionarme con ella, porque lo único que llegué a ver con el paso del tiempo era cómo los hombres simplemente se mataban por el hambre de poder y todas esas cosas, que por eso quise encerrarme durante una temporada y no sabía cuánto tiempo más duraría allí, pero no quería saber absolutamente nada del mundo. Sin embargo él me hizo reflexionar sobre muchos asuntos al respecto, me hizo comprender que ese ostracismo que me había autoimpuesto, si bien podía traer maravillosos resultados de carácter literario, tarde o temprano pasaría factura en mi salud mental y que no podía dejar que eso ocurriese, en pos de la literatura, aunque fuera; también me convenció —o tal vez me quería dejar convencer por él de lo que fuera— de que, indiferentemente de lo que fuera, por mucho que rechazara al hombre, yo soy un hombre más, en el sentido de especie, que por lo tanto tenía mucho de ellos dentro de mí, y que también hay gente que no es mala, con la que podría compartir y disfrutar a buena cuenta una de las sales más divinas y hermosas de la vida: la amistad.
Por otra parte, a pesar de que todas las conversaciones fueron increíblemente interesantes, hubo una que, particularmente, llamó mi atención y, que para mi pesar, también fue la última. Le mostré la supuesta lista de autores que habían hecho algún pacto con Mefistófeles, y nos detuvimos por un momento a conversar sobre Lovecraft, le mencioné cómo me había resultado fascinante que creara todo ese mundo mitológico y que gran parte de su obra girara en torno a un tomo maldito creado por él mismo, el Necronomicón, y que el autor llegase a comentar y reseñar el libro como si realmente existiera, hasta yo llegué a creer que aquel texto existía, pero cuando descubrí que era falso primero me desilusioné y ya luego reí y celebré el ingenio, pero Sócrates Samer tenía una sorpresa que comentar, resulta que el libro sí era real, y que, entre otras cosas, formó parte del pacto que Lovecraft haría con Mefistófeles, pero es un libro prohibido para la humanidad, así que sólo Lovecraft fue dotado para comprender y soportar el poder de ese texto, y que muchas de las cosas que el maestro de Providence llegó a decir y explicar del maligno tomo estaban, simplemente, suavizadas, endulzadas y hasta filtradas, ya que los efectos podrían ser devastadores.
Seguido de eso recordamos la naturaleza de los pactos, la parte en que quien acepta el trato siempre queda padeciendo siempre alguna especie de condición, y que de parte de este queda resolver si esa condición se convierte para él en una condena o en una gracia.
Tuvimos esta conversación mientras yo terminaba de coser el manuscrito y él daba los últimos toques de carpintería a una caja de manera, hecha a la medida, donde guardaríamos el texto. En la tapa superior de la caja rezaba un hermoso grabado con el título de la obra: "El pacto de Sócrates Samer", y abajo del título mis iniciales. No tenía verdaderas razones para pensarlo, pero de algún modo sabía lo que estaba a punto de ocurrir, así que estaba preparado.
—Eres un gran hombre, maestro —me dijo—, y eres aún mejor escritor.
—Gracias, Sócrates.
—Serás grande —comenzó a decir como preámbulo—, aunque grandes hay muchos, pero ninguno como tú, tú serás el mejor por largo tiempo, no habrá escritor en idioma alguno que no vaya a ser capaz de reconocer tu genialidad y tu erudición. Lo veo venir, como ambos sabemos que está por venir la primavera y tu primavera será fértil incluso después que la vida te haya alcanzado.
—Espero que así sea... —dije mientras colocaba el texto con tristeza dentro de la caja, como si mirara un cadáver en un ataúd.
—Pues así será... —dijo Sócrates Samer mientras observaba el texto con alegría, como si mirara un bebé en una cuna.
Ambos lloramos en silencio mientras él cerraba la caja, porque algo estaba a punto de ocurrir y nos cambiaría la vida completamente.
—Lo lamento mucho, maestro... —dijo con un pesar que podía sentir— espero que puedas perdonarme, de corazón. Serás grande, pero no será con este libro. Lamentablemente la humanidad no está preparada para él... tal vez nunca vaya a estarlo... —yo le escuchaba atento— Verás, esta no es la primera vez que hago un pacto con Mefistófeles, hay un trato que hice que no está registrado acá —posó la mano sobre la caja— y, bueno, qué te puedo decir, como sabes, siempre hay una condición que recae sobre la persona que haga el pacto, y parte de lo que me pase a mí te pasará a ti... este libro es la llave de mi libertad pero debe ser tu decisión lo que resolverá el asunto...
—¿Qué condiciones de pacto hay en juego y cómo nos afectarían?
—Si el libro se queda contigo, serás libre... como ya lo eres, con todo este conocimiento que has adquirido, pero, por fuerza, el libro será publicado con o sin tu consentimiento... yo, de algún modo, quedaré atrapado entre esas letras, sin libertad, sólo siendo lo que esas letras ofrecen y nada más, no la autoconciencia que soy en este momento... por otra parte, el mundo conocerá la obra, no habrá rincón sobre la faz de la tierra que no llegue a conocernos, a mí como personaje y a ti como autor, pero la consecuencia será terrible, porque en esta obra se revelan secretos que han estados vedados por siglos... secretos que, lamentablemente, serán utilizados para fines atroces... porque, como dije, la humanidad no está preparada para una obra como esta.
—¿Y si tú te lo quedas?
—Yo seré... libre, por decirlo de alguna manera, volveré a mi mundo, entraré con el manuscrito y no podré venir a este plano. Y sobre ti recaerán algunas cosas que, bueno... traté de negociar para que te afectaran lo menos posible, y así lograr el mejor de los términos.
—¿Qué me ocurrirá?
—Quedarás ciego... esa es una.
—Pero si desde hace algunos años ya me estoy quedando ciego.
—Efectivamente. En esa pude jugarle vivo a Mefistófeles, la ceguera de la maldición simplemente se unirá a la ceguera congénita que ya venías arrastrando.
—Está bien, nada cambia en ese sentido, así que supongo no es un mal trato, ¿y qué sería lo demás?
—Esto tal vez no te guste...
—Sólo dilo, por favor.
—De tu mente se borrará una serie de recuerdos y detalles de esta temporada, para que no puedas hacer un pacto con Mefistófeles en el que puedas ganarle en el mano a mano de la negociación. Eso implica no sólo el hecho de perder parte considerable del aprendizaje... tampoco, podrás escribir ninguna novela en lo que te resta de vida, para evitar, precisamente, que puedas repetir la fórmula. Al final, todo esto habría sido, simplemente, un sueño.
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El pacto de Sócrates Samer
Historical FictionJorge Luis Borges, uno de los escritores más grandes de la historia, en la década de los 30 se recluye en una cabaña a las afueras de Buenos Aires para escribir la que sería su primera novela. Pero una visita totalmente inesperada le da un completo...