III

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El viejo alquimista que ideé en un principio evolucionó a Sócrates Samer, un hombrecillo bajo, regordete, de mirada profunda y buen carácter, un erudito no muy agraciado, como sugiriendo que el personaje en cuestión no era otro que el Sócrates histórico, aunque más amigable, y quién si no él podría desarrollar los artificios argumentativos suficientes como para desarticular al más astuto y agudo negociador de almas de todos los tiempos, utilizando su abismal conocimiento, su genial picardía, su ingenio innato, desarrollando cada vez más y mejor sus técnicas para llegar al súmmum del conocimiento. Y vagaba a través de los eones, cual judío errante, maldecido con la inmortalidad, recorriendo cada rincón del mundo en busca de la paz de su alma —de allí Samer—.

De este modo Sócrates Samer, en la obra que escribía, se entrevistó con los filósofos más importantes de todos los tiempos, nutriendo su dialéctica, su retórica y su inventiva... Santo Tomás de Aquino, San Agustín, Descartes, Spinoza, Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche y la lista se extendía con gusto. Desarrollando una complejidad y abstracción de pensamiento cada vez más impresionante, así agilidad, perspicacia y una avasallante contundencia argumentativa. No puedo más que describir como "orgásmico", si se me permite, el inconmensurable placer intelectual no sólo de la investigación, sino de los diálogos que me tocó desarrollar. Las batallas, en general, me sumergían de un modo único, casi podía sentir, en muchas ocasiones, que yo no era más que un simple transcriptor de conversaciones y momentos que habían ocurrido realmente, que yo simplemente fui un instrumento de su inmortalización. Mi ceguera parcial no me impidió nunca el buen desarrollo de esta novela, en ocasiones llegué a sentir, incluso, que mi visión se aclaraba. Nada me podía detener.

Para el invierno del 39 me encontraba en el último tramo de mi proyecto, este contaba la nada despreciable cifra de seiscientas y tantas cuartillas, por ambas caras, y ya se venía el momento cumbre de la historia: la invocación y el pacto. Increíblemente, en ese momento, me entró un penoso un bloqueo creativo, ¿cómo hacer la invocación?, ¿qué pediría Sócrates Samer en el pacto? ¿la muerte tal vez?, no lo recuerdo... y sé que no podré recordarlo.

Pasaba largos ratos parado frente al escritorio, mirando a la máquina de escribir, como esperando a que las letras flotaran solas, diciéndome qué hacer, necesitaba tan solo un empujón. Salía a caminar cada cierto tiempo, para ver si el frío o el campo me revelaban la clave, tratando que la musa llegara nuevamente. Me dediqué por entonces a revisar y corregir todo el texto que llevaba redactado, muy emocionado a pesar de todo, tal vez allí encontraría la clave.

Pero los días pasaban y el final no aparecía... el texto, hasta donde lo había llevado, era una obra maestra con todas las letras mayúsculas. Como narrativa funcionaba perfectamente, por una trama subyacente que incorporé, donde abordé ciertos conflictos del personaje y las vidas que debía vivir y asumir, su carácter cosmopolita le brindaba una irreverencia interesante, y su maldición le hacía vivir conflictos donde primaron asuntos relacionados con el tiempo, el espacio, el infinito, la vida y la muerte... temas que, por supuesto, discutió hasta la saciedad con todos y cada uno de los filósofos. Por esto último la obra también podría funcionar, perfectamente, como texto referencial y de consulta sobre temas filosóficos. Así que estaba comenzando a abrazarme, aunque no con gran entusiasmo, a la idea de plantear un final distinto, cubierto de un halo de misterio en el que no se supo más de Sócrates Samer, que se perdió, pero que pululaban rumores de que aún erraba por el mundo, buscando eruditos con los cuales entrevistarse... pero la sola idea me empalagaba y no por mala... sino porque, sentía que sería un desperdicio lamentable, pero sobre todo una traición hacia mi personaje.

Quien es artista conoce esta obstinación de la que hablo, cuando algo no termina de salir como lo deseaste hasta el último momento... y yo, la verdad, estaba más dispuesto a destruir la obra antes que darle un final indigno. Bosquejé varios finales, todos acabaron en la chimenea. Intenté poner a Sócrates Samer a comenzar a hacer alguna invocación y las llamas del fogón consumían las hojas con una exhalación casi diabólica.

Cierta noche aciaga, con un frío arreciando pese al fuego, con la mente cansada y frustrada de tanto meditar en vano acerca de algunos libros de sabiduría milenaria, tratando de dar con algo. Decidí entonces acabar con todo. Así que me paré, tomé el lote de hojas y me acerqué a la chimenea, mirando la danza de las flamas y las sombras, mientras ellas me miraban sardónicas, mostrándome los voraces colmillos que esperaban con ansiedad el ingenioso banquete. Yo asentía, adormecido, y estaba a punto de arrojar el manuscrito, cuando de pronto escuché pisadas fuera de la cabaña y luego alguien, muy suavemente, llamó a mi portal.

El pacto de Sócrates SamerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora