Capítulo Cuatro

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Despues de su entrenamiento físico, la pequeña castaña fue corriendo hacia el castillo. Con su sonrisa deslumbrante que alegraba a toda la gente que la veia pasar.

En el pueblo capital, ella era muy conocida y querida por todos, desde que nació se habia ganado a todos -incluyendo a sus majestades- en el reino. La pequeña -como todos la llamaban- era una niña de 10 años de edad, su cabello castaño caía como toboganes hasta su cadera, con una piel blanca hermosa y una sonrisa radiante, tan amable con todos, risueña amante de las flores, todos esperaban un gran futuro de ella, iba y venia a su antojo por el pueblo. Su lugar favorito siempre fue el castillo y su cosa favorita era perseguir dia y noche al bello príncipe.

¡ah, su príncipe! Su preciado príncipe.

Desde aquella visión se sentia preocupada por el príncipe. Al entrar a la sala real, corrió hacia donde estaban las piezas privadas de sus majestades; la pequeña se detuvo para respirar profundo, cerrando los ojos, en su mente aparecían imagenes, no solo del castillo, sinó que también de las personas que en él transitaban para asistir a algún soberano. Siguió buscando hasta que lo encontró en la habitación privada de la reina.

Al abrir sus ojos grises, sonrió juguetonamente. Empezó a correr en el pasillo de forma rapida y minutos antes de chocar contra la pared frente a ella dijo:— DESTINUM— y se volvió polvo, desapareciendo de ahí y se transportó hacia la habitación de la reina. La peliroja no se encontraba, puesto que al igual que la pequeña era vidente, y su proposito era servir al pueblo y tenia muchos viajes;  la niña al ser muy pequeña no podia aún, pero al crecer -bueno, si sobrevivía- haria lo mismo que su reina. Por el momento tenia que estar en el presente, y cuidar de su príncipe.

Observó donde lo habia visto antes y él no estaba ahí, siguió viendo la gran habitación, era espaciosa con el camarote cerca de la puerta que conducía al baño y a la izquierda se podian ver los grandes ventanales que conducían al balcón, sonrió antes de caminar hacia ahí; al deslizar unas largas cortinas y abrir los ventanales. El aire fresco de la tarde golpeó su bello rostro haciendo que sus risos se movieran hacía tras, como si dejasen que apreciaran sus fellas facciones; frente al barandal estaba el príncipe Fenhix, él estaba viendo el bosque tenebroso que quedaba al lado izquierdo del castillo.

Ella se acercó suavemente tratando de no ser vista, pero antes de que lo tocara, él habló :— ni lo intentes pequeña. Te pude sentir desde que saliste de tu hogar— ella sonrió y lo tomó de su brazo derecho, mientras él la volteó a ver devolviéndole la sonrisa.

—mi príncipe, queria verlo— dijo la pequeña niña antes de ser levantada por el principe.

—¿y eso, porqué? — la niña suspiro al ver sus manitos mientras el principe la sentaba en el balcon frente a ellos y colocaba sus palmas en las mejillas de la menor. — dime ¿qué pasó?

Al sentirlo verla con esos ojos negros, ella no se resistió — la guera... Será horrible, mi príncipe. Si no hacemos nada será peor aún— la niña no lo vió en ningún momento, su vista estaba en sus manitos, sus uñas pintadas de un rosa palido que combinaba con su tono de piel —los reyes no deben saber nada, pero sé que hay alguien que salvará nuestros mundos.

El príncipe frunció el ceño —¿qué... Cómo que mundos? — preguntó el ojinegro

—si, mi príncipe. Hay dos mundos en juego y si no ganamos esta guerra, el otro también peligrará. — a la menor se le soltaron las lagrimas silenciosamente, sus mejillas y nariz se tornaron rosadas como el varnis de sus uñas. Sus ojitos grises desataton una tormenta.

Youngblood: Milenio ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora