XLIX

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Angeles

Había llegado el momento de la cena.

Esa que disfrutaría de algunos invitados, entre ellos sus amigos, que le apoyarían moralmente para afrontar lo que ocurriría esa noche.

Entre estos también estando su primo, que según su doncella no se había separado de Freya.

...

Por eso, al ver la magnitud de la situación, pese a sus nervios a la par de miedos decidió engalanarse con un lindo vestido de noche, que pese a lo sencillo era más que lujoso y refinado. De un color azul oscuro como la noche.

Con pequeños brillantes que lo decoraban, escote princesa, como de costumbre apretado en la parte del busto, en donde este quedó todavía más expuesto gracias a que estaba amamantando a sus hijas, y habían crecido considerablemente apretándole en esa zona, con la caída vaporosa que permitía que se arrastrase tapando las zapatillas que portaba.

Parecía un lindo anochecer estrellado como los de Escocia.

La misma que deseaba volver a pisar, dejando de lado Londres.

Portaba el cabello recogido en una trenza con listones del mismo color, y unos guantes a juego.

No se puso ninguna joya, solo la cadena que era de su madre brillando como toda ella, y la única que no le pudo pedir a Honoria antes de lo ocurrido que la vendiese para escapar, al igual que tampoco arremetió contra las joyas de su matrimonio, esas que aún no tenía el valor de portar.

Porque, aunque se sentía adecuada, volverlas a colocar en su dedo vacío no constaba de ella, si no de Duncan.

Al cual se las entregó cuando pudo, recalcándole que, si en verdad el anhelaba verlos de regreso en su dedo, debía ser el mismo quien las ubicase en la zona.

Por eso continuaba vacía, ya que solo las observó para después guardarles con llave en unos de los cajones de la habitación sin musitar palabra.

Sus benditos impulsos no dejaban de castigarla.

—Milady, esta preciosa— exclamó Honoria mirándole con ternura después de terminar de ponerle un poco de polvos en el rostro para ocultar las ojeras, sacándole del letargo en el que se hallaba tocándose el dedo que sentía desnudo a causa de faltarle lo que tanto anhelaba.

—No es para tanto Honoria— respiró para apartar los nervios de su cuerpo, y tratar de regalarle una sonrisa que más bien pareció una mueca.

No debía permitir que su cabeza le jugara una mala pasada cuando había temas alternos que tratar, que ante eso era una nimiedad.

Duncan le amaba, las inseguridades tenían que quedar atrás.

—¿Milady, cuando se dará cuenta que es una mujer hermosa y única? — no era el momento de tener esa charla, y más cuando dentro de poco enfrentaría su mayor temor—. El amo la adora, así que las dudas al respecto deberían de quedar de lado cuando le ha demostrado, que es suficiente regocijo solo verla respirar.

—Sabes perfectamente, que no necesito creer que soy bonita para sentirme bien conmigo misma— en parte era verdad, pero eso no quitaba que cada vez que se veía al espejo, solo observara el esperpento que alguna vez le hicieron creer que era en España—. Soy hermosa a mi manera, y el tiempo me ha hecho notarlo Honoria, al igual que el, que pese a mis dudas no deja de halagarme— haciéndola sentir incomparable—. Demostrándome que ante sus ojos soy una beldad, y para el resto alguien difícil de ignorar— la doncella apretó su mano de manera afectuosa que ella correspondió—. Es solo que...— volvió a tocar su dedo de manera inconsciente, consiguiendo que entendiese a lo que se refería.

UNA OPORTUNIDAD PARA AMAR (LADY ESPERPENTO) © || Saga S.L ||  Amor real IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora