XX

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Ángeles

El viaje de regreso a Escocia no fue tan agobiante, después de todo anhelaba regresar a aquellas tierras que tanto la habían cautivado y sentía como suyas.

Lo verdaderamente cansino resultaron los preparativos de la unión, en especial la modista que adecuaba todo un ajuar nuevo y el vestido de novia.

Siendo precisamente recomendada por la pequeña francesa de ojos grises picaros, al ser curiosamente diseñadora de la tienda, siendo esta misma la que preparase cada prenda dejándola maravillada con su habilidad de creación.

No obstante, pese a que todo giraba en torno a su persona y en llenarla de adulaciones para que se percibiese lo más a gusto posible, seguía sin hallarse.

Desde su compromiso se apreciaba de igual manera.

Otra en su lugar estaría exultante de alegría, pero ella solo quería echarse a llorar como niña pequeña, y eso era lo que efectuaba noche tras noche después de un día arduo de trabajo donde su tía la tenía asfixiada.

No dejándole cabida a opinar, porque portaba la idea de que ella sabía todo de su entidad.

Ni siquiera siendo consciente de que no era de su agrado, en especial lo suntuosa que sería la reunión, porque le atraía algo más sencillo, pese a que era evidente que debía ser por lo alto, al igual que las flores que adornarían la iglesia tampoco resultaban de su completa conformidad, cuando prefería mil veces las rosas azules para sentir cerca a su madre, su pariente insistiendo con reticencia en las orquídeas que, aunque hermosas, no le parecían adecuadas.

Así que, para no entrar en una discusión, aceptó todo hasta que la noche antes de la boda hizo su arribo.

Era pasada la madrugada, y como en las últimas noches dormir se había esfumado de su diario vivir, más cuando por motivos de fuerza mayor no avisto al rubio, no dejando de añorar que sintiese algo por ella, comprendiendo así, que esa emoción nueva que había aflorado en ella era lo que no dejaba que intentara escapar de la locura.

Por eso sin pensárselo demasiado tomó la bata para tapar el camisón de dormir, bajando lo más silenciosa posible hasta la cocina, en donde la aguardaba un poco de leche para calentar en la lumbre, que la cocinera le dejaba todas las noches como razón, de que pudiera apaciguar un poco su alma.

Hizo lo propio entre remembranzas, tras servirlo en un vaso procedió a sentarse en uno de los asientos dispuestos para los empleados, en los cuales degustaban sus alimentos, al igual que ella en algunas ocasiones.

Tomó el primer sorbo de leche, y dejó que en un suspiro se le fuera casi el alma.

No sabía lo que estaba a punto de hacer.

No comprendía si quería unirse a un hombre que no entendía del todo.

Parecía no soportarle por momentos, en otras ocasiones se desvivía por atenderla.

A veces le agredía verbalmente, pero al final de cuentas siempre sentía que la hacia su prioridad con pequeños detalles que la descolocaban en sobremanera, pero que la halagaban al punto de hacerla derretir.

Siendo más contundentes desde la noche de su compromiso, subiéndola a una nube por tantas sensaciones compartidas, para después darse a desear por su lejanía, justificándola en persona mientras efectuaban un último baile la noche que hicieron las pases, avistándose tenso, con ganas de huir.

O eso fue lo que presintió, pero se mordió la lengua porque no se sentía con derecho a pedir una explicación, aunque este se la diese a medias excusándose con un viaje intempestivo y el querer tener todo listo para que ella se sintiese a gusto cuando pisara lo que sería su nueva residencia.

UNA OPORTUNIDAD PARA AMAR (LADY ESPERPENTO) © || Saga S.L ||  Amor real IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora