Capítulo 4

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Con el correr de los días, la cuestión no mejoraba para Integra. El conde no dejaba de aparecerse todos los días en su despacho para dejarle papeles que "olvidó" entregarle, aprovechando la ocasión para seguir coqueteando con ella de forma descarada. Ella continuaba pasando olímpicamente de sus insinuaciones.

Pero una noche fue el colmo.

Después de un arduo día de trabajo entre papeleo y corridas al ayuntamiento, llegó agotada a su casa. Sólo para encontrarse con Enrico, quien la esperaba impaciente.

— ¡Por fin volviste, Integra! – le reprochó – Ve y prepárate, por favor. Tenemos un invitado muy importante para la cena.

— ¿Justo hoy? – protestó ella – Estoy muy cansada y ni siquiera tengo ganas de comer. Lo único que quiero es meterme a la cama y dormir hasta el próximo mes.

— Pues te aguantas. – le espetó Enrico, apremiante – Es muy importante para nuestros negocios; además, tienes que demostrar que eres una dama de familia de bien. – y agregó, como si fuera la palabra mágica – Por favor...

Integra rodó los ojos con fastidio.

— Haré el sacrificio sólo por hoy. – le dijo severamente. En el fondo, sentía que le debía algo por el hecho de no poder embarazarse. Sacudió la cabeza tratando de alejar esos pensamientos de culpa.

Enrico iba a decir quién era la visita, pero su mujer subió rápidamente las escaleras dejándolo con la palabra en la boca. Contento por lograr que Integra accediera a cenar con ellos, se dio la vuelta y volvió a sus preparativos.

Después de darse un baño reparador, la joven se decantó por un sencillo vestido negro y una elegante cola de caballo como peinado. Aunque al natural, no dejaba de verse imponente y hermosa.

Bajó las escaleras para recibir al invitado junto con su marido, y lo que vio no le gustó nada.

Frunció el ceño al ver la sonrisa y los ojos radiantes de Alucard detrás de sus lentes. Enrico estaba más que encantado de verlo, e Integra lo único que quería era salir corriendo de allí.

— ¡Conde! ¡Bienvenido! – exclamó el dueño de casa – Muchas gracias por aceptar esta humilde invitación a cenar.

— El placer es mío, Maxwell. – replicó el hombre sacándose su sombrero rojo y haciendo ondear elegantemente su gabardina del mismo color – Confío en que no sólo cenaremos, sino que también reforzaremos nuestros lazos como buenos vecinos. – miró con intensidad a la mujer que tenía enfrente. Estaba bellísima... de manera inconsciente, se relamió los labios.

— Bueno, pasemos a la mesa, por favor.

Integra no emitió sonido en toda la velada. Contrariada, escuchaba cómo Enrico y Alucard hablaban de un negocio que podría darles buenos resultados si se asociaban, y que después de conversar y ver los detalles, cerraron con un apretón de manos, prometiéndose llevar todo aquello a los papeles y al éxito como sociedad. La rubia no confiaba ni un poco en el conde, y mucho temía que esta nueva "amistad" entre ellos pudiera propiciarle al hombre más oportunidades para flirtear con ella.

Pasaron a la sala, y durante un instante en el que Enrico se excusó por un momento, dejándolos solos a los dos, Alucard aprovechó.

— Vamos a vernos más seguido, Integra. – ronroneó con alegría.

— Pues sí, no tengo de otra.

— Lo dices como si fuera un tormento estar a mi lado. – se hizo el ofendido – Ten por seguro que mi amistad con tu marido dará buenos frutos... y la nuestra también.

Salvaje es el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora