Capítulo 11

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El período de embarazo, con sus cosas buenas y malas, suponía una época única para cualquier mujer que así lo deseara, viviendo esos meses con disfrute, alegría, ansiedad e incertidumbre sobre cuestiones como el sexo del bebé o la vida y los retos que les esperaban como familia.

Cualquier mujer, menos Integra Hellsing.

En vez de disfrutar y descansar con su embarazo, a la rubia se le antojaba la peor de las épocas. Hubiera sido algo muy bonito de vivir de no ser por ese estúpido vampiro, quien, ni lerdo ni perezoso, se encargó de sembrar la semilla de la duda en la mujer, haciendo que para ella los meses que transcurrían fueran una tortura y un pase al corredor de la muerte. Con ocho meses de embarazo se sentía más enferma que nunca a causa del conflicto interno que cargaba sobre sus hombros. No tenía idea de nada: en caso de que fuera cierto lo dicho por ese malnacido, ¿sobreviviría al parir un dhampir? ¿Saldría el niño como un monstruo de su interior como en la película La mosca? ¿Los matarían a ambos apenas se dieran cuenta de ello? No, Alucard había dicho que no lo permitiría... Pero claro, eso sólo si realmente él era el padre. Pero, ¿y si no le mentía?

Integra sintió náuseas y mareos sólo de imaginarlo.

Además, Alucard no ayudaba. Se la pasaba de visita todas las semanas declarando amistad y buena voluntad para con Enrico, quien aceptaba los cumplidos gustoso y feliz, casi obligando a Integra a pasar el tiempo con ellos. Él la contemplaba siempre embelesado, como si fuera una aparición celestial vestida con ropa de maternidad. Imagen tierna que no coincidía con el rostro bélico de la rubia, dispuesta hasta a morderlo si se llegaba a acercar para tocarla.

Durante una de las llamadas que Enrico Maxwell atendía, el nosferatu aprovechó la ocasión.

—¡Qué linda te ves, condesa! —dijo alegremente mientras serpenteaba hacia ella—. ¿Se está portando bien nuestro pequeño conde?

—¡Cállate y no te me acerques! —siseó ella alterada, no dudaría en gritar si la rozaba siquiera. Lo odiaba tanto en ese momento, que era capaz de acusarlo con Anderson a riesgo de verse afectada también.

Él se echó para atrás, rendido.

—Está bien, está bien —aceptó con una sonrisa—. Pero por favor, condesa, no me niegues la alegría de cargarlo apenas nazca. Bueno, no importa si quieres o no, ya me puse de acuerdo con Maxwell para ser el padrino.

—No me hagas reír... ¿Vas a aguantar el agua bendita de la iglesia y las letanías sobre negar a Satanás en la misa de bautismo?

—Por mi hijo soy capaz de aguantar eso y más.

—¡Que no es tu hijo!

—Sólo espera un poco más y verás que tengo razón —replicó el vampiro acomodándose con parsimonia mientras Enrico volvía con ellos.

—Desgraciado —susurró Integra con fastidio. Alegó un malestar y se retiró a su habitación.

Pero al feliz monstruo no le importaba la hostilidad de la mujer. Si bien le hubiera gustado estar en ese mismo momento en el lugar de Maxwell atendiéndola y mimándola, no se podía quejar. De hecho, esperaba impaciente al nacimiento, pues sabía que Integra terminaría de convencerse de la naturaleza del pequeño y se vería obligada a irse con él, si sabía lo que le convenía y teniendo a Anderson y su monja con los cuchillos entre los dientes para matar a cualquier vampiro, así fuera un bebé.

Y eso era lo único que lo mantenía inquieto y alerta. Las sombras y las criaturas oscuras que enviaba a diario a casa de los Maxwell lo mantenían siempre informado y sin dejar escapar ningún detalle de la actividad de los Iscariote. Estaba preparado por las dudas: si por algún motivo extraño llegaran a enterarse de todo, tomaría a Integra y se largarían de Inglaterra.

Salvaje es el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora