Capítulo 5

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Bajo la clásica excusa de las horas extras de trabajo, Integra telefoneó a su casa para justificar la ausencia que tenía planeada. Como contaba con la dirección del infame ese por ser su cliente, saldría rumbo a su residencia para confrontarlo una vez que la oscuridad se cerniera sobre Elham. Por suerte, el barrio en donde estaba su despacho no era muy concurrido como para que alguien la viera salir.

Condujo hasta llegar a una enorme finca a varios kilómetros de la salida del pueblo, prácticamente del lado contrario a la suya propia. Frunció los labios pensando en lo sospechoso que había sido ese encuentro "casual" cuando su Bentley se descompuso. Prefirió dejar de pensarlo tanto y se adentró a los terrenos de ese hombre.

No había nadie que la recibiera. Parecía que no tenía empleados ni mayordomos... nadie que trabajara con él más que ese matón francés, quien, dicho sea de paso, tampoco se encontraba allí. Aparcó frente a la casona y tocó el timbre junto a la gran puerta de roble. Nadie abrió la puerta.

Decidió entonces que se daría una vuelta alrededor de la casa para ver si podía por lo menos distinguir luz o algo que diera a entender que estaba habitada. Además, el aspecto del lugar no ayudaba mucho: parecía totalmente abandonado. O Seras fue muy despistada como para percatarse de eso en sus visitas o de plano se había equivocado de dirección.

Parece la casa de "La mujer de negro". En las películas de terror, este es el momento en el que me tendría que dar la vuelta y salir corriendo.

Pesaba en eso cuando, de repente, paró en seco y con los ojos abiertos de par en par.

Se había topado con la misma puerta roja de sus pesadillas.

Mierda.

Para su fortuna o desgracia, todavía llevaba en uno de los bolsillos de su abrigo la llave que le había sido enviada días atrás. La sacó de allí, y tragando grueso, la introdujo en la cerradura. Rogó para que no lograra abrirse y así poder largarse de allí. Grande fue su desazón al escuchar el click que la condenaba a entrar y seguir en su objetivo de encararlo.

Con el temor reflejado en el rostro y en su cuerpo, bajó por las mismas escaleras iluminadas por antorchas de su pesadilla. En ese momento, ni siquiera pensaba en la antipatía que sentía por el dueño de casa, lo único que ocupaba su mente era esa calamitosa conexión entre su subconsciente y los hechos que estaba viviendo. Mientras avanzaba, sus preguntas se hacían cada vez más horribles, pues iban desde lo más lógico hasta lo más escabroso... ¿Qué clase de mala broma era esa? ¿O acaso alguien la estaba drogando? ¿Estaba siendo víctima de algún tipo de brujería? En ese caso, lo único plausible sería que hubiera hecho un mal trabajo en el pasado que propiciara una venganza de ese tipo por parte de algún cliente o conocido resentido, pero no recordaba a nadie que pudiera ser un enemigo en potencia... sí, sería plausible, si no fuera porque estaba metida en casa de un hombre a quien jamás había visto antes en su vida y que actualmente era el hacedor de las situaciones más incómodas para ella.

Y a medida que lo seguía pensando, el terror iba siendo reemplazado lentamente por una cólera infernal hacia ese acosador... ¿Qué le pasaba a ese atrevido? ¿Quién se creía que era? ¿Qué clase de artilugios usaba para hacerle todo esto? ¿Por qué a ella? Esas y miles de preguntas y acusaciones rondaban por la fría cabeza de Integra Hellsing, quien al llegar al final del corredor y encontrarse con la puerta metálica que había soñado, sólo pudo apretar la quijada con furia y abrir de una patada aquel cacharro, que, aunque pesado, cedió inevitablemente ante la fuerza de la dama de hierro.

Al principio sólo vio oscuridad, pero alarmada, escuchó un chasquido de dedos que lo iluminó todo, dando paso a que viera una gran cámara sin ventanas ni nada que pudiera dejar vía libre al sol o al viento, con unos pocos muebles dispuestos alrededor: un par de estantes con libros que parecían sacados de alguna biblioteca tenebrosa, una mesa con sillas, una cómoda... y un ataúd enorme como una cama. También se podía sentir un tenue olor a sangre.

Salvaje es el vientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora