III

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Esa mañana de sábado Yewon se levantó muy temprano, estaba feliz, veía el amanecer con una sonrisa en sus labios y espera con paciencia que la buena mujer que crió de ella como hija propia entrará por la puerta.

- verdaderamente han sido los ojos más hermosos que me han mirado, no se puede comparar el cariño con el que me tratan los ojos de las personas en casa... - se acercó al borde de su balcón de piedra y recargó sus codos sobre la base sólida. la ventana de su habitación quedaba más arriba a la derecha y lo observó - los suyos brillan igual que dos estrellas y encantan a los míos con un poder especial. ¿Será acaso que él produce ese tipo de magia pagana?, pero que va, si la produciese no tendria acaso una mejor vida...

Sus palabras eran recitadas conforme a parecían en su mente y es que ella no se podía callar, hablar la liberaba y aunque nadie la escuchara ella estaba feliz de poder expresarse.

Se detuvo y aspiró el aire fresco de la mañana, no era costumbre de ella levantarse tan temprano y pocas veces tenía las ganas necesarias de abrir la ventana. Si lo hubiera hecho con anterioridad se habría dado cuenta de lo hermosa que es la vista cuando los rayos empiezan a pintar e iluminar el cielo, es cuestión de pocos segundos lo que dura antes de salir en su totalidad pero por la postura de un árbol torcido con ramas disparejas que está sobre la colina de donde se asoma el sol,  en su pared - justo por debajo de su ventana - se refleja la forma de un corazón.

Yewon sonrió con la figura reflejada.

- Pero si hasta el mundo me está felicitando por nuestro amor - se alejó de la venta y sentada sobre su cama movió sus piernas con alegría.

Su estómago gruñó contrarrestando su alegría y salió de su habitación con cuidado, miró todo el pasillo comprobando que no hubiera nadie, si no la harían regresar a su habitación y lo que menos quería era esperar dos o tres horas a que el desayuno estuviera listo.

Caminó descalza mirando siempre a su alrededor y ocultándose detrás de los pilares cuando veía a alguien acercarse. Una pequeña risa salió de sus labios cuando bajo las escaleras con rapidez y casi tropieza, se recompuso peinando su cabello con los dedos para arreglar los mechones desordenados y dio grandes pasos para entrar al pequeño cuarto que usaban de almacén para los alimentos. Ese pequeño espacio estaba al final del primer piso, el cuarto tenía una puerta que conectaba al exterior y las personas del campo dejaban las provisiones cada cierto tiempo ahí, era la única parte del castillo a la cual tenían acceso y se encargaban de limpiar.

El cuarto estaba oscuro cuando Yewon entró, pero después el ruido del exterior la hizo soltar la manzana que tenía en su mano y esconderse detrás de un costal de harina. Una pequeña luz se filtraba de la puerta que estaba abierta  y daba al patio.

Yewon escuchó el jadeo de una voz masculina al aguantar el peso de un costal y dejarlo sobre el piso de madera que crujió por el peso, curiosa por ver de quien se trataba sacó la cabeza de su escondite. La puerta estaba abierta, la luz de afuera no alumbraba en su totalidad la habitación y eso alivio a Yewon, pero no había señales del chico, alzó su cuello y no vio nada, segundos después una voz diferente habló y los pasos se escucharon hasta entrar al cuarto y dejar sobre el costal anterior, otro.

No la vio y Yewon se sonrió.

Otra vez un jadeo se volvió a escuchar y Yewon prestó atención a la persona de la que se trataba. Un chico diferente, un poco más bajo y con el cabello alborotado cargaba el costal sobre su hombro, eso le imposibilitó ver su rostro, pero si vio las manos pálidas marcándose rojas por la presión en el costal y los brazos con venas sobresalientes, expandirse y relajarse al dejar las cosas en el suelo, su espalda se dobló y cuando el costal fue colocado Yewon sintió mucha curiosidad de ver el rostro de ese chico.

Te quiero [Sumji]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora