capítulo treinta

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Maratón 1/3

                                       Sheryl

Mi primera impresión al ver los padres de Evan fue de sorpresa, no me había puesto a pensar cómo sería conocerlos. Justamente con la aparición de ellos, también muchas dudas surgieron en mi mente como burbujas de jabón, que iban y se reventaban en mi cabeza tan deprisa que me mareaban. Eran los señores Aksenoff, así que ellos eran ¿qué eran? Eran los padres de mi mate, entonces ellos eran mis ¿suegros?

Los reconocí a primera vista, por su apariencia igual a la del retrato de la casa Aksenoff.

Jonás y Marianne.

No habían envejecido casi nada desde aquel cuadro pintoresco. La única diferencia era que la señora Aksenoff se encontraba en una silla de ruedas, con aquel cabello azabache que había crecido. Sus rostros tenían algunas arrugas que pasaban desapercibidas a plena vista, y sus ropas eran elegantes y finas ante la sociedad. Y ahí mismo me paso una gran vergüenza que circulo por mis venas como un círculo sin fin, al recordar como había salido vestida esta mañana a toda prisa. Estoy cien por ciento segurísima que me veía horrible con aquella ropa para vaguear un domingo, y el sudor en mis manos se resbala como agua en un río por los nervios que me produjeron un escalofrío que ignore al acercarme al oír la voz del azabache. 

No había tenido mucha experiencia con el asunto de los padres de mis novios en mi adolescencia, ya que para ser meramente franca, solo había tenido un novio en toda mi vida, uno solín. Recuerdo que lo había dejado al cumplir apenas tres meses de estar saliendo, ya que no sentía que lo quisiera de verdad y la atracción que había ocurrido en su momento se había desvanecido. No sentía esa chispa que se debería sentir al estar enamorada ni las mariposas que se deberían revolotear en el estómago. Para ser sincera, más bien había salido con él para saber qué era tener novio y todo lo que conllevaba, para no ser la única de mis amigas soltera. Así que prácticamente tenía cero experiencia en esos temas ñoños, creo que más bajo del cero en forma negativa.

Por las caras que pusieron al verme y al ser presentada por Evan, al parecer como debí haber supuesto, ellos no tenían ni la remota idea de mi existencia ¡NADA!

Por un momento sentí que era el centro de los ojos de la crítica, y deseé con todas mis fuerzas haber nacido con super poderes; así me hubiera podido haber hecho invisible y desaparecer de ahí corriendo sin que se enteraran. O también el poder de meterme en sus mentes lobunas para conocer que estaban pensando de mí con precisión y de la situación incómoda que se amplificaba como una ola de mar que arrasaba lo que estuviera en la costa.

Así que sacando toda mi timidez que no sentía junto a la vergüenza que había tenido previamente, tuve que sonreír tratando que se viera de lo más real y no tan falsa como una la sonrisa de una muñeca de plástico. Saludando así con un simple y estúpido.

¡Hola!

¿Hola?

¿Eso era lo mejor que podía decir, enserio?

No me había agradado ni simpatizado la actitud del Señor Aksenoff al no tratarme para nada, como si fuera un zancudo molesto al que solo quieres aplastar con tu mano para que se calle y desaparezca. Mucho menos cuando se llevó a Evan a hablar a otro lado y vi como la espalda del de ojos azules se contraía tensa bajo su camisa negra que hacía resaltar su cuerpo de atleta.

Derrick y Marianne parloteaban entre ellos mientras yo solo podía dedicarme a mantenerme concentrada en la conversación entre ese dos licántropos que conversaban muy lejos de nosotros para poder oírlos. Tal vez si fuera uno de ellos, hubiera podido agudizar mi sentido para escuchar esa charla que se veía desde lejos con muchos picante.

Estaba tan concentrada en querer poder oír que no me había dado cuenta cuando los otros dos que tenía a mi par dejaron de hablar y prestaron sus miradas hacia mí, como si fuera el puto sol del sistema solar.

—¿Ah? —fue lo único que salió de mí.

Ante este gesto la azabache suelta una ligera risa sumamente tierna.

—Estábamos hablando de tu relación con Evan —informa Deck con gracia, mirándome con sus ojos traviesos apunto de hacer una travesura que enojaría a cualquier madre —. ¿Y bien? ¿Qué tienes para nosotros Sheryl?

No sabía cómo contestar a eso. ¿Cómo era mi relación con el licántropo?

Extraña, esa era la primera palabra para definirla. Pero no podía decir eso frente a su madre.

—Normal —respondo algo dudosa en el intento.

—¿Normal? —pregunta el crespo incrédulo—. Lo único que logras decir es "normal" —hace comillas con sus dedos.

Otra vez, de nuevo aquel silencio al espera de una mejor respuesta adecuada para ellos, la cual no existe, pero debía inventar para salir de la situación.

—Bueno —titubeo—. Nos llevamos bien (dentro de lo que cabe, pienso) Tenemos una relación como todas las demás —levanto los hombros con desinterés—. Somos como unos tontos mates, como un par de estúpidos adolescentes en una relación —miento.

Hago el intento de sonreír. Y en la cara de señora Aksenoff, se forma una dulce que levantan sus labios de oreja a oreja.

—Tranquila, cariño —habla con esa voz suave característica de ella—. Yo tuve que criar a Evan durante muchos años, lo ví crecer. Sé que puede ser un dolor de cabeza.

—¡Puff! —bufa Derrick—. Más bien diría que es una jaqueca las 24 horas del día.

La azabache le tira una dura mirada, como te dan esas madres al hacer algo mal.

—¡¿Qué?! —exclama—. Tú empezaste hablando mal de él, tú empezaste el juego de molestar a Evan y cuchicheos —puntualiza resentido.

—Yo soy su madre, zopenco —le da un golpe en el hombro—. Yo puedo hablar todo lo que quiera de él.

Era una escena muy cómica de presenciar, jamás pensé que fueran de esa forma sus comportamientos.

— ¿Y Sheryl? —se voltea hacia mí, mirándome con esos ojos oscuros como la noche y que reflejaban en ellos una gran bondad y dulzura—. ¿Cuándo piensa mi pequeño presentarte frente a la manada?

— ¡Sí! —chilla el crespo—. ¿Cuándo serás oficialmente nuestra Media, dulzura?

Y para esa pregunta, no tenía ninguna respuesta. Me encontraba encerrada en una jaula sin salida, no sabía que decir. ¡Mierda!

Suspire, para soltar cualquier idiotez que me venga primero al cerebro, hasta que por un milagro divino de las alturas, la voz de la misma Señora Aksenoff interrumpe mis palabras vacías.

— ¡Evan! —exclama.

Y esa exclamación me supo a salvación. Él no tardó en darse la vuelta y caminar hacia nosotros, con una sonrisa que intentaba verse sincera, pero que yo lograba ver tensa y falsa, lo sabía, porque yo había hecho esa sonrisa mucho tiempo atrás, y todavía la usaba.

Y esas sonrisas eran de las que te debilitaban por dentro, que ardían en tus entrañas y te hacían tragar las bilis que querían salir de tu garganta junto a los sentimientos que intentabas guardar, que te exprimían como un limón, saliendo el líquido agrio, que te podía hacer arder en una mueca.


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La mate del AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora