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— Kim Namjoon... — murmuró Hayun,  cerrando los ojos,  dejando que el nombre del pirata resonara en su mente.  Una lágrima solitaria rodó por su mejilla,  traicionando el anhelo que latía en su corazón.

Las estrellas,  como diamantes en el cielo nocturno,  fueron testigos de su confesión silenciosa.  El viento,  un mensajero invisible,  llevó su nombre hasta los confines del mar.

— ¿Ha dejado el camarote? —  una voz ronca,  familiar,  se acercó a su oído.  — Lamento si he sido brusco o incluso indiferente.

Hayun abrió los ojos,  mirando al príncipe Daniel que se encontraba a su lado.  Una sombra de ironía se dibujó en sus labios.  — No es algo que me afecte —  respondió,  con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas.  — Tarde o temprano saldría la bestia que guardaba debajo del baúl.

La reina de Inglaterra no había querido una princesa coreana.  Daniel,  encaprichado con Hayun,  había forzado la unión.  La reina,  de sangre pura y de corazón frío,  deseaba una reina de sangre real,  una que portara la herencia de la corona inglesa.

— Hayun, ahora que estarás en Inglaterra tendrás que cambiar —  dijo Daniel,  separándose un poco.  —  Esa actitud respondona y mal hablante es lo que no quiere escuchar la reina salir de una princesa.

— Se hubiera buscado una buena doncella y no este pez barato de un charco sucio —  replicó Hayun,  con una sonrisa sarcástica.

— ¿Sabe por qué quise que usted fuera mi reina? —  Daniel se giró hacia ella,  sus ojos llenos de intensidad.  — Mi madre deseaba una reina sabia —  la observó,  con un brillo peculiar en su mirada.  — Pero yo quería una reina que me hiciera feliz a mí como a mi reino.

Hayun frunció el ceño,  intrigado por la respuesta del príncipe.  — Eso no ayudará a su pueblo.  Si yo fuera su madre,  buscaría del mejor prospecto y no cualquier chica descarriada que lleva el título real.

Daniel,  a pesar de su apariencia de picaflor,  se había sentido atraído por Hayun desde su infancia.  Ella era una fuerza imparable,  una joven de espíritu libre que lo desafiaba a cada paso.  Esa rebeldía,  esa pasión,  lo cautivaban.

— Espero que su odio no crezca más a mí —  susurró Daniel,  acercándose a Hayun.

— Yo no lo odio —  respondió Hayun,  nerviosa ante el acercamiento del príncipe.  —  Solo me desagrada su actitud y que traté de controlarme como si fuera una marioneta.

—  Para mí,  jamás has significado eso —  Daniel tomó su mentón,  acercando su rostro al de ella.  —  Jamás.

La noche se tiñó de un silencio expectante,  rompiéndose solo por el crujir de las tablas del barco y el sonido de las olas golpeando el casco.  Un grito de auxilio,  un choque de acero,  cortó el silencio.  El sonido de la batalla llegó desde la cubierta superior del barco.

— ¿Ha escuchado ese ruido, príncipe? —  preguntó Hayun,  con un tono de voz preocupado.  — ¿Acaso los marineros han bebido de más?

Daniel,  con un gesto brusco,  tomó la mano de Hayun y la llevó a la cubierta.  Un grupo de piratas,  con ropas oscuras y espadas afiladas,  habían tomado el barco por asalto.  El capitán,  con un pañuelo rojo anudado en su brazo,  se enfrentaba a los marineros del príncipe Daniel.  Una batalla feroz se libraba,  las espadas chocaban entre sí,  las  gargantas resonaban con los  gritos de guerra.

— Capitán, el atraco ha sido todo un éxito —  susurró un pirata,  con una sonrisa cruel,  antes de que Hayun  cayera desmayada.

PIRATAS  ►BTSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora