Sobre la Moral y la Ética

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"Sobre la Moral y la Ética"

J

orgito era el mayor de tres hermanos de una familia de clase media que pretendía, no digo ser de clase alta, pero sí, de media alta. Los padres mostraban a sus hijos, a medida que iban creciendo, una forma de vida para adoptar, y que no era otra que la prolongación de la que ellos tenían; "de tal palo, tal astilla".

Cuando Jorgito tenía siete años, su primo Federico, un año menor, le mostró un hermoso encendedor en forma de pistolita cromada, con cachas negras, que realmente parecía un arma en miniatura, y que al apretar el gatillo levantaba una tapa y se encendía la llama. Jorgito se enamoró de esa maravilla que su primo tenía, y cuando aquel se descuidó, la guardó en su bolsillo. Ahora Jorgito se sentía como Federico, o un poquito como Federico, pues nunca llegaría a tener ni el Scalextric ─ese juego maravilloso de autitos eléctricos de carrera, con su pista de plástico negro y sus pulsadores coloridos─, ni el sulky a pedal con ese hermoso caballo que parecía uno de verdad embalsamado pero más chiquito, ni los zapatos, ni los demás juguetes, ni el asfalto en la puerta de su casa. La envidia, que no conocía como tal pues en su familia se la rotulaba como otro sentimiento, hizo que cometiera ese hurto. Sentía que su primo tenía mucha suerte por tener todas las cosas que se le antojaban, y que, como tenía tantas y él tan pocas, seguramente no notaría la falta de ese accesorio si no volvía a verlo.

Él no lo consideró un robo; o tal vez sí, porque de lo contrario no se explicaría por qué ocultó aquel objeto que únicamente usaba cuando estaba solo. Dentro de sí mismo sabía que había actuado mal, pero lo disfrazó. Ahí se sintió como su madre cuando hablaba de la vida que se daba su cuñada, la madre de Federico, y las cremas que aquella compraba para evitar las arrugas; o cuando hablaba de sus vestidos, de sus reuniones, de que vivía en el centro y no en los suburbios como ella, etc., y sintió que su acción era justificada. También se sintió un pedacito como su padre que siempre aparecía en la casa con lápices, lapiceras, hojas, cuadernos, gomas de borrar, reglas, escuadras y demás útiles; maderas, tornillos y alguna que otra herramienta que traía de su trabajo como si fuera totalmente normal llevárselas: estaban allí para tomarlas.

Un día, al levantarse para ir a la escuela, se le cayó el mundo. El pantalón no estaba sobre la silla de la pieza y solo podía significar una cosa: su madre lo llevó para lavar. Buscó el otro pantalón que tenía y se vistió. Cuando llegó a la cocina vio sobre una silla la pila de ropa para lavar. Pensó buscar su pantalón y sacar del bolsillo aquel objeto, pero en ese momento ingresó su madre y le dijo que se apurara, que iba a llegar tarde a la escuela. Al regresar de la escuela no tenía apetito. Apenas pudo tragar la sopa fea que hacía su madre, a quien Jorgito no quitaba los ojos de encima rogando que no se pusiera a lavar la ropa aún. Luego que su padre se retiró de la mesa y cuando Jorgito secaba los platos, notó que su madre tomaba aquel pantalón que notó más pesado, entonces revisó al tanteo y sacó del bolsillo el tesoro de Jorgito. Asombrada le preguntó:

-¿De dónde sacaste esto? - indagó la madre esgrimiendo el objeto

-¡Lo encontré! -dijo Jorgito sin más

-¡¿Adónde lo encontraste, Jorgito?! -insistió la madre sabiendo de antemano que ese encendedor pertenecía a Federico

-¡Por ahí! -volvió a decir Jorgito avergonzado pues ya notaba que su madre se había dado cuenta que lo había robado

-¡¡Decime la verdad!! ¿Se lo robaste a tu primo, no? -preguntó otra vez la madre con un tono más severo. Y Jorgito bajó la cabeza y se echó a llorar bajito sin decir palabra.

"Los Cuentos de Guillermo Estévez"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora