Vida:
Mayo 1939
Las primeras gotas de lluvia de la temporada cayeron cada vez con más fuerza empapándonos, pero ninguno de los dos se movió, no podíamos aunque quisiéramos, una fuerza invisible nos forzaba a estar allí, o tal vez era la certeza de que en el instante en el que lo hiciéramos todo el horror que habíamos experimentado se volvería aún más real. Por lo que seguimos sentados en la hierba, a unos metros de distancia.
Yo no podía dejar de mirarlo, pero él solo tenía ojos para su esposa que yacía muerta entre sus brazos. El agua limpiaba la sangre de su piel, borrando todo rastro de lo que había sucedido y dejando al descubierto ,nuevamente, su rostro sereno. En su mirada se evidenciaba un vacío que lo acompañaría siempre. Permanecimos así, estáticos, por lo que me pareció una eternidad, hasta que él levantó la vista y me observó, tal vez era la primera vez que me notaba. Volvió a mirarla y tras besarla dulcemente en la frente la depositó con delicadeza sobre el césped. Se puso en pie de manera brusca y caminó hacia mí, me levanté casi por instinto.
Cuando lo tuve enfrente intenté decir algo, pero no hizo falta; él lo entendió, siempre lo hacía, podía leerme como un libro y adivinar mis pensamientos con precisión.
—Ric, yo...
—No tenemos tiempo para esto, Juana está perdida en el campo, voy a buscarla, mientras necesito que vayas a por ayuda.
—No podemos abandonarla —dije mirándola y conteniendo las lágrimas.
—Ya no podemos hacer nada por ella —respondió colocando sus manos en mis hombros—. Otto la llevará adentro, estoy seguro. Por favor, corré.
—No podés ir solo, estás muy malherido, el campo es muy grande, no la encontrarás sin ayuda y menos sangrando.
Él se tocó el costado y disimuló una mueca de dolor. Había determinación en sus ojos, no tenía dudas de que la encontraría, aunque muriera en el intento.
—No importa, ahora hay algo más urgente. Corre a la granja Keller y pide a Otto que traiga a sus hombres y busque al juez de paz. Es necesario que venga.
—Pero...
—¡Mierda!, no hay tiempo que perder. No voy a morir hoy, te lo prometo —Dijo cuando intenté ayudarlo al darme cuenta, por primera vez, de que mucha de la sangre que manchaba su camisa era suya y no de ella como pensé—. Toma, cuando salgas de la propiedad entierralo en algún lado para que nunca lo encuentren. —Mis manos temblaban mientras tomaba el pequeño abrecartas, asentí con la cabeza y él hizo lo mismo.
—¿Qué hacemos con el arma? Se van a dar cuenta de que falta en el estudio.
—No importa, yo me deshago de ella. Ahora, ve.
Ni siquiera me dejó responder, simplemente dio media vuelta y comenzó a caminar en dirección al yerbal. Solía ser un hombre serio y de pocas palabras, pero en ese momento su sangre fría me preocupó. Miré una última vez el cuerpo de Blanca, siempre me había impresionado su belleza, pero en ese momento la tranquilidad de la muerte le daba un halo de hermosura nunca antes visto. Fue una tortura seguir mirándola, por lo que me apresuré a hacer lo que Ric me había pedido, no sin antes pedirle disculpas en silencio.
Corría lo más rápido que me permitía el terreno, sorteaba charcos y pozos en una carrera infernal, mis pulmones me quemaban, pero no me detuve. Maldije la desolación de esa tierra, un laberinto verde capaz de enloquecer a cualquiera. La lluvia dificultaba mi visión pero no me detuve, en más de una ocasión tropecé pero no sentía nada. Sabía que cuando todo terminara mi cuerpo me pasaría factura de moratones, rasguños y golpes, pero en ese momento debía seguir, por Ric, por Juana.
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Por el azul de tus ojos
RomanceSiempre busqué la felicidad, pero de alguna forma ésta siempre se empeñó en esquivarme. Prometí acompañar a mi hermana de por vida, siempre como testigo, nunca como protagonista. Pero nunca me queje de mi suerte, hasta que lo conocí... Sabía que no...