Prólogo.

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Siento mis manos pegajosas y temblorosas, las coloco encima de mis muslos, apretando estos en un intento de calmarme y decirme que todo estará bien. Acomodándome en la silla, le echo un vistazo a toda la oficina. ¿Por qué me llamó mi jefe a la oficina?
Esperaba que fuera para renovar mi contrato de dos años, pero desde que me levante las cosas no me iban muy bien. Soy supersticioso y haber perdido el metro, haber tropezado donde nadie nunca lo hizo, y distintas otras pequeñas cosas, solo me hacían sentir más nervioso.
¿El destino da señales? No lo sé, pero el señor Choi se demoraba y mis temblores empeoraban.

—Lamento la demora.
Volteo mi cabeza viendo cómo un señor mayor, regordete entraba desabrochándose el botón de la chaqueta de su traje el cual parecía a punto de reventar.
Me levanto torpemente inclinando levemente mi cabeza y espalda haciendo una pequeña reverencia en señal de respeto, tratando de que mis temblores no me hagan ver mas raro de lo que la gente me considera.
Cuando por fin se sentó delante de mi, simplemente suspiró, comenzando a ordenar algunos papeles de un lado para el otro. Cambiando las cosas de lugar sin levantar siquiera la mirada.

—Iré directo al punto -. Expresó, parando todo movimiento para simplemente mirarme a los ojos. —La empresa Lotto agradece su arduo trabajo por los últimos dos años, pero decidimos no renovar su contrato...

Una presión se instaló en mi pecho al escuchar aquello, baje mi vista al suelo tratando de mantener la calma sintiendo y escuchando únicamente el sonido de mis latidos.
¿Cómo iba a alimentar a mi pequeña y a mi esposa si no tenía trabajo? Era el único que trabajaba en mi hogar, mi esposa se negaba a hacerlo. Gracias a ello y mi bajo sueldo habían deudas por doquier, siendo mi pequeño apartamento lo primero que se iría.
Inhala, exhala. Inhala... Me repetía una y otra vez, tratando de controlarme.
Asentí con una sonrisa temblorosa cuando levante mi vista y lo encontré mirándome expectante, pareciendo esperar alguna respuesta o reacción de mi parte, estreche su mano sin importar cuan sudada la mía estaba y me encamine a mi antiguo cubículo. Mientras caminaba por los pasillos con pasos indecisos, inconscientes, sintiendo que todo va en cámara lenta, podía sentir las miradas de los demás, oliendo la lástima de todos.
Cuando llego enfrente de mi anterior lugar de trabajo simplemente tomo la caja blanca que ya se encontraba encima de mi escritorio, viendo que ya alguien había colocado  mis pocas cosas en ella. Como si quisieran que me fuera lo más rápido posible.

No sabía cómo había llegado, pero ahora me encontraba frente a la puerta de mi apartamento, una caja insulsa en mis manos con mis pertenencias, y un pitido lo cual era lo único que llenaba mi mente.
Abrí como pude la puerta y con el pie la cerré. Camine hacia la mesa para dejar la nada pesada caja cuando de repente unos sonidos extraños llamaron mi atención del cuarto.
Con el corazón latiendo a toda marcha dirijo mis pasos a la habitación principal, frenándome frente a la puerta de la misma, la cual estaba abierta dejándome apreciar la situación; mi esposa siendo penetrada por un hombre desconocido para mi.
No sabía cómo reaccionar, simplemente me paralice parado allí, con lágrimas cayendo por mis mejillas y mi corazón acelerado pero de puro de dolor. Di media vuelta, moviendo solo mis piernas para dar cuatro pasos para abrir la puerta contigua adentrandome en el cuarto de la luz de mis ojos.
Todo estaba en penumbras, pero podía distinguir la blanca cuna, donde Mina estaba revoleando un peluche, mientras sus labios formaban un puchero enorme. No pude sostenerla, no pude moverme. Solo me quedé allí, al lado de la cuna con los puños cerrados y mi mirada fija en ella, mirada la cual comenzó a fallarme al las lágrimas no dejarme ver correctamente.
¿Cuándo me equivoqué? ¿Era yo el problema? Tal vez no me esforcé lo suficiente. Tal vez la descuide a ella, o solo no era lo suficiente para la misma.
No sé cuánto tiempo estuve allí, pero mis pies comenzaron a doler, así que solo doy pasos hacia su cuna, agachándome para tomarla en brazos. La llevo conmigo a la mecedora, sentándome a la vez que la abrazo con fuerza contra mi pecho, soltando los sollozos que guardaba mi corazón.

Noviembre sin estrellas || Seyeol.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora