El inicio de todo

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Capítulo 1:

Todos los días después de ese fatídico día son iguales para mí. Me despierto con los ojos cerrados, activando mis sentidos para poder descubrir si ella, la mujer que mató a mi familia está cerca o no. Mi hermana me trae comida una vez al día y, por algún motivo que desconozco, le obedece y sirve en todo.

Estoy molesta, harta y cansada de vivir igual los últimos sesenta y cinco días de mi vida. Hoy es el día número sesenta y seis, y quiero que sea diferente. Ya me cansé de sobrevivir haciéndome la muerta en esta cama. Sé que la fuerza de una joven no se compara con la de ella. Es mucho más fuerte que cualquier mujer promedio que pueda conocer, pero afortunadamente tengo la misma velocidad, o eso fue lo que sentí aquella vez que casi me mata. El día que mi familia no corrió con la misma suerte y murió en manos de ese despiadado ser. Día que aún recuerdo como si fuera ayer; porque cada suceso, cada lágrima derramada y el dolor de saber que todo lo que amas pierde la vida y desaparece es algo que no se olvida de la noche a la mañana. Queda profundamente arraigado en tu corazón.

El último día de mi feliz vida (aquella que nunca regresará), creía que generaría un recuerdo memorable pues nos aguardaba vivir como familia una mágica experiencia.

Nos habíamos levantado temprano para ir al aeropuerto. Debíamos estar ahí antes de las nueve, para tomar un avión que nos llevaría de viaje a las paradisíacas playas de Hawái. Mis hermanos y yo nos enteramos de ese viaje dos días antes, por lo que aún seguíamos visiblemente emocionados. Era un viaje que veníamos postergando por mucho tiempo, ya que mi madre era modelo y estaba trabajando en la campaña publicitaria de aquella temporada para la marca Chanel. Como ya habíamos tenido la oportunidad de viajar antes a Hawái, la ilusión de regresar era aún mayor. Por eso utilizamos al máximo el poco tiempo que nos dio papá para arreglar las cosas para nuestras vacaciones.

La maleta color vino, con cuatro cierres perfectamente distribuidos, ya estaba tirada sobre la cama con toda mi ropa dentro. Mi hermana se encontraba a un lado ultimando detalles. Solo nos faltaban los trajes de baño y teníamos planeado comprarnos unos nuevos. No queríamos llevar algo viejo y usado a un lugar tan mágico como la hermosa isla. Con la ropa diaria era más que suficiente.

Ese último día, mi padre tocó la puerta de mi cuarto para decirnos que nos quedaba poco tiempo y que no nos iríamos de viaje sin desayunar. Tenía un trauma muy fuerte con la comida.

Él tuvo una niñez muy difícil. Fue el menor de seis hermanos en un hogar que siempre tuvo necesidades. Nos contaba que la comida era un placer que no se podía dar a diario. Por eso siempre tratábamos de entenderlo. Gracias a él y a mamá nunca tuvimos carencias.

—No te preocupes papá, nosotras tendremos tiempo de todo. Solo nos faltan unas cosas, pero todo está bajo control —él, solo puso los ojos en blanco, sabía que era imposible apurar a Dakota cuando se trataba de ropa.

—Sí, papá, Dakota tiene razón. Además, tú eres el culpable por dejarnos tan poco tiempo de preparación, pero ten por seguro que el desayuno no lo olvidaremos.

—Ya las conozco, chicas. Así que espero no tener que subir de nuevo por ustedes —después de las palabras tan normales de mi padre y de aquella sonrisa que, sin saber, sería la última que vería aparecer en su cara oímos un ruido agudo y seco, como si alguien sostuviera entre sus manos unos platos de cerámica y de la nada estos cayeran al suelo, pero sin romperse, generando ese peculiar sonido seco que emana de ellos. Después de ese ruido, escuchamos el grito ensordecedor de mi madre.

Recuerdo que dejamos en la cama todo lo que teníamos en las manos para poder salir corriendo. Aun así, la palabra desgracia nunca pasó por nuestras mentes, debido a que atribuimos los ruidos a los constantes despistes de mi madre. En más de una ocasión nos quedó claro que la cocina no era su mayor fortaleza.

180ºDonde viven las historias. Descúbrelo ahora