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Devan nunca le daba más información que la necesaria, pero si no obedecía al pie de la letra, iba a pagar las consecuencias. Sorrento tuvo que ir por sus propios medios a una «cita» como él las llamaba. Conocía al cliente, aunque ignoraba su nombre. Unas semanas atrás, si la memoria no le fallaba, había ido a «visitarlo».

No se fijó en su rostro. A su corta edad y a esas alturas de su vida, todos esos sujetos eran iguales. Sorrento trataba de no prestarle atención a sus palabras o a lo que hacían con él, sólo concentrarse en terminar pronto y salir entero.

Ese tipo en particular era extraño. Usaba guantes de goma, nunca miraba de frente y hablaba entre dientes. Apenas le abrió la puerta, lo tomó de la mano y lo condujo por el pequeño espacio que era su morada. El ambiente tenía un fuerte olor a cloro, mucho más fuerte que la vez anterior y a pesar del calor de afuera, las ventanas estaban cubiertas por unas tablas que se dejaban ver bajo las cortinas rasgadas.

Sobre una mesa, al lado de la puerta, había un rompecabezas, un puñado de crayones y un libro para colorear. A sorrento le llamó la atención porque parecía que alguien estaba pintando y había dejado una página a medias. El tipo lo pescó observando y le dijo que si portaba bien lo iba a dejar jugar un rato.

Sin más preámbulos el cliente lo llevó hacia la cama ubicada al otro extremo de la habitación. Le indicó que se subiera al catre y al hacerlo sorrento perdió los zapatos. Siempre se le salían, porque le quedaban grandes. Fue cuando se fijó que en suelo cubierto de ropa regada y varias bolsas de basura. 

Sentado sobre la cama, dejó colgando sus pies desnudos y el tipo empezó a acariciarlos. Sintió cosquillas que desparecieron a medida que las manos subían por sus pantorrillas y muslos. 

Las manos se detuvieron en la pretina de su pantalón, que pronto abandonó su cuerpo. Sucedió lo mismo con la camiseta que llevaba y su ropa terminó en el suelo, con el resto de aquellas prendas demasiado pequeñas como para ser de la talla del adulto.

De pronto estaba sentado sobre los muslos de aquel desconocido. Sorrento se quedó muy quieto y recibió un beso en la frene que continuó sobre todo su rostro, mientras aquel desconocido le sujetaba las manos con fuerza.

El adulto musitaba algo que sorrento no alcanzó a entender. Sintió miedo entonces y evitó mirarlo a los ojos, porque los del cliente tenían una intensidad extraña. Aquel sujeto no se contuvo más y lo acostó sobre el colchón, atrapándolo contra la cama.

Sorrento cerró los ojos de puro miedo, pero la voz aguda del adulto le ordenó que los abriera. Obedeció aterrado y al hacerlo, encontró un cuchillo enorme frente a su rostro. 

Quiso gritar del terror, pero el sujeto le cubrió los labios con una mano.

—Shh. —

La hoja filosa se deslizó por una de sus mejillas, mientras que la punta le acariciaba las pestañas

—Si te portas bien nada va a pasar.

No le creyó ni una palabra a aquel adulto. Al contrario, el pequeño se desesperó lanzando manotazos al aire. El metal helado abandonó su rostro, pero se enterró en la carne tierna de la palma de su mano, abriéndole un surco hasta rozar la muñeca. Sorrento gritó espantado por el dolor y la cantidad de sangre que empezaba a brotar, bañándolos a ambos.

—¡No! Mira lo que haces —

le decía el cliente sujetándolo de un brazo, intentando contenerlo bajo su cuerpo

La noche que cambio todo☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora