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Advertencias:
Lenguaje maduro, violencia, abuso y demás temas duros de tratar. No intento sensualizar nada, solo mostrar la crudeza de la realidad. (Vuelvo a repetir por varias quejas que han surgido. Nadie está obligado a leer...)

*****

El cabrón de su jefe se enojó con él por haber desaparecido un rato. Si supiera que estaba ayudando a su novio el puto a conseguir dinero, quizá lo dejaba en paz. ¡Carajo! Enojarse porque se había demorado un poco y porque olía a licor. Si sólo bebió un par de tragos.

Brill renegaba camino al bar donde dejó al puto haciendo lo que mejor sabía. Tampoco se iba a quedar esperando a que terminara de mamársela a toda la ciudad. Total, tenía trabajo por hacer y el hijoeputa de su jefe andaba jodiendo.

En la barra, Randy lo recibió con su misma cara de mierda.

—¡Jódete, Randy! Vengo a recoger el paquete y me largo —

le gritó al barman, quien le levantó el dedo como respuesta.

A ver. ¿En qué andaba la novia de su jefe? Lo dejó hacía un par de horas. No, quizá tres. Seguro hizo dinero suficiente como para comprar un carro viejo. Brill apenas se acercó a la puerta del baño y ésta se abrió sola. Un sujeto salió de dentro, subiéndose la cremallera.

Brill lo dejó pasar, e ingresó al espacio hediondo y húmedo que era el baño de ese bar. No tenía más ventanas que un respirador en el techo, que además hacía mucho ruido. Bueno, a lo que iba. Se desplazó sobre charcos de líquido de procedencia dudosa y ahí estaba el gatito, tosiendo de rodillas, dentro de uno de los cubículos del baño.

—¡Mierda! ¿Ya terminaste de toser o todavía tienes bolas de pelo en la garganta? —

Brill se rio de su propio chiste. Miau Miau no le prestó atención y siguió hasta quedarse sin aire

—A la próxima diles que se afeiten allí, pues.

De nuevo su comentario le pareció hilarante. Al verlo, el chico intentó ponerse de pie.

—Vine a ver si estabas entero. A veces los muchachos son algo rudos. —

El gatito tenía un ojo morado y la ropa rasgada. Brill concluyó que el daño no era mucho, así que ya podían salir de esa cloaca

—Súbete los pantalones y lávate la cara. ¡Apestas, carajo! 

Sorrento se desplazó con dificultad por encima de los charcos y condones usados. Tenía la mente y la vista nubladas. Encontró el lavadero y se aferró bien de la losa para no caerse. El grifo apenas funcionaba, pero se enjuagó la boca lo mejor que pudo.

—¿Qué hora es? —

le preguntó al taxista, mientras se secaba con las mangas.

—¿Tengo cara de reloj? Es hora de irnos. Rápido o te quedas aquí.

Salieron a prisa de ese lugar hediondo y se dirigieron hacia la barra. El barman los recibió con su usual expresión de desagrado. Luego les mostró un fajo de billetes que dividió en tres partes. La más escuálida se la dio a conocer sorrento.

Tal y como sospechaba, no era suficiente. Tendría que volver a la calle a conseguir el resto. Desolado y exhausto, deseó tener más energía para apoderarse del montón de billetes y escapar a velocidad suicida.

***

Eran las nueve y algo. Sorrento no llegaba a distinguir las manecillas del reloj. Los ojos le estaban fallando. La calle seguía igual de floja. Las prostitutas circulaban sin rumbo e incluso el Gallinero estaba presente. Eran una mala combinación.

La noche que cambio todo☑️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora