Capítulo 10; Craig Parkers

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Diciembre 11, 1962
Soho, Londres.

Cuando eres hombre, cuando naces en el mundo en el que yo nací, tener la aprobación de tu padre es algo que por alguna razón extraña te complementa.

Necesitas obtener aquella aprobación.. sin importar lo que debas hacer para conseguirlo.

Suspiro frustrado con la hoja del periódico algo deteriorado en mis manos. Una vez más sintiéndome culpable por la decisión que tomé hace 9 años atrás.

Releo el encabezado nuevamente, mis ojos continúan un poco más allá, deteniendose en la foto que acompaña el artículo.

«2 de diciembre 1953.

Hombre de 45 años es hallado muerto en el río Támesis.

Según la información que se pudo recaudar sobre cómo sucedieron los hechos, el conocido contador Pablo Ismael González de nacionalidad Argentina había sido reportado como desaparecido el día 27 de noviembre por su esposa, Esther Martínez de González. Su cuerpo fue hallado flotando sin vida esta mañana debajo del puente de Londres por tres adolescentes que alegaron estar transitando por allí al momento en que vieron algo extraño flotando en el agua. Pablo González tenía 45 años de edad, a sus cortos 25 años ya formaba parte de la compañía Gotstars, empresa dedicada a los casinos más famosos en el sur londinense. La policía aún no ha dado a conocer información sobre la causa de muerte, así como también los posibles sospechosos. Fuentes confidenciales cercanas al departamento de policías filtraron esta tarde una posible lista de sospechosos, entre ellos se encuentran los "Parkers", una familia de gángsters quienes se presume podrían haber tenido algo que ver con el asesinato del contador.
En tanto la investigación avanza, el dolor y desconsuelo de la esposa y viuda de González nos hace preguntarnos si este crimen quedará impune como muchos otros ocurridos en el país con la misma metodología.»

Pasaron 9 años desde aquel día en que le dispare a alguien por primera vez. Tenía 14 años y debo admitir que tenía miedo de hacerlo. Pero al momento en que mi tío insinuó que debía hacer sentir orgulloso a mi padre, no dude en jalar el gatillo y acabar con la vida de ése hombre.

Tres años después mientras intentaba buscar alguna información en la biblioteca para el último trabajo de historia, encontré el artículo que ahora sostengo entre las manos.

Firme aquí por favor. ─Me pide la señora frente a mí extendiendo un papel junto a el bolígrafo.

Guardo el recorte del periódico desgastado en el bolsillo trasero de mi pantalón, tomando el bolígrafo escribo el nombre falso en el.

Jason Rivers.

Su paquete será entregado en un lapso de dos días ─explica tomando el papel─. Muchas gracias por elegirnos como su compañía de envíos, qué tenga un lindo día. ─finaliza sonriendo.

Asentí intentando sonreír de la misma forma, aunque eso no funcionó.

Me sentía una mierda por dentro.

He matado tantas personas y seguía sin entender por qué esto me afectaba más que lo demás. Por qué su muerte me inquietaba mucho más de lo que debería hacerlo.

Caminé fuera del establecimiento con las manos en los bolsillos.

Llegando al auto desajusté un poco la corbata negra en mi cuello y me quité el saco quedándome solamente con el chaleco y la camisa blanca.

A punto de subir al auto, algunas risas a lo lejos llamaron mi atención. Giré sobre mis pies intrigado por saber quién era la dueña de aquella risa dulce y contagiosa.

─ ... ¡Christopher, basta! ─escuché decir a la castaña riéndose.

Entrecerre los ojos intentando divisar su rostro, pero debido al gran distanciamiento que había entre nosotros eso era imposible.

Ella estaba exactamente sentada junto a la fuente frente a la oficina de correos, en tanto yo me encontraba cercano al estacionamiento.

Un vestido color crema con algunas flores y ceñido, cubrían su cuerpo dándome una excelente vista de las curvas fascinantes que poseía.

Mordí mi labio inferior mientras me apoyaba en la capota del auto, mis ojos fijos en cada uno de sus movimientos.

Necesito saber quién es ella antes de que termine el día. ─pensé para mí mismo.

Sólo estaba allí sentada al lado de aquél idiota, riéndose por algo que él le decía.

Un sentimiento mediocre se instaló en mí, un sentimiento que odiaba y que odio.

¿Por qué ella provocó eso con sólo escucharla reír?

Negué con la cabeza abriendo la puerta del auto, subiendo en el, volví a cerrarla fuertemente.

Encendiendo el motor, fui en reversa hasta centrar el vehículo sobre la acera y me marché de allí.

«Eres lo mejor que me pasó en la vida, Craig.»

Su voz repercutió en mi mente como si quisiera recordarme que aquel sentimiento no era necesario nuevamente en mi vida.

Apreté las manos en el volante hasta que mis nudillos se tornaron blancos, necesitaba huir de ese recuerdo. Ya no podía seguir pensando frecuentemente en lo ocurrido.

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