DECIMOSÉPTIMA CARTA (PARTE 1)

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Un ruido proveniente de la ventana hizo que abriera mis ojos curiosos. Me levanté y me dirigí a ella para poder entender de donde provenía, era Enzo lanzando piedras desde la acera.

Levanté un poco el traga luz para poder oír a la persona que se encontraba al otro lado, lo que no reparé en ese instante era que venía una piedra justo en mi dirección.

—¡Ay!—retrocedí unos centímetros de mi posición.

—¡Luna! ¿Estás bien?

—¿¡No!? — realmente me estaba haciendo daño, no era una piedra tan pequeña, además dio en pleno contra la pupila de mi ojo derecho —, debes desinfectarme el ojo.

—Lo haré encantado.

Fui despacio por los pasillos y las escaleras. La verdad es que no resulta cómodo caminar solo con un ojo, no tienes la visión en tres dimensiones como todo ser humano debería de tener.

Finalmente llegué a mi destino.

—En el armario del baño principal encontrarás una caja de primeros auxilios —me senté en el sofá—. ¡Date prisa!

—Ya estoy aquí.

Sacó de la bolsa suero y algodón para desinfectarme el ojo, nunca se sabe los minerales o bacterias que podrían haber entrado en el.

—Hazlo despacio, pero date prisa.

Una cosa que solo saben mis padres acerca de mi es que soy muy asustadiza con todo. Cualquier cosa que me sucede en el cuerpo; ya sea un resfriado o un simple golpe de una piedra en el ojo como en este caso, pienso que voy a morir. No es que quiera abandonar este mundo cruel, es que realmente parece que lo vaya a hacer. En realidad quiero creer que es debido a que no soporto el dolor, pero de todo hago un drama y me pongo realmente histérica.

Enzo abrió de una vez por todas el suero, extrajo mi mano que estaba sujetando el párpado de mi ojo dañino y ordenó que abriera este lentamente.

Con los dientes temblando y las manos sudadas, accedí a su pedido.

—Ves, no era para tanto —dispuso unas cuantas gotas más en mi pupila, mientras iba secando las que se caían por el rostro.

—Eso lo dices tú — gruñí —, ¡me podría haber quedado ciega!

—No lo dices enserio—río.

—Tú serías el culpable de este trágico accidente. Haría queja de ti a la policía y después...

—Me perdonarías y caerías en mis brazos nuevamente.

—Ciega de un ojo.

—Aún y así te amaría.

—Ya me joderia que no fuera así, eres tú el causante de mi falta de vista.

—¿Cuántos dedos ves?—levantó su mano, y tres dedos.

—Veamos — ubiqué una mano en el ojo derecho —, veo tres — Enzo estaba esperando la respuesta del dañado —, no...solo hay negro — era mentira —.

—No me mientas—podía ver en su rostro su preocupación.

—¿Crees que jugaría con mi visión? — me levanté del sofá sin parar de moverme —. ¡Me has dejado ciega!

—Luna, llamaré enseguida ha una ambulancia o te llevaré yo mismo al hospital, no debería de haber venido ni causar nada de esto, yo solo quería pedirte...

Cogí su cara y besé suavemente sus húmedos labios.

—Perdón.

Me devolvió otro beso.

—Te escucharé de camino al instituto, no podemos faltar a nuestro penúltimo día de clase.

Fui rápido a vestirme y en diez minutos ya estábamos saliendo de casa.

Durante el recorrido, Enzo se disculpó por su comportamiento con Jack. Le perdoné, pero le pedí tranquilamente que no volviera a reaccionar así o tener cualquier tipo de ataque de celos. No tiene porque sentirlos, le quiero a él.

En unos instantes llegamos a nuestro destino, donde nos esperaban como siempre nuestros amigos.

Entre todos hablábamos como había podido suceder; el curso estaba acabando y por si fuera poco el instituto.

Al acabar el verano seríamos alumnos de universidad o trabajaríamos. Habíamos pasado de ser unos adolescentes a adultos con responsabilidades. Fue en ese momento que me percaté de todo, ya no era una simple niña con una amiga. Ahora era una adulta, había superado todos los miedos de mi adolescencia y gracias a mi primer amor conseguí encontrar gente maravillosa a mi alrededor. El regalo de mamá me incentivó ha querer vivir la vida como se debe, y el tiempo hizo que tuviera que decidir entre dos amores, entre estudios y por si no fuera suficiente, me obligó a crecer aunque no quisiera hacerlo.

Sonó el timbre interrumpiendo nuestra conversación y mis pensamientos.

De tanto pensar no me había fijado en que Jack aún no había llegado, o quizás si y nos había evitado. De todos modos, aún no tenía su presencia en el día de hoy.

Ya no teníamos apenas clases donde nos dieran materia nueva, puesto que mañana sería el último día. Estábamos preguntando y resolviendo dudas sobre algunos temas para los exámenes finales y selectividad, que serían todos la semana que viene después de nuestra graduación. En realidad, no tenía ningún sentido festejar nuestra última fiesta de instituto, sin saber si en realidad obteníamos las notas que queríamos para nuestras carreras. Lo usual sería celebrarlo después de los exámenes, pero se ve que los profesores tienen mucha prisa para iniciar sus vacaciones, mientras nosotros estamos encerrados en nuestras casas durante días para poder ingresar en la universidad. Después se preguntan porque el sistema educativo fracasa, ingenuos.

Antes de almorzar fui a vaciar mi taquilla, donde tenía recuerdos de estos últimos dos años. Allí estaban miles de fotos de Harry Potter pegadas, realmente tengo fascinación por esta saga. También se encontraban miles de libros que había olvidado vender tras acabar el primer año pero no hice; y por muy ordenada que fuera estaban miles de papeles de bombones allí tirados, no se porque razón no los pondría en la basura que se encuentra justo al lado, pero así soy. Colocando los libros en mi mochila, reparé en una libreta que no hacía parte de ninguna asignatura.

Al abrirla miles de recuerdos invadieron mi mente. Era el cuaderno donde había escrito: diez motivos para enamorarte de Jack Woodson.

Decidí leerlos; pero no en medio del pasillo. Gracias a las estrellas ninguno de mis mis amigos se encontraba conmigo, por lo que fui corriendo a la biblioteca para poder recordar que me enamoró de él.

El inicio del fin ☑️ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora