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Su inicio de Instagram estaba atestado de fotos y videos de la fiesta que sabía que serían eliminados en cuanto todos estuvieran sobrios. Ashley y su desnudez estaban en la mayoría de ellos, y torció la boca en una mueca al pensar en ella. No es que no le agradaran las chicas como ella, pero...

Ashley Hiddleston era un ícono por si misma. Sus padres eran los dueños del Banco Central, y ella era nada más ni nada menos que la sobrina del Director del instituto. Su belleza pálida y de ojos verdes la había llevado a ser la reina de los bailes de primavera, y su cuerpo escultural y flexible la convirtieron en la líder de las porristas en menos de una semana. Todos ansiaban estar cerca suyo, algunos de una forma más sexual que otros.

Y allí es donde entraba Bradley Reegan. Alto, musculoso, con el cabello rubio y los ojos del color de la miel. Sus sonrisas derretían a todas las chicas, pero tenían dueña: Ashley. Él era el capitán del equipo de fútbol, y no dejaba pasar la oportunidad de hacer una fiesta donde pudiera emborracharse y aprovecharse de los dotes de su novia. Siempre acababan dando un show al día siguiente de sus fiestas, generalmente porque difundía videos embarazosos de ella.

Se preguntó cuánto durarían juntos luego de ese año. Faltaban tres meses para que comenzaran las clases y todos viajaran a sus respectivas habitaciones, dentro de sus universidades soñadas. Por su parte, Will ya había preparado todo para cuando el día llegara. Comenzar la Universidad era su boleto dorado, su posibilidad de reiniciar su vida.

Vio a Susan acercándose por el rabillo del ojo y guardó su teléfono. La mujer le sonrió y se sentó a su lado, manteniendo el silencio por unos segundos.

—Kylie me dijo que eran conocidos —comenzó —. Me gustaría saber por qué razón un simple conocido de una noche de fiesta la acompaña a un hospital —lo miró fijamente con ojos grandes y del color del café. Will se sintió presionado a decir algo lo más pronto posible.

—Bueno, iba de camino a mi casa cuando vi que estaban atacándola. No era correcto dejarla venir sola, podrían haberle... No lo sé, quizás alguien podría haberle hecho algo.

Susan sostuvo su mirada unos minutos, leyendo sus expresiones, analizando sus palabras. Finalmente asintió y se puso de pie.

—Pues te agradezco el gesto —dijo —. Ella pasará la noche aquí, así que supongo que puedes irte —bajó la mirada a sus nudillos y frunció el ceño —. Ponte hielo durante algunas horas, debería ser suficiente. Si te duele demasiado podrías hacer una visita al traumatólogo.

—¿Es tan grave?

—Apuesto a que es sólo una inflamación, pero...

—No —soltó —. No mis manos sino... ¿la llamaste Kylie?

Susan parpadeó mientras sonreía, divertida.

—¿No sabías su nombre?

—Bueno, sólo hablamos unos minutos antes de que... ya sabes.

—Kylie estará perfectamente —respondió, honesta —. Los cortes no eran profundos, así que los limpié y la vendé. Ahora está... ocupada.

Will asintió y se puso de pie, con una sonrisa amarga en el rostro.

—Buenas noches —se despidió, y salió. Susan lo siguió con la mirada, preguntándose dónde había visto ese rostro antes.

—x—

Tal y como esperaba, su padre no estaba en el cuarto de su madre, ni mucho menos en los pasillos. Entró a la habitación y caminó hasta el otro lado de la cama, donde una silla para las visitas sostenía un trozo de servilleta mal doblada.

Secretos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora