de la cama a la luz

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En la cama,
arropando la desgana.
Suave, dulce y delicada,
al tener baja la guardia.

Una soledad bien recibida,
que no viene a hacer compañía.

Los párpados, a penas pueden con su propio peso, la báscula apunta al sueño como peso muerto de unos ojos que se libran de medir su tristeza con un cuentagotas.

Todo está en la cabeza, hasta ese corazón hecho de un solo material, frágil,
hasta esas palabras de flecha afilada, a esa puntería, de dar con el pensamiento en herida.
Lo único que no está en la cabeza
es ese manual de instrucciones,
para montar las piezas que anulen el dolor, la frustración, y el descontrol.

¿Para qué quiero encontrar dónde?
Si en un momento de desdicha o un ataque de locura recordaré el camino, y querré recorrerlo con inteligencia sin creer que estoy siendo vulnerable otra vez al desafío de la propia estupidez.

No me apetece hablar claro de lo que me pasa, porque se resume a unas sílabas y por casi a un suspiro.

Hablo de dolor como si hablase en un solo idioma, como si fuese lo único que conozco, como si todo lo demás me fuese una primera vez inalcanzable.

Quiero sacar a la luz lo que tengo dentro, mis sombras quieren tomar el sol y quemarse hasta la personificación, las mejores aliadas de la soledad envueltas delicadamente entre las ramas y las hojas de los árboles, entre la luz y el aire, libres para alzar su vuelo y transformarse en el cielo.

Hago un esfuerzo todos los días, parece que no es suficiente, y eso me derriba las fuerzas.

No se qué merece toda esta pena, no sé si merezco la pena.
Me asusto, se que puedo hablar de otras cosas, reír y hacer reír, hablar de las curiosidades de la vida, de lo que es sentir, sentirse y hacer sentir. Sé que puedo, pero también sé que no tengo que demostrárselo a nadie, que quién me mire a los ojos, lo sabrá, que no hace falta responder a las preguntas que no me hacen otra persona.
Se le llama incomodidad, desajuste personal, emocional y sentimental. Se le llama juzgarse en primera fila con la crítica a punta de pistola.
Tengo que quitarme el polvo de los hombros, erguirme, y decirme que la culpa, no la tengo yo.

Es decir, que tengo que vivir en una burbuja de falsedad conmigo misma, para sobrevivir, flotar y finalmente volar. Que cada cosa que sienta de verdad, piense que parte de ese falso convencimiento de que hay algo mal y que se arregla con el bien.

Tengo que dejar de escribir de mí, empezar a escribir de un todo, un todo ser humano, un todo sentimiento.

Tengo que dejar de seguir los consejos de sabios, que solo dicen: que es triste que hables de ti, en vez de decir: qué valiente hablar de tu dolor en primera persona y qué cobarde no hacerlo gritando a pleno pulmón, como una profecía del malestar, como provocar una tormenta, que dure rayos, hasta la eterna salida del sol, hasta flipar con tu locura desmedida, y sentir la creatividad conectar con todo, aproximándose a la sensibilidad propia del lenguaje sobrenatural de la vida.

Eso es todo y no un ego ser humano, punto de inflexión de la solidaridad poética.

Puedo hablar de otras cosas, siempre que sean sinónimos de imaginación y universo.
Puedo hablar de que hoy no me quiero levantar de la cama, porque mi vida me parece una mierda, al igual que puedo sentirme mal por echar a perder la compasión que me tengo, la lucha y el esfuerzo que me ha hecho ser y seguir siendo: cambio.
Puedo sentir que hoy es el día más maravilloso para dejar de sentir y simplemente dormir,
esperando a que se curen mis desganas
de hablar de menos.

@hayateouami

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