Paz a color

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Las risas de los adultos invadían el enorme salón de baile en el que se realizaba la fiesta. Mientras algunos bebían, otros jugaban póquer, otros simplemente charlaban y alardeaban de todos los ingresos que son capaces de generar, mientras que los más jóvenes socializaban entre sí para poder conseguir un buen partido.

Así era como se veían todas las fiestas a las que el conde Utatane solía asistir cuando se trataba de celebrar; el aura era cálida y las intenciones de sacar provecho eran evidentes, pero como todos en el salón tenían las mismas intenciones y todos eran capaces de deducirlas por su cuenta, ni siquiera era necesario que alguien lo mencionara.

- No pensé que salieras vivo, Howard. Ese hombre parecía ser bastante fuerte.- Con un tono dormilón y alegre (provocado por el alcohol) alabó el barón Hatsune al su amigo, incluso le dió unas palmaditas amistosas en la espalda como felicitación, como si se tratara de un perro. Howard en respuesta simplemente alzó el pecho de forma discreta y sonrió, totalmente orgulloso de su gran hazaña.

El conde Utatane solía ser orgulloso de por sí, pero esta vez con muchísima razón, pues había logrado lo inimaginable: Había capturado a un asesino serial que había causado dolores de cabeza a los oficiales por años. Fukase Sawari, un hombre de 23 años que se creía desaparecido tras un accidente años antes en un incendio.

La fama de Sawari era tan mala como podría llegar a ser la fama de un asesino: era conocido por ser un enfermo y sin corazón; pero había algo más en su historia que lograba cautivar al público ingenuo y a los adolescentes influenciables, al ser un hombre que jamás había sido capturado y el cual era difícil de identificar por el rostro, llegó a ser alabado por algunos. Alabaron a un asesino como si de un Dios se tratase. Afortunadamente su reinado de inmoralidad logró disiparse un poco, pues fue finalmente detenido por el conde Utatane apenas ayer, cuando intentó asesinar a su esposa a plena luz del día.

Sin duda, el hombre ahora está en un pedestal de valentía, y su ego no dejará pasar esta oportunidad para agrandarse con motivos justificados.

- Bueno, si dudabas de mi fuerza y capacidad de batalla, entonces me tienes muy subestimado amigo mío.- Todos los que estaban pendientes a la conversación rieron, incluído el mismísimo barón Hatsune.

- Cambiando de tema Howard... Noté que llegaste sin tu tesoro. Hace meses que no lo veo.- Comentó el de cabello verde azulado, a lo que el conde soltó un resoplido de decepción. Todo el orgullo que mostraba en su pose se fue esfumando, era lento e imperceptible a menos que prestaras demasiada atención, ver cómo poco a poco sus hombros se relajaban y su pecho se inclinaba ligeramente hacia abajo te quitaría la emoción, incluso si ni siquiera sabes de qué estaban hablando.

- Ese niño... Lo amo mucho, pero mi cariño no retira que cada día sea más ermitaño. Ama estar en casa, siempre que le ofrezco asistir a un baile se niega sin titubear.- Howard se desahogó un poco del estrés que suponía criar a un adolescente necio tomando un trago de la champaña que bebía, como si le diera fuerzas para soportar la actitud estoica de su amado hijo.

- Así tardará en conseguir una esposa. Deberías rendirte en buscarle a alguien más cuando mi hija está disponible. Miku es toda una doncella, es un poco terca, pero sabe actuar con delicadeza.- Como era costumbre, Hatsune trató de persuadir a Utatane para que casara a Piko con su adorada hija. Esta vez el albino parecía comenzar a caer ante la tentación.

Con esta actitud cerrada de su hijo, tal vez la jóven Miku no sería una mala opción... Además, la riqueza de los Hatsune era considerablemente gorda, y la belleza de la señorita Miku era deseada hasta por reyes y envidiada por las más respetables mujeres.

«Asfixia» Primera EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora