Inexistencia (parte dos)

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En cuanto el piano y el violín callaron de manera tan abrupta, el salón parecía seguir tan cálido y agradable para los invitados y sin embargo tan denso y molesto por parte de Len Kagamine.

Los Kagamine tienen fama de ser jóvenes de emociones intensas y ojos increíblemente potentes. Su belleza indescriptible emana en su mirada, y no sólo eso, sino también su euforia, tristeza y dolor.

Por eso, la ira silenciosa que casi parecía matar era evidente en la mirada de Len, incluso si su cuerpo y sonrisa demostraban lo contrario.

Dos miradas no se apartaron de Fukase: la de Piko y la de Len. En cuanto Len dejó el piano, caminó hacia el pelirrojo, quien había llamado su atención sólo porque estaba junto a su amada.

— Señorita Hatsune, me complace verla hoy en el baile.— Sin titubear, el rubio se acercó a la de cabellos turquesas y ella le sonrió radiante, tal como hacía siempre que miraba a su sol andante.

— ¡Len!— Exclamó ella, sin cordialidades ni preocupaciones por cómo la vería su padre si estuviera ahí, pues él estaba más preocupado por hablar con el Conde Utatane.

Antes de hablar, la chica de porcelana notó la emoción de su adorado, la cual no había notado en su canción por estar distraída con el pelirrojo; sin embargo notó que algo no estaba bien con Len al instante.

— Len, él es el Sr. Satoshi, uno de los mejores doctores de esta zona.— Mencionó Miku con una sonrisa cálida, mientras tocaba el hombro del mencionado. Con esta información Len pareció relajarse, pues no era secreto que Miku era una señorita bastante pretendida y no era raro que Len sintiera celos.

— ¿Doctor Satoshi?— Una cuarta voz se unió a la conversación, una voz que Satoshi conocía a la perfección: Piko Utatane.

— ¡Piko!— Exclamó por fin el pelirrojo después de tanto tiempo. La de cabellos turquesas y el rubio se habían sorprendido de aquella interacción.

— ¿Se conocen?— Preguntó Len con una evidente sorpresa... Aunque no era una sorpresa agradable.

— Uh... Si, yo me lo topé en la calle una vez.— Mencionó el albino con cierta voz temblorosa, pues estaba mintiendo.

— ¿Tú? ¿En la calle?— Exclamó Miku, sin creer lo que estaba escuchando. El albino no dijo más y Miku no insistió, pues sabía que hacerlo era inútil.

— Él también me confundió con el asesino ¿Pueden creerlo?— Exclamó Fukase entre risas, risas que también Miku y Len soltaron, aunque las de Len no fueron sinceras por más que lo parecieran. El único que mostró sorpresa, fue Piko. ¿Acaso todos sabían que él era inocente, menos él? ¿Sólo él sospechó?

— No me extraña— Dijo Len.— Te pareces demasiado... Pero toda respuesta está en tu piel, no tienes las cicatrices de él.— Por primera vez desde anoche, Piko se fijó en aquel detalle: Efectivamente, no existían cicatrices en su cuerpo más allá de su ojo izquierdo. Además notó que su piel no era morena, sino blanca.

Aquello hizo que Piko retrocediera un poco por el shock, lo que hizo que Miku se preocupara, yendo a socorrer a su amigo.

— Piko estás pálido ¿Qué te ocurre?— Preguntó ella, su amiga de toda la vida, tomándolo del brazo. Él sólo pasó saliva y respiró un poco.

— Creo que me mareé un poco, discúlpenme.— Y con una reverencia, Piko se alejó de aquellos tres y caminó hacia un jardín en casa de Yuma, aquel que tiene vista a la iglesia y a sus jardines. Era el lugar favorito de Yuma para tomar el té, pero de noche la vista era aún mejor; aunque eso no era algo que a nuestro amado Piko le importara ahora.

«Asfixia» Primera EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora