Ilimitado

69 12 39
                                    

Me encontraba durmiendo plácidamente hasta que sentí que alguien se metió a la cama, a mi lado.

Inmediatamente me giré, asustado, pero me calmé al notar de quién se trataba: el hombre pelirrojo que había venido anoche, quien estaba mirándome sin ninguna expresión en particular.

— Hola Piko.— Dijo él, acomodándose con toda confianza en la cama.

— Hola... Señor.— Él rió cuando lo llamé de esta forma, lo que me extrañó bastante, pero al no saber cómo reaccionar me quedé en silencio.

— ¿Señor? Jamás me habían tratado con tanta formalidad.— Él levantó un poco el torso y me miró desde su posición con una sonrisa burlona, con un brazo que servía de soporte para su cabeza.

— ¿Y de qué otra forma podría llamarlo? No conozco su nombre.— Reclamé a aquel hombre, que parecía ignorar mis quejas, ya que había comenzado a tocar mi rostro con suavidad, como si estuviera mirando con detalle cada centímetro de mis mejillas.

— Fukase Satoshi.— Dijo él, dejando de mirar mi rostro y mirando ahora hacia mis ojos, dándole una estocada directa a mi alma.

Mi corazón dio un vuelco; me sentía vulnerable.

— Fukase... ¿El asesino?.— Sentí cómo se me iba el aliento. Había dejado entrar a un asesino, lo dejé entrar y yo me quedé tan tranquilo.

Él no aparto la mirada y simplemente sonrió, sonrió de una manera tan cálida que ni parecía que lo estabas juzgando de asesino.

— He dicho Satoshi, no Sawari. Él fue enviado a la horca esta mañana ¿No te has enterado?— No aparté la mirada durante los dolorosos segundos de silencio que hubo en la habitación. Tenía miedo, pero... ¿Y si tenía razón?

Yuma lo dijo, mi amigo más cercano y el más querido me lo dijo esta misma mañana: Fukase Sawari fue enviado a la horca.

Pasé saliva y finalmente sentí como si volviera a la realidad. Ése Fukase está muerto.

— Así que... Satoshi.— Él sonrió al oír su apellido bien dicho, como si sintiera orgullo de él. Después de dedicarme tan espléndida sonrisa, posó su pulgar sobre mis labios.

— Bien dicho.— Miró mi boca unos instantes antes de salir de la cama y ponerse de pie. Yo no quería dejar de mirarlo, por lo que me senté para no perder contacto visual con él.

Mirándolo ya de pie pude notar que usaba ropas que eran lejanas de ser similares a las de ayer: usaba una camisa de vestir blanca impecable y unos pantalones perfectamente confeccionados, algo viejos, sin embargo no estaban desgastados.

Me desconcertó el cambio de ropa, sin embargo, él interrumpió mis pensamientos con su voz.

— Desde que tengo memoria, he tenido problemas con el difunto Fukase... Él cargaba mala fama y un rostro similar al mío. Varias veces me arrestaron por su culpa, incluso casi me asesinan por confundirme con él.— Soltó aquello con una mirada perdida hacia la ventana, recordando con dolor aquellos días. Su mirada cansada me hizo notar que el dolor que sentía, lo sentía de verdad.

— Sin embargo, toda sospecha se desvaneció el día del incendio. Los días que ocurrieron los hechos yo estaba lejos de la localización. La gente supo finalmente que Satoshi y Sawari eran dos pelirrojos que jamás serán iguales, aunque aparenten serlo.— Volteó a mirarme con una sonrisa cálida, dando pasos a una velocidad favorable hacia la cama.

Se sentó en la orilla, quedando cerca de mí, y me sonrió de forma radiante.

— Y ahora que está muerto, soy libre... Libre de hacer lo que quiera sin temor a la gente.— Él tomó mis manos y las apretó un poco, lleno de alegría, lo cual me hizo sonreír a mi también.

«Asfixia» Primera EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora