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—Yo también te extrañé, Ikuya.

El corazón acelerado en su pecho amenazaba con salirse, parecía un pez fuera del agua, de repente acaso no era un delfín sino una simple sardina, incluso su voz titubeó.

Hubo una mirada, ámbar contra océano, ni siquiera fueron necesarias las palabras, porque en susurros del alma, apenas entre los dos, comprendieron que no solo podían quedarse allí sin rozarse.

Haruka pagó la cuenta, se deslizaron fuera de las sillas y en la noche sus siluetas se dibujaron en el pavimento con colores pastel, varios pasos de por medio sin palabras hechas sonido. Y finalmente en una esquina, Ikuya, con todo el peso de su corazón haciendo que le flaqueasen las piernas, le dio un abrazo a aquel amigo, acaso príncipe encantador, que desde sus tempranos trece años se había convertido en su cielo, mar y tierra; la inspiración para seguir adelante.

En la espera de que el semáforo cambiase de color, Haru solo se mantuvo quieto, Ikuya casi quemaba sobre su piel, era un calor tan lacerante y placentero, quizá no quería apartarse.

Cuando fue momento de cruzar la calle, detalló la cara del muchacho que tenía justo en frente, su estatura ahora tan similar a la suya, sus mejillas enrojecidas, quizá por el llanto, el frío o la vergüenza.

—Ikuya —susurró—, debemos hablar más seguido.

El muchacho se limitó a asentir, sentía que estaba temblando, que cada parte de él lo hacía, quería llorar hasta el cansancio, no por tristeza, en realidad estaba muy feliz.

Caminaron juntos, lento, cerca y sin palabras de por medio. El nerviosismo estaba presente en ambas partes aunque Haruka lo controlaba mejor.

Era tan distinto entonces estar con Ikuya; en el fondo estaba molesto consigo mismo por no saber identificar las cosas que sentía, como si de nuevo hubieran comenzado.

—Le diré a los demás que salgamos todos juntos de nuevo —Haru se acercó un poco—. Ellos también deben hablar contigo.

Ikuya asintió, entre nervioso y asombrado, una mínima sonrisa se dibujó en su rostro. Había pasado mucho desde la última vez que se hallaba tan feliz.

—Me agradaría —respondió con calma—. Los he echado de menos.

—Quizás incluso podamos nadar juntos de nuevo, es decir... relevos.

Ikuya rio en voz baja, se encogió de hombros y se adelantó un poco al pelinegro, poniéndose de pie firmemente frente a él.

—A lo mejor pueda considerarlo si cumples tu promesa de nadar conmigo.

—Lo haré.

El movimiento de los labios del pelinegro era tan simple como siempre, su expresión era imperturbable, no importaba cómo lo viese, seguía igual que siempre, quizá más guapo, a lo mejor solo era una impresión, pero Ikuya realmente admiraba cada parte de él. Desearía saber camuflar sus emociones así de bien.

—Será divertido.

Haru asintió aunque el aire de las palabras de aquel viejo amigo trajo a su mente nuevamente al pelirrojo de peculiar dentadura.

De no ser por Rin, quizá no estaría accediendo a competir con Ikuya, aquel espíritu competitivo no había estado siempre allí, antes eso no importaba, pero para entonces, ya sabía parte de aquello de los placeres de competir.

Evocó a esa persona, su sonrisa, su voz, sus labios. En un momento llegó a pensar que Rin verdaderamente le gustaba. Apretó un poco los labios memorando el viaje a Australia, la cercanía que tuvieron, lo impresionado que estaba al oírlo hablar inglés, cuánto lo había inspirado.

Entonces se preguntó si los labios de Ikuya tendrían un sabor distinto. Tenía por seguro que nadie mordería sus labios como lo había hecho Rin en su momento, que la sensación de aquellos dientes afilados sobre su carne blanda sería irrepetible.

Haru tenía miedo, porque estaba atado al pasado, aún después de disculparse, en su pecho residía la culpabilidad de romper promesas e incluso de usar a aquellos que lo rodeaban meramente por satisfacción propia.

Tenía miedo de estar considerando que en algún momento se le ocurriría usar a Ikuya como lo había hecho con Rin. Ver los iris rojizos brillantes bajo el claro de luna, la piel de las mejillas enrojecidas, los labios rosados, la nariz pequeña, las lágrimas incipientes en las esquinas de sus ojos.

El corazón se le aceleró peligrosamente y apartó la mirada, no quería ser causante de las lágrimas de Ikuya, sabiendo que solía ser tan frágil.

—¿Haru? —Ikuya alzó un poco la voz para sacarlo de su ensimismamiento.

—Sí, lo siento... ¿en qué estábamos?

—Idiota —soltó Ikuya tratando de enseriar su expresión, aunque solo pudo soltar una risa después—. ¿En qué piensas tanto?

—En cómo te voy a ganar cuando compitamos.

—Ya veremos —El de mechones verdes sonrió con cinismo.

—No vayas a ahogarte, por favor.

Ikuya rio, fingió golpear con el puño el estómago de Haru aunque lo hizo suavemente y sonrió viéndolo a los ojos.

—Eso es pasado también.

La atmósfera se tornó feliz, Ikuya estaba satisfecho con las palabras de Haru en ese día, había sido más que suficiente para él.

—Ya es tarde... debemos volver a casa —murmuró Haru volviendo a fijar su vista en los ojos ajenos.

Ikuya asintió, caminaron entonces por el puente que significó su reencuentro y prometieron volver a verse antes de tomar caminos contrarios, cada uno para su departamento.

Había satisfacción de ambas partes, quizás un poco más para Ikuya, pero finalmente era el más expresivo de los dos así que tenía sentido.

Tras llegar y cerrar la puerta del departamento a sus espaldas, se apoyó en la pared y se deslizó hasta el suelo con una sonrisa en el rostro.

—Bien —susurró.

Peinó sus cabellos hacia atrás y se quedó mirando al techo con una enorme sonrisa en el rostro, no sabía cuál era el principal motivo de su felicidad, quizás el reencuentro o la promesa renovada.

Decidió sacar su teléfono y revisar los mensajes. Por un momento su sonrisa se desvaneció al recordar a Hiyori, quien desesperado preguntaba por su bienestar.

En la sala, al ver el teléfono, oyó también los mensajes de voz de la misma persona, preguntando si estaba en casa, si estaba triste, o de lo contrario, que le explicase por qué no estaba.

Ikuya suspiró. Odiaba sentirse tan controlado.

Incluso Natsuya, su hermano, había enviado un par de mensajes porque Hiyori lo había llamado y había avisado de un malestar —inexistente, por supuesto—, o quizá un peligro.

Entonces llamó a Hiyori, mismo que no tardó en atender la llamada y ni siquiera pudo terminar de saludar cuando oyó el repertorio de insultos de Ikuya del otro lado de la línea.

—¡Deja de entrometerte en mi vida!

Ikuya apagó el móvil, desconectó el teléfono y refunfuñó, tirándose a la cama pesadamente.

—Nunca puedo tener un buen día, siempre tiene que arruinarlo.

No negaba que apreciaba a Hiyori, que en efecto era su pareja, pero no le gustaba de la manera que aquél esperaba y detestaba cuán entrometido era últimamente.

No sabía cuánto tiempo podría soportarlo, cuán grande tendría que ser su enojo para gritarle en la cara toda la verdad, decirle que no le gustaba, que no se sentía bien ser su novio y que en realidad le gustaba su amigo de infancia.

Lo destruiría por completo, eso lo tenía por seguro, pero el peso se iría de sus hombros finalmente. El problema radicaba en que no pretendía perder la amistad de Hiyori.

—Soy un bastardo —susurró antes de hundir la cara en su almohada.

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⏰ Última actualización: Jun 27, 2020 ⏰

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