—¿Reunirnos de nuevo? —Ikuya preguntó, presionando el teléfono contra su oído, sin poder creerse lo que estaba ocurriendo justamente en ese momento.
—Sí, quiero disculparme —Haruka hablaba del otro lado de la línea, con ese halo de calma que siempre llevaba encima y que tanto admiraba el de cabello turquesa.
—¿Solo tú y yo?
—¿Tienes tiempo en la noche?
—Sí, mañana es sábado, así que... Podríamos...
—Genial.
El corazón de Ikuya se aceleró peligrosamente ante la idea de ver a aquel amigo de infancia a solas en un café. Quizá con la absurda idea romántica adolescente de una cita abordando su mente.
Luego de salir de sus respectivos clubes, tanto Ikuya como Haruka fueron a casa. Había un patrón similar de ambas partes, un bajo rendimiento en la natación que resultaba ser motivo de enojos y desalientos, pero una pequeña motivación impulsando desde el fondo, el reencontrarse. El ver sus rostros a solas y en calma nuevamente y aclarar lo ocurrido tiempo atrás con palabras, quizá actos.
Haru decidió que era buena idea llamar a Ikuya al fin, luego de un par de días de la última vez que se habían visto en persona. El impulso de arreglar las cosas era enorme y parecía caminarle por la espalda y morderlo, como una tarántula. Por culpa de esa actitud infantil que había adoptado no había hablado con sus amigos siquiera.
Pero existía en él ese pensamiento culposo, de que todo giraba en torno a sí mismo y la culpa solo era suya, el decirle a Ikuya que dejaría la natación, el no tener contacto con él en bastante tiempo; Haru se sentía culpable de esas y muchas más cosas, era inevitable.
Cuando estuvo en su habitación eligiendo la ropa que se pondría para salir con el de cabellos verdosos, se sintió turbado, confundido, de repente al verse al espejo ya no se hallaba a sí mismo y sabía, era más que consciente de que no sabría por dónde comenzar cuando lo tuviera en frente y lloraría.
Haru sabía que ya no estaba tratando con el pelirrojo de dientes afilados que era un libro abierto para él, o el castaño que siempre le brindaba el cariño que le hacía falta, Ikuya se cerraría para él y la entrada a su corazón sería difícil, pero quería volver a ser parte de su vida, de manera activa.
Por su parte, Ikuya tenía miedo, quizás estaba teniendo expectativas muy altas del encuentro con aquel pelinegro que lo había marcado de manera bestial. Podía saborear los labios rosados que contrastaban con el zafiro de sus ojos, el porte principesco del nadador.
Un pantalón negro, una camisa blanca y un abrigo gris hicieron de su apariencia algo más sombrío y cerrado, no quería destacar demasiado y luego de darle muchas vueltas al asunto decidió forzarse a pensar que de ninguna manera sería una cita.
El ponerse los zapatos y salir del departamento representó toda una odisea. Sus pasos tambaleantes y nerviosos le llevaron a la cafetería acordada y se acomodó, había salido varios minutos antes, así que por eso fue el primero en llegar aunque Haruka no tardó demasiado.
Haru entró al lugar mirando ansiosamente a los lados y andando despacio hasta distinguir la cabellera aguamarina entre todas las personas y se apresuró a acercarse.
Hubo una tensión casi destructora entre ambos, entre los ojos rojizos y los celestes, se miraron, recorrieron sus facciones hasta memorizarlas y entonces fue el pelinegro quien inició la conversación:
—Hola, Ikuya.
El mencionado tragó saliva y entrelazó sus manos bajo la mesa antes de responder, con la inseguridad propia de un desconocido.
—Hola, Haru.
—¿Cómo te fue hoy?
—Bien, supongo —Ikuya atropelló las palabras no muy convencido y suspiró.
—Bueno... creo que ya sabes lo que quiero hacer. Es mejor que comience, no quiero que desperdicies tu tiempo en algo como yo.
Ikuya se mantuvo en sosiego, tragó saliva, sin poder maquinar en su cabeza las posibilidades respecto a las palabras que estaban por salir de la boca del pelinegro e incluso cuál sería su respuesta a ellas, de ser que tuviese que replicar.
—Lamento lo que ocurrió en secundaria. Lamento mentirte diciéndote que dejaría la natación... lamento abandonarte aún sabiendo que eras frágil... lamento...
—Cállate —interrumpió el de hebras verdosas, poniendo sus puños sobre la mesa—. Haru, no estoy enojado.
—Pero quería decirte —continuó—... que no quiero que haya malentendidos entre nosotros y quiero recuperarte. No quiero que te alejes de nuevo. Me arrepiento de no haberte contactado, me arrepiento de muchas cosas, Ikuya.
Aquel fingió indiferencia aunque las palabras del pelinegro resquebrajaran su frágil interior, en el fondo no sabía si decidir disponerse o no de nuevo para ese tipo de cosas. Aún oyendo su voz, tenía miedo de sus palabras y agachó la cabeza.
—Debí contactarte —murmuró el pelinegro—, decirte cómo iba mi vida, cuál fue mi preparatoria y las cosas que aprendí con Makoto...
—Sé que ahora estás en la misma universidad con Asahi y Kisumi también...
—Ellos querían hablarte también, pero —Haru suspiró—... Yo quería tiempo a solas contigo, porque a veces creo que soy quien más disculpas te debe ofrecer.
El de cabellera verde sintió el corazón dando vuelcos en su pecho a medida que las palabras del príncipe azul que tenía en frente avanzaban.
Un capuchino con un postre después, Ikuya comprendió que Haru no pensaba dejar de hablar culpándose hasta que finalizara con todo lo que tenía retenido en su pecho desde tiempos aquellos en que nada importaba, solo eran adolescentes.
En medio de una disculpa, Ikuya agachó la cabeza y comenzó a reírse. Haruka detuvo sus palabras.
—¿Por qué ríes? —inquirió curioso—. ¿Estás poniendo atención a lo que digo?
—Sí, sí —Asintió el de vista cobriza y volvió a hacer contacto visual con Haru—. Solo sucede que pareces un tonto. Ya nada de lo que pasó en ese entonces importa.
Mintió vilmente. Pero su pecho también dolía sabiendo que el pelinegro podía sentirse mal por tantas cosas, aún después de tanto tiempo.
Haru, por su parte, solo se mantuvo con la misma expresión vacía en el rostro, de la cual solo podía destacarse que le brillaban los ojos al tener a Ikuya allí, no había reparado antes en cuánto podía haberle hecho falta.
—¿No importa? —murmuró el pelinegro entre dientes.
—Está en el pasado.
—Pasado...
—¿Qué? —Ikuya acomodó su espalda en la silla y miró directamente a los ojos de Haru.
—Hicimos muchas cosas juntos, Ikuya.
—Lo sé.
—Y me siento mal porque no pudimos seguir haciéndolas.
Ikuya quiso llorar, sus manos se acomodaron bajo la mesa, rascando ansiosamente el dorso, tragó saliva y arrugó los labios al pensar en aquello que pudo haber ocurrido en los últimos años, su mente se contaminó de los recuerdos, de nuevo el tacto de los meñiques, la promesa de nadar "el próximo verano"... Y las lágrimas cayeron, una tras otra sobre la tabla de la mesa.
Haruka Nanase se sintió en el limbo. Había calor en sus mejillas, dolor en su corazón al ver a Ikuya llorar, quiso poner sus manos en el rostro ajeno, limpiar las lágrimas o acaso lamerlas, pero todo lo que hizo fue extenderle una servilleta.
—No quería ponerte triste —murmuró el joven de cabellera negra.
Ikuya agarró la servilleta con manos temblorosas y tomó aire, bastante aire, no había en su mente ni siquiera un fragmento de todo lo que quería decir y apenas, con voz quebrada, con la garganta malherida y los ojos ámbar goteando como grifos descompuestos, solo atinó a pronunciar tres palabras:
—Te extrañé mucho.

ESTÁS LEYENDO
El Influjo del Delfín
Fiksyen PeminatHaru era el Hombre de Vitruvio para muchos cercanos a él, chicos a quienes de les iluminaban los ojos de solo verlo, de pensar en cuán grande era su belleza, su perfección... casi equivalente a su influjo en vidas ajenas. Fanfic en proceso. Parejas...