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—Hiyori, hoy estás raro —mencionó Ikuya, mirando a su acompañante ciertamente extrañado. Pero Hiyori no mostraba molestia alguna por sus palabras.

—Siempre soy raro —respondió aquel, con la sonrisa que pretendía ser el gesto usual en su rostro.

Ikuya observó las facciones sin salir de su consternación. Ya conocía a Hiyori, sabía que le estaba ocultando algo, no necesitaba ser especialmente listo para darse cuenta. Eso le molestaba.

Pero aún más, a Ikuya le molestaba esa actitud posesiva que adoptaba el castaño de repente, queriéndolo llevar a donde él quisiera. Hiyori pensaba que él no se daba cuenta, que todo estaba bien e Ikuya era demasiado despistado como para saber los detalles.

La verdad era que el de hebras verdosas quería zafarse de la situación, así que aprovechándose de la ausencia de su teléfono, se despidió de Hiyori, pensando que se quedaría atrás y comenzó a subir las escaleras con la mirada fija en ninguna parte, volviendo por donde había venido, hasta que de repente el escrutinio tropezó con una silueta que parecía familiar y entonces alzó la vista hacia el rostro.

Se halló inmediatamente sorprendido, el corazón del joven ascendía por sus entrañas, o si acaso el sentimiento nostálgico lo destripaba. Pasaron por su mente los recuerdos de la secundaria y la expresión le cambió, aquel brillo con el que siempre vio a Haruka estaba allí, o al menos una chispa melancólica que evocaba aquellos días color cerezo.

—Ikuya —La voz se adentró en sus oídos, más grave de la que recordaba.

Intercambiaron palabras, fue un trueque fundido en nostalgia impregnada en cada sílaba.

Y sí, era ese Haru que había conocido años atrás, cuando aún querían sumirse en la adolescencia, la etapa de emociones chispeantes que habían compartido, en la que se bañaban con estrellas y se ahogaban en atardeceres que prometían darles un brillo nuevo a sus días. Recordó la promesa bajo el ocaso y antes de agregar algo más, la conocida presencia asfixiante desgarró con sus purulentas garras su reencuentro con el pelinegro.

—Ikuya está cansado... —Hiyori interrumpió.

Las palabras dejaron de ser audibles, Ikuya estaba enojado. Miró al muchacho de los lentes con desaprobación pero no decía nada, no entendía a qué se debía ese comportamiento.

La verdad era que no estaba cansado, Hiyori mentía, pretendía hablar con él pero solo podía ver sus labios vocalizando palabras para alejar a Haruka.

El pelinegro estuvo incómodo por la intervención de Hiyori también, aún más cuando se lo llevó sin permitirle agregar algo, pero no empleó expresión alguna al acceder a alejarse y retomar el camino a casa. Luego de nadar todo lo que necesitaba era la comodidad de su cama luego de un buen baño.

. . .

—¿Ya tenemos un plan para poder ver a Ikuya? —inquirió Makoto tras sentarse para comer.

Asahi sugirió que debía ser Kisumi quien hablase con  él primero, pero a fin de cuentas todos sabían que las cosas no podían suceder de esa manera, que tenían que ir todos a hablar con su amigo de primaria y disculparse por haberlo dejado.

El ambiente ahora se tinturaba de melancolía, las reminiscencias de aquellos días soleados en que solían nadar todos juntos. Los relevos, la emoción, los abrazos.

A Haru probablemente le costaba un poco más. Él había sido de los más cercanos a Ikuya. Recordaba aquel campamento en primer año de secundaria bajo las estrellas, los ojos brillantes de Ikuya al hablar con él y la emoción con la que hablaba de él. Y tiempo después, bajo un atardecer había pactado nadar con él el próximo verano. No lo había hecho y la culpa, tras todos esos años, fungía en su pecho, ahora quemaba con mayor brío y era inevitable percibirse a sí mismo como alguien lamentable.

El Influjo del DelfínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora