28 | El Quiebre Antes De La Caída Pt. 1

883 102 50
                                    

—¿Qué quieres decir con que no me acompañarás a Australia? —preguntó Adam, mirando a su esposa con expresión desconcertada.

—Justamente eso —dijo ella—. No puedo ir contigo. Se acercan fechas importantes en el calendario escolar y...

¡A la maldita mierda con el puto calendario escolar, Grecia! —gritó, perdiendo la paciencia.

—Adam —gruñó ella.

¡No! Esta vez no, Grecia. No voy a permitir que pongas primero la escuela, ya me cansé.

—Tienes que entender, Adam. No puedo abandonarlo todo.

—¿Pero sí puedes abandonarme a mí? —inquirió—. No podemos pasar más de cinco minutos solos, no hemos vuelto a tener una cita, no compartimos nada... ¡ni siquiera la cama! —estalló.

—¿Y qué es lo que pretendes que haga? —gritó—. No puedo dividirme en tres. Lo siento, pero no puedo abarcar tres cosas al mismo tiempo.

—Grecia, por favor...

—Entiende, solo pido eso; no sabes lo difícil que fue para mí tomar la decisión de unirme a la escuela. En ese entonces, estaba perdida, sola y sin tener idea de que tú estabas con vida, pero tomé la iniciativa y me arriesgué, aún teniendo y sintiendo temor de que no me fuera bien, pero necesitaba hacerlo por mi propio bien y por Eros.

—Lo sé, pero ahora estoy aquí y no es que quiera que abandones lo que has conseguido por mérito propio, es solo que...

—¿Qué?

—Desde que volví, no hemos podido estar más de cinco minutos a solas y te necesito, Grecia. Necesito saber que mi mejor amiga todavía está aquí conmigo, que la mujer de la que me enamoré años atrás sigue estando presente.

—Hemos cambiado, Adam. Ambos lo hemos hecho, los años han pasado y muchas cosas han ocurrido entre nosotros, pero hay algo que es seguro; te sigo amando igual o más que el primer momento en que te conocí.

—Entonces, ven conmigo a Australia y prometo que no volveré a pedirte nada más.

—No puedo —respondió—. De verdad, no puedo hacerlo.

Sintiendo la derrota, él asintió y trató de esbozar una sonrisa que estuvo muy lejos de ser sincera.

—Bien —dijo, colocándose la gorra—. Se hará como tú quieras.

No tenía intención de dejar las cosas así, de abandonar la casa sintiéndose más allá de molesto, pero si pasaba otro segundo más frente a ella, su resolución a ser fuerte se esfumaría en cuestión de nada.

—¿A dónde vas? —preguntó, siguiéndolo a la puerta.

—No me esperes —respondió, cerrando la puerta detrás de sí.

La suave brisa le pegó en el rostro y lo agradeció tanto porque solo necesitaba sentir que estaba vivo.

Conducir de noche por las calles vacías y al mismo tiempo coloridas de Bahía Azul, le ayudaba a relajarse un poco, pero no tenía intención de volver a casa, no cuando sabía que la decisión de Grecia era como un cuchillo filoso atravesando su cansada y agotada alma.

Ojalá pudiera entender a su esposa, pero la realidad era que, seguía siendo un egoísta de mierda cuando se trataba de ella; aunque claro, no era que pudieran culparlo por ello, porque, maldita sea, había pasado tanto tiempo lejos de ella que ahora la necesitaba más a menudo de lo que le gustaría admitir.

Sintiéndose como la mierda, estacionó frente a la casa color amarillo y salió del auto, dirigiéndose a la puerta principal.

—¿Adam? —la somnolienta y cansada voz masculina lo saludó—. ¿Qué estás... haciendo aquí a esta hora?

Ground And Pound© |TERMINADA|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora